lunes, 1 de marzo de 2010

CUENTO DE NAVIDAD (UN CONTE DE NOËL, 2008, ARNAUD DESPLECHIN)

Título Original: Un conte de Noël
Año:
2008
Nacionalidad:
Francia
Duración:
150 min.
Director:
Arnaud Desplechin
Guión:
Arnaud Desplechin y Emmanuel Bourdieu
Actores:
Catherine Deneuve, Jean-Paul Roussillon, Anne Consigny, Mathieu Amalric, Melvil Poupaud, Hippolyte Girardot.

Sinopsis:
A Junon le diagnóstican un cáncer que puede devenirle mortal. Henri, el hijo mediano de Junon, parece ser el único donante válido de sangre de su médula para llevar a cabo un trasplante que pueda salvar la vida de su madre. Junon ha despreciado a Henri durante toda la vida, pero la Navidad propicia una reunión de toda la familia con el propósito de conseguir el consentimiento de Henri. Las múltiples rencillas y rencores existentes entre los miembros de la familia serán uno de los obstáculos para lograr el objetivo, mientras Abel, el marido de Junon, intenta apaciguar el tenso ambiente.



El cine francés vive continuos períodos de renovación que consiguen insuflar aliento nuevo a historias más o menos conocidas o incluso trilladas. Desde Olivier Assayas con la excelente “Las horas del verano” a Nicolas Klotz y “La cuestión humana”, o en un terreno formal y narrativamente más convencional las películas dirigidas por Agnès Jaoui, cuya última película hasta el momento es “Háblame de la lluvia”.
La primera película que Arnaud Desplechin logra estrenar en España, “Un cuento de Navidad”, es otra prueba de la capacidad camaleónica de los directores galos. Todo en ella resulta conocido, no hay sorpresas especiales en su guión o en su desarrollo, incluso tiene un clímax dramático un tanto previsible, pero lo cierto es que la puesta en escena de Desplechin es de lo más ecléctica, su apuesta por la narración fragmentada y libre, francamente interesante, y la convicción con la que maneja personajes y situaciones resulta refrescante y atractiva.



No se estrenan habitualmente películas con la calidad de “Un cuento de Navidad”, que además tiene la extraña sabiduría de aunar entretenimiento y profundidad, comercialidad y personalidad, con un tono narrativo polarizado constantemente entre la despreocupación y la gravedad de los acontecimientos que narra.

La familia, y la densa tela de araña que ésta teje a su alrededor, atrapando maliciosamente a sus integrantes, y acosándolos con el cumplimiento de unas normas sociales no escritas, es el principal alimento dramático de la película, y el director se siente indudablemente cómodo en el terreno que pisa. Desplechin parece creer que las obligaciones que se derivan de la pertenencia a una familia no dejan de ser una astuta trampa obra de la propia naturaleza, y por descontado, es imposible para el individuo escapar a ellas. La ilustración más tajante de esta aseveración en la película reside en la conflictiva relación que mantienen una madre, Junon (Catherine Deneuve) y su hijo mediano Henri (Mathieu Amalric): Junon ha despreciado a Henri desde el preciso instante de su nacimiento, y prolongado este sentimiento a lo largo de toda una vida; al inicio de la película la mujer recibe la noticia de que padece un cáncer con altas probabilidades de resultar mortal, y Henri será (paradojas del destino familiar) el único donante válido para un trasplante de sangre de su médula que puede salvar la vida de su madre. Este es el conflicto dramático mayor que atraviesa la película de principio a fin, y orbitando a su alrededor aparecen todo un conjunto de personajes mayormente decepcionados con los golpes de la vida, pero con ocasionales destellos de lucidez y serenidad en su comportamiento, que logran equilibrar la balanza constantemente.



El eje familiar queda representado por el sereno y afable padre de familia, Abel (Jean- Paul Roussillon), que intenta constantemente apaciguar los tambores de guerra entre los hermanos, siendo igual de comprensivo con el denostado y imprevisible Henri que con sus airadas hermanas.
El plantel de actores de la película es uno de los más brillantes y sólidos de los últimos meses, a la altura de los de las citadas últimas películas de Assayas, Klotz o Jauoi, y recorre varias generaciones de importantes actores franceses, desde los excepcionales Roussillon (un actor que caracteriza al padre de familia con su sola y magnética presencia) y Deneuve, hasta excelentes actores como Mathieu Amalric o Anne Consigny, Melvil Poupaud o la sorprendente Chiara Mastroianni, que hereda de su padre una notable expresividad facial. Precisamente Amalric ya es, de forma indiscutible, uno de los actores más importantes de su generación, habiendo trabajado para directores como Otar Iosseliani, Olivier Assayas, Nicolas Klotz, André Techine, Julian Schnabel o Steven Spielberg.




Mencionaba líneas arriba la ecléctica puesta en escena de la película, y es que Desplechin despliega toda un amplia y variada gama de recursos formales: es capaz tanto de filmar un plano seco y contundente como el que muestra a Henri dejando caer su cuerpo directamente al suelo y golpeándose la cara contra el cemento en mitad de la calle (Desplechin acompaña el momento con una música de gaitas que genera un distanciamiento irónico hacia la situación); y en otras secuencias recurrir al uso constante de fundidos encadenados (el momento con Junon preparándose el desayuno en la cocina, que precede a su caída en la enfermedad), o a un recurso tan devaluado hoy en día como el característico cierre de iris propio de las películas del período mudo del cine. Evidentemente, esta dispersión de procedimientos necesita de nuevos visionados de la película para evaluar su originalidad o pertinencia, pero por si a alguien le pudieran quedar dudas, hay como mínimo una secuencia cuyo insólito planteamiento sí resulta original: se trata del momento en el que Abel y otro experto matemático escenifican delante de Junon y otros miembros de la familia todo un cálculo de las esperanzas de vida de la mujer en relación a aceptar o no someterse al trasplante de médula para curar su cáncer. Lo que preocupa en esta secuencia a Desplechin no creo que sea tanto la credibilidad “real” de la operación matemática, su plausibilidad, como la veracidad dramática, la puesta en escena, apoyada excepcionalmente en la labor de unos actores que confieren autenticidad al momento y se la transmiten al espectador: ya se sabe, el elemento imprescindible para ser un buen espectador de cine es la inocencia.

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