lunes, 25 de abril de 2011

ESTUDIO ALBERT LEWIN (5): SAADIA (ÍDEM, 1953)

Título Original: Saadia
Año: 1953
Nacionalidad: EE.UU.
Duración: 87 min
Director: Albert Lewin
Guión: Albert Lewin, según la novela Echeck au Destin (Título en inglés: Checkmate to Destiny: The Story of Saadia), de Francis D´Autheville
Actores: Mel Ferrer, Cornel Wilde, Rita Gam, Michel Simon, Cyril Cusack, Wanda Rotha


Sinopsis: Henrik es un médico francés que ejerce su profesión en Anaout, una pequeña ciudad de Marruecos que tiene como caíd al príncipe Si Lahssen. Impulsados por la amistad y el respeto mutuos, ambos hombres unen sus fuerzas para demostrar, ante la escéptica y tradicionalista comunidad que les rodea, la efectividad que atesora la moderna medicina occidental para curar enfermedades que la superstición de los ciudadanos de Anaout atribuyen a la brujería. El caso de Saadia, una joven enferma de etnia bereber cuya fuerza de voluntad está supuestamente dominada por una bruja local llamada Fatima, brindará a Henrik y a Si Lahssen la oportunidad idónea de demostrar ante los ciudadanos, mediante una operación, lo que hasta el momento han intentado razonar con palabras. El asunto se revelará más complejo de lo esperado cuando una noche de luna llena, poco tiempo después de la exitosa intervención, surja inesperadamente en Anaout un brote de peste bubónica, aparentemente causado por una maldición que sobre la ciudad ha hecho recaer Fatima. Para superar la tensa situación de Anaout, Henrik y Si Lahssen deberán enfrentarse tanto a las acciones de la bruja como a las de un hombre llamado Bou Rezza, líder de una banda de ladrones que se apropiarán de un cargamento de medicinas destinado a atajar los efectos del brote de peste. En el transcurso de ambas luchas, los dos hombres se enamorarán de Saadia.








Reivindicación de un film injustamente olvidado 
El itinerario narrativo trazado durante el metraje de Saadia es harto llamativo, cuando no exótico: a los pocos minutos de iniciarse el film, un médico francés llamado Henrik (Mel Ferrer) opera con carácter de urgencia a una joven enferma, de etnia bereber, llamada Saadia (Rita Gam), bajo la atenta mirada tanto de Si Lahssen (Cornel Wilde), caíd de Anaout, una ciudad imaginaria situada por Lewin en Marruecos, como de los habitantes de la misma. Henrik lleva a cabo su intervención en plena calle: esto es así por que tanto él como el caíd pretenden demostrar ante su público lo beneficiosa que la medicina moderna puede resultar para una comunidad fatalmente anclada en unas creencias místicas y mágicas, muy arraigadas, que la ignorancia ha fomentado durante siglos: aunque Saadia sufre de algo tan común como pueda serlo un ataque de apendicitis, el pueblo cree que el dolor y las desgracias de la muchacha son causados por el "mal de ojo" que los poderes de una bruja local llamada Fatima (Wanda Rotha) han hecho recaer sobre la misma. La operación finaliza con éxito, por lo que puede decirse que, en esta secuencia, aparentemente, la medicina triunfa sobre la magia; lo racional sobre lo irracional.
En cambio, en el clímax dramático de Saadia, en el que entrecruzan sus caminos tres creencias muy diferentes: la medicina, la magia y la religión, parece efectuarse el reverso de la situación anterior: efectivamente, la vida de Si Lahssen parece pender de un hilo: en una secuencia anterior, el caíd de Anaout ha sido fatalmente herido en la cabeza en el transcurso de un tiroteo contra los integrantes de la banda de ladrones liderada por un hombre llamado Bou Rezza (Michel Simon): las habilidades de Henrik (la medicina) parecen resultar ineficaces contra el poder de un supuesto maleficio, obra de Fatima (la magia), que condena al malherido a la muerte; como opción última ante la inminente desgracia, Khadir (Cyril Cusack), el líder religioso de la comunidad, unirá a los habitantes de Anaout, y a los occidentales que habitan en el lugar, en una plegaria común que, finalmente, obrará el milagro: Si Lahssen escapará de las garras de la muerte: al final del film, la niebla donde acecha lo indemostrable, lo inconcreto, lo ambiguo, aparentemente dispersada a los cuatro vientos, al inicio del relato, por alguien tan razonable (y tan occidental) como Henrik, vuelve a espesarse, a hacer acto de presencia, y en esta ocasión, quizás, de forma permanente.

Henrik, un médico francés que trabaja en la ciudad de Anaout, en Marruecos


Si Lahssen, caíd de Anaout y amigo de Henrik



Entre ambos instantes del film median también otros que terminan por acercar a Saadia a terrenos creativos afines al cine de Jacques Tourneur: el de la sugerencia visual y el de la ambivalencia narrativa; también el interés constante del realizador en transformar los espacios cotidianos en los que tienen lugar los relatos en escenarios en los que inadvertidamente emergen fuerzas invisibles cuya función en el Universo parece ser la de regir el destino de los seres humanos: fuerzas cuya presencia, aunque incierta, quizá sea más real de lo que pensamos, o eso parecen decirnos, en algunos de sus films, tanto Tourneur como Lewin.


Fatima, una bruja local...


...que tiene dominada, con sus poderes...



...a Saadia, una joven bereber



Un material narrativo tan estimulante y sugerente como el descrito, que consigue que Saadia sea al mismo tiempo un drama romántico, un film de aventuras y un relato de corte fantástico, no impide que esta quinta obra de Albert Lewin sea, junto con la posterior El ídolo viviente (The Living Idol, 1957), la película más desconocida del realizador. Las razones para que esto sea así, como casi siempre en el caso de un cineasta de esta categoría, pueden ser de lo más injustas: no es que Saadia sea un mal film - más bien todo lo contrario - pero el paso del tiempo, ignorando su existencia, ha terminado por sepultarlo casi por completo (como, por lo demás, ocurre con tantas obras de Walsh, Ford, Hawks, Borzage, King, etc.). En el caso que nos ocupa, dos factores juegan claramente en contra del film: en primer lugar, el hecho inevitable de que la novela que adapta Lewin en esta ocasión, Echeck au Destin, del escritor francés Francis D´Autheville, no ha gozado nunca de un prestigio literario equiparable al de las obras de Wilde, Maugham o Maupassant, hasta el punto de que, a día de hoy, esta obra literaria yace todavía más profundamente sepultada que su adaptación cinematográfica; en segundo lugar, encabezan el reparto del film unos poco carismáticos actores, Cornel Wilde, Mel Ferrer y Rita Gam, que, en realidad y pese a todo, se ajustan bastante bien a las intenciones que abriga Lewin con ellos, y además se hallan sólidamente respaldados por la excelente labor, en papeles secundarios, de actores como Michel Simon, Cyril Cusack o Wanda Rotha. A ello quizá también habría que añadir que en la actualidad Saadia, en una página tan popular como Imdb (Internet Movie Data Base) alcanza una valoración global tan baja como pueda serlo un 4,4, según una media hecha tomando en consideración los escasísimos votos de 30 usuarios: nada puede hacerse para salvar la malograda reputación de una obra a quien nadie quiere prestar atención, y solo los más voluntariosos (y cada vez más reducidos) interesados en el cine del "pasado" dedican sus esfuerzos a rastrear y visionar films como el que aquí nos ocupa.

Bou Rezza, jefe de una banda de ladrones que opera en las montañas


Khadir, líder religioso de Anaout



Es justo reconocer que, pese a la calidad global que atesora Saadia, en varios momentos de su desarrollo queda patente una especie de sobreesfuerzo creativo por parte de Lewin, algo así como un "quiero y no puedo" del realizador, quien integra, en ocasiones de forma natural, y en otros momentos de forma algo forzada, algunas de sus constantes estilísticas más acusadas, quizá como única forma que tiene a su alcance de apropiarse por completo del material literario de partida y demostrar que "ahora es suyo": en esta quinta obra de Lewin se dan cita desde la secuencia, habitual en los films del realizador, en la que un personaje, tras ser apuñalado por la espalda por otro personaje, golpea, al dejar caer su cuerpo al suelo, una fuente de luz (generalmente una lámpara) que llena de intermitentes claroscuros, por unos segundos, la estancia en la que ha tenido lugar el acto criminal, hasta el no menos característico y lewiniano momento en el que un personaje principal de la narración toca una determinada canción al piano, y con ello induce sentimientos de amor hacia su persona en otro personaje - siempre del sexo opuesto - que le escucha. Indagaré más en esta cuestión en el último apartado de este escrito.

En todo caso, creo que el principal escollo con el que se encuentra Lewin en esta ocasión para que todos sus esfuerzos creativos devengan fructíferos reside en que, por primera vez en su cine, se palpa en el material que maneja la ausencia de unas constantes dramáticas que le resultaban - quizás - vitales: no existe en Saadia tensión emocional (y sexual) verdadera entre su trío de protagonistas: los personajes interpretados por Mel Ferrer, Cornel Wilde y Rita Gam conforman, es cierto, el habitual triángulo sentimental tan querido por el realizador, pero no es menos cierto que durante todo el metraje del film, y muy especialmente en su conclusión narrativa, no ha existido competencia amorosa alguna, entre el médico francés Henrik y el caíd Si Lahssen, por el amor de la bella y joven bereber Saadia: ambos hombres son, tanto al principio como al final del relato, buenos amigos, y su interés sentimental por la mujer no romperá en ningún momento la cordialidad de sus relaciones y el respeto mutuo que se profesan: de hecho, los dos hombres, en representación del progreso y de la civilización, unirán sus fuerzas tanto para enfrentarse a los hombres de Bou Rezza, como para derrotar al verdadero enemigo de los tres, la bruja Fatima, personajes que en conjunto personifican unas formas sociales y unas creencias místicas propias de una tradición cultural que debe ser superada.
También resta intensidad al conjunto del film el hecho de que Saadia sea, aparte de muchas otras cosas, el primero de los de Lewin que no concluye narrativamente con la muerte del protagonista; pero la ausencia de las características descritas, tan presentes siempre en el cine de Lewin, no impiden que esta obra sea sensual y exuberante en el uso del color, o, por momentos, sugerente y misteriosa de una manera que recuerda vivamente, como ya he dicho antes, al cine del gran Jacques Tourneur. También resulta un acto de justicia reconocer que Saadia es un film, al igual que los anteriores de Lewin, en el que no hay lugar para lo visualmente superfluo: no hay plano o movimiento de cámara que no resulte elocuente o cuya presencia no esté plenamente justificada por el realizador, ya sea por una mera cuestión narrativa o por una voluntad expresiva.


Segundo retrato de mujer
De la misma forma que pueden considerarse los tres primeros films de Lewin (Soberbia, El retrato de Dorian Gray, Los asuntos privados de Bel Ami) como una hipotética trilogía (probablemente no concebida como tal por el realizador) acerca de los deseos y anhelos que los hombres despiertan en las mujeres, con Pandora y el holandés errante pareció inaugurarse otra tríada de films (completada con el que centra nuestra atención en estas líneas y con El ídolo viviente) centrada en otras tantas mujeres y en los deseos que estas provocan en los hombres.

Saadia...


...y Pandora Reynolds: dos mujeres que arrastran a los hombres a la perdición



Si en Soberbia el pintor Charles Strickland hallaba la inspiración artística definitiva en la figura de una nativa de una isla de Haití a la que convertía en su musa (y también en su esposa), y en El retrato de Dorian Gray el misticismo oriental era una constante estilística y narrativa a lo largo de todo el film, no debería extrañarnos que Lewin, tanto en Pandora como en Saadia y en El ídolo viviente, continúe indagando en la fascinación que ejerce sobre los seres humanos lo exótico (y, por lo tanto, lo desconocido) de las culturas ajenas: el folklore español, las leyendas holandesas o los hallazgos arqueológicos de antiguas civilizaciones en Pandora; la cultura, la religión y el misticismo africano (en concreto el de la zona de Marruecos) en Saadia; la cultura maya y méjicana en El ídolo caído: ningún elemento presente en los films de Lewin apunta a la casualidad, sino a un muy consciente y deliberado interés artístico por parte del realizador, como intento demostrar en el estudio que vengo dedicándole.

Saadia, una joven y bella bereber, parece ser víctima de un maleficio vertido sobre su persona por Fatima, una bruja local: antes de la llegada a Anaout de Henrik, tres pretendientes de Saadia han fallecido en misteriosas circunstancias: la joven arrastra a la fatalidad, sin poder evitarlo, a sus enamorados, de la misma forma en que lo hacía Pandora en el anterior film de Lewin. La llegada a las vidas de ambas mujeres de sendos desconocidos supondrá para estas la posibilidad de una salvación: Hendrick van der Zee conducía a Pandora Reynolds a su redención a través de la muerte; de un modo contrapuesto, el médico francés Henrik salvará a Saadia mediante una operación y, después, en un insólito gesto de humildad por su parte, salvará también la vida del hombre, su amigo Si Lahssen, que está destinado a compartir su amor con la mujer a la que el primero también ama. En el primer caso, a través de la muerte; en el segundo, escapando al abrazo de esta, es decir, recuperando la vida, pero en ambos casos los personajes femeninos escapan a una maldición personal gracias a la oportunidad que les ofrecen unos hombres extranjeros (en un caso francés, en el otro holandés) y desconocidos; estos, a su vez, también se redimen, a través de las oportunidades brindadas por sendas mujeres, de la culpabilidad que arrastran penosamente por actos o errores cometidos en el pasado.

En resumen, podría decirse que, mientras que en los films de Lewin construidos en torno a figuras masculinas acostumbra a existir un cierto desequilibrio entre géneros (los hombres, en Soberbia, El retrato de Dorian Gray o en Los asuntos privados de Bel Ami, pecan en su comportamiento de una soberbia y de un egocentrismo excesivos, en detrimento de unas mujeres que les aman, en general, de forma sincera y entregada, y solo ocasionalmente de forma interesada), en cambio, en los films del cineasta erigidos en torno a personajes femeninos, las mujeres aparecen revestidas de atributos similares a los anteriores (el mal que desencadenan estas a su alrededor es, en todo caso, involuntario, fruto de una maldición), y los hombres que las cortejan (exceptuando, claro está, al torero español Juan Montalvo en Pandora) son descritos con menor virulencia de la acostumbrada: si en ocasiones estos no hacen gala de una especial inteligencia o sensibilidad (los casos de Reggie Demarest o Stephen Cameron, también en Pandora), en todo caso ninguno aspira a otra cosa que no sea amar y ser amado por la mujer que ha idealizado.

Por encima de todo, lo que sí me parece incuestionable es que es precisamente en Saadia donde la balanza entre géneros aparece por primera vez perfectamente equilibrada: el médico francés Henrik y el caíd Si Lahssen son definidos por el cineasta mediante similares rasgos de inteligencia, elegancia y sensibilidad, y aman respetuosamente a Saadia; la joven bereber, por su parte, atesora belleza, inteligencia y audacia, y respeta por igual a ambos hombres, aunque finalmente acabe casándose con el caíd.
Función dramática del color en Saadia

Si en las imágenes de Pandora y el holandés errante ya quedó patente la habilidad de Albert Lewin en el uso del color, elemento con el que el realizador lograba sugerir visualmente ciertas singularidades dramáticas de la historia que tenía entre manos, en Saadia es posible que este concepto sea llevado todavía más lejos. Casi anticipando la predilección que, desde los inicios de su filmografía hasta sus últimos films, siente Jean-Luc Godard por los colores de la bandera francesa, es decir, azul, blanco y rojo, Lewin empleará de forma metódica los tres durante el desarrollo de Saadia. Esto es simplemente apuntado al finalizar los títulos de crédito iniciales del film, con un plano, el que precede al inicio propiamente dicho de la historia, en el que aparece ondeando la bandera francesa por detrás de un rótulo de agradecimiento a las autoridades de Marruecos que han posibilitado el rodaje de Saadia en las tierras del país, pero el espectador más atento no tardará en ser consciente de que la paleta de colores más importante durante el film será exactamente esa.

Azul, blanco y rojo: los tres colores de la bandera francesa (el último también presente en la bandera de Marruecos), conforman la paleta básica de colores del film




La primera aparición en pantalla de la propia Saadia, tumbada en el suelo, sufriendo de dolor y de espaldas a la cámara, la mostrará con una vestimenta de color rojo. En ese momento, todavía es pronto para sacar conclusiones al respecto, pero una vez Henrik determine que el dolor de la mujer es provocado por un ataque de apendicitis con riesgo de peritonitis y, en consecuencia, opere a la paciente, el color de la vestimenta de Saadia cambiará a una de color blanco: de un color cálido se ha pasado a un color neutro. Esa misma noche, mientras la paciente reposa tras la operación, Saadia recibirá la visita de Fatima, una bruja local que viste completamente de rojo y que parece tener dominada la voluntad de la joven gracias a la magia. Tras acercarse a Saadia, la bruja colocará alrededor de la cabeza de esta el pañuelo de color rojo que un instante antes portaba la misma Fatima: el gesto tiene tanto de hermanamiento entre ambas mujeres como de atadura de una (Saadia) por parte de la otra (Fatima). Henrik llega a tiempo para frenar los avances de la bruja con su paciente y, empleando su razonamiento occidental, ofrece una explicación lógica para los desvaríos místicos (y orientales) de la mujer: Fatima quiere tener a Saadia a su lado por que ve en ella a la hija que nunca ha podido tener. Las dos victorias consecutivas (la operación primero; ahora su "explicación lógica") obtenidas por el doctor (la medicina) sobre la bruja (la magia) consiguen arrancar a Saadia del domino de esta última, y, a partir de la siguiente secuencia la joven, ya recuperada de su convalecencia, vestirá de azul, un color que, salvo en ocasiones muy concretas, ya no abandonará en todo el film. De este modo, Lewin consigue que el rojo, un color cálido, quede muy estrechamente vinculado, durante el relato, a la magia y a la superstición, que es tanto como decir a lo irracional, mientras que el color azul, un color frío, devendrá un símbolo del progreso y también de la ciencia (lo racional) que puede explicar y dominar lo incomprensible.


Primera aparición en el film, de espaldas a cámara, de Saadia: la joven aún está enferma y es víctima de la superstición; en consecuencia, viste por completo de rojo...


...pero tras ser operada por Henrik, vestirá ropas blancas...



...hasta la reaparición de la bruja Fatima, la cual anuda al cuello de Saadia un pañuelo rojo: un gesto que, al mismo tiempo, hermana y encadena a ambas mujeres



Finalmente, y tras la oportuna intervención de Henrik, Saadia perderá su miedo a los poderes de Fatima y empezará a vestir con prendas de color azul



De todos modos, los colores mencionados también convertirán en oponentes, más avanzado el relato, y en un sentido tanto dramático como cromático, a la banda de ladrones liderada por Bou Rezza y al pueblo del príncipe Si Lahssen: los primeros vestirán de rojo, pues su primitivismo social les acerca a la misma mentalidad "fruto del pasado" representado por Fatima, mientras que sus oponentes (Saadia, los civiles de la ciudad, los soldados al mando de Si Lahssen, etc.), que prefieren optar por el progreso, vestirán de azul.

Dos bandos enfrentados, en lo dramático y también en lo cromático : por un lado, Bou Rezza...


...y su banda de ladrones, cuya indumentaria tiene como color predominante el rojo


En oposición, tanto Henrik como los soldados de Si Lahssen que combaten a su lado visten prendas de color azul





En las líneas anteriores he apuntado que Saadia abandonará el color azul de su vestimenta en contadas ocasiones: en una de ellas, la joven portará una prenda amarilla por encima de otra azul, para ser sometida a una especie de examen espiritual por parte de Khadir, un respetado líder religioso de la comunidad; en otra ocasión, Saadia retomará brevemente el rojo (y con ello, su cultural tendencia a la superstición), cuando la peste brote inesperadamente en el pueblo una noche de luna llena, tal y como predecía secuencias antes la bruja Fatima; y en otra secuencia, la joven bereber vestirá una prenda del mismo color para asistir a unos festejos tradicionales de su localidad: ninguno de los tres casos refleja un "error" conceptual o formal por parte de Lewin, sino más bien todo lo contrario: el dominio del cineasta de los elementos que se ha propuesto manejar, que aplica con absoluta coherencia en todo momento atendiendo a las diversas implicaciones dramáticas del relato.


Hacia una retórica de los objetos: Función dramática de los objetos de atrezzo en Saadia
Como ya ocurría en Pandora y el holandés errante, durante el metraje de Saadia adquieren especial relevancia una importante cantidad de objetos cuya función narrativa y expresiva resulta determinante para las intenciones artísticas de Albert Lewin. Comparten ambos films con nombre de mujer una sutilidad o refinamiento, en la utilización de estos elementos, que los distancia un poco de las anteriores películas del cineasta, en las que, por momentos, su presencia en pantalla resultaba algo obsesiva.
Con una presencia visual generalmente desprovista de énfasis, y que en algunos casos quizá llega a ser excesivamente fugaz, desfilan por las imágenes del film objetos tales como una figura de mujer tallada en madera, y empleada de un modo que recuerda al de los rituales vudú, ejemplares del Hamlet, de William Shakespeare, o de obras de Marcel Proust, un esbozo de retrato de Henrik dibujado por su amigo Si Lahssen, un busto del rostro de una mujer joven, un collar de piedras, un cuchillo, medicamentos cuya función es combatir la peste en Anaout, un tambor, pinturas obra de Si Lahssen cuyo motivo visual central no es otro que la propia Saadia, etc.

Si nos detenemos un momento a pensar en torno a la naturaleza de varios de estos objetos, no es difícil percibir un patrón característico en el cine de Lewin, pues a través de los mismos quedan representados, simbólicamente, las artes y el folklore humanos: la pintura, la literatura, la escultura, la religión, la magia y la superstición, la música (como veremos en un apartado posterior, Henrik tocará una canción al piano), son vistos por Lewin como formas diversas que tiene el ser humano a su alcance para manifestar externamente sus anhelos más íntimos. Si Henrik lee a Shakespeare y a Proust, no es por otra razón que por que en las obras de estos escritores él encuentra consuelo y reflexión (también tormento) para una tragedia personal (Hamlet) que ha provocado que, en el recuerdo, su pasado devenga una losa demasiado pesada para su presente (En busca del tiempo perdido): Suzanne, una joven con la que Henrik debía contraer matrimonio años atrás, falleció inesperadamente, sin que él, médico, pudiera hacer nada para salvar su vida. Si Henrik acaricia cada noche, al tiempo que susurra una triste canción, un busto de mujer oculto en las penumbras de una de sus habitaciones, es por que la imagen restituye momentáneamente, cual espejismo, a su amada y a sus sentimientos perdidos. Si el caíd Si Lahssen pinta en la intimidad cuadros inspirados por la belleza de Saadia, es a causa del amor silencioso que este profesa hacia la joven bereber, a la que ha terminado por convertir, a través de sus obras, en un objeto de veneración casi religiosa.

Shakespeare y Proust, y entre ambos, el collar de piedras que pertenece a Saadia


Henrik acaricia un busto de mujer...



...que tiene el poder de proyectar en el presente recuerdos de su pasado, cuando Suzanne, la mujer con la que iba a contraer matrimonio, falleció trágicamente, y él, médico de profesión, no pudo hacer nada para evitarlo



Si Lahssen pinta en secreto retratos de Saadia...



...los cuales se convierten en testimonios materiales pero silenciosos del amor que siente el caíd hacia la joven bereber



Otro objetos instalan al film en la ambivalencia narrativa, y a los personajes que lo habitan en la incertidumbre existencial: Fatima, la bruja de Anaout, parece ejercer el dominio de Saadia a través de unos collares de piedras similares con el que ambas mujeres adornan sus respectivos cuellos, como si estos objetos tuvieran el poder de encadenarlas; el retrato de Henrik dibujado por Si Lahssen, al caer en manos de Fatima, sirve para que esta última haga recaer, aparentemente y gracias a su magia, una maldición sobre el médico francés; al final del film, restituido el orden en Anaout, y justo antes de tomar como esposa a Saadia, Si Lahssen debe romper de un solo golpe, delante de su pueblo, la dura superficie de un tambor: el caíd logra salir airoso de la prueba, siendo aceptado el resultado de la misma por todos como un augurio de prosperidad y felicidad para Anaout y para su líder.

Si Lahssen esboza un retrato de su amigo Henrik...


...y el objeto, al caer en manos de Fatima, permite a la bruja lanzar un hechizo sobre su adversario que anula la eficacia de sus conocimientos médicos...


...en los momentos en los que estos son más necesarios



La integración de estos objetos en el discurrir narrativo de Saadia resulta tan fructífera como siempre en el cine de Lewin, con la única excepción (no demasiado importante) de un par de ejemplos que referiré en el siguiente apartado.


Huellas de la autoría de Albert Lewin en Saadia
Decía en el primer apartado de este escrito que en algunos momentos de Saadia parece percibirse un cierto sobresfuerzo creativo por parte de Lewin: en las siguientes líneas intentaré concretar por que creo que esto es así.
En Saadia hay varias secuencias en las que Lewin imita o reformula situaciones que ya tenían lugar en sus películas anteriores. En algunos casos, la repetición resulta pertinente y aparece integrada de forma satisfactoria en el devenir narrativo del film, pero en otros no logran mejorar o añadir nada a los hallazgos previos del cineasta, y su inclusión resulta meramente caprichosa y autoreferencial, careciendo de la intensidad dramática que se les presupone.
Al menos existen dos repeticiones (o variaciones) en el film que destacaría por su fuerza visual: el apuñalamiento por la espalda, a manos de Saadia, de Bou Rezza, el líder de los ladrones cuya banda se oculta en las montañas, y la secuencia en la que Khadir descubre unos cuadros, pintados por Si Lahssen, cuyo motivo visual no es otro que la propia Saadia, y en los que queda patente el amor que aquel siente hacia la mujer.

Tanto en El retrato de Dorian Gray como en Pandora y el holandés errante tenían lugar, en puntos culminantes de los relatos, sendas secuencias en los que un personaje era apuñalado por la espalda: en el primer film, era el propio Dorian Gray quien asesinaba de tal forma a su amigo Basil Hallward; en el segundo, el torero español Juan Montalvo creía finalizar de la misma manera con la vida del marino holandés Hendrick van der Zee: en ambos casos, el comportamiento de los asesinos era completamente reprobable, y Albert Lewin, que tenía no poco de moralista, como demuestra continuamente en sus films, mostraba visualmente tan crueles situaciones de una forma prácticamente idéntica: un encuadre inicial que relacionaba un objeto (siempre el arma homicida) situado en un término visual cercano a cámara con un personaje situado al fondo de la imagen (la víctima); picados y contrapicados que acentuaban el dramatismo de la situación que se desarrollaba a continuación: la víctima ofreciendo la espalda al asesino y recibiendo la puñalada de forma inesperada; una fuente de luz (generalmente una lámpara) siendo involuntariamente balanceada por el herido al dejar caer su cuerpo inerte al suelo, la cual llenaba por uno momentos de intermitentes claroscuros la estancia donde había tenido lugar el suceso. En Saadia esta situación se repite, pero en esta ocasión de forma "justificada", o por lo menos mucho menos reprobable: Saadia apuñalará inadvertidamente a Bou Rezza, el hombre que se ha apoderado de las medicinas que iban destinadas a los habitantes de Anaout afectados por la peste, con lo que estas serán recuperadas y llegarán a su destino inicial. Saadia procede de forma criminal por una buena causa, lo que la aleja, indiscutiblemente, tanto de Dorian Gray, quien asesinaba a su amigo Basil tras darle a conocer sus atroces actos, o de Juan Montalvo, que intentaba deshacerse de tal forma del rival amoroso que había conseguido seducir a la bella Pandora Reynolds. También habría que añadir, a favor de Saadia, que esta, por ser mujer y carecer de la fuerza física suficiente para doblegar al robusto Bou Rezza, actúa con inteligencia y soluciona la situación de la forma más favorable para lograr recuperar las medicinas y salir airosa del campamento de los ladrones.

En lo referente a los cuadros pintados por Si Lahssen, su contenido visual refleja la fascinación que el caíd de Anaout siente por Saadia, y Lewin descubre al espectador la existencia de estas obras a través de la mirada de un personaje secundario, Khadir, que al observar las mismas propicia un breve travelling de acercamiento, hacía una en concreto, muy similar al movimiento de cámara que tenía lugar en El retrato de Dorian Gray cuando Lord Henry Wotton contemplaba por primera vez el retrato de Dorian realizado por un amigo de ambos, el pintor Basil Hallward. La resolución visual resulta apropiada, en ambas ocasiones, y acorde con la atracción de la mirada que provocan en sus espectadores los respectivos cuadros.

En el lado opuesto de la balanza se encuentran otras variaciones de Lewin en torno a secuencias previas de su filmografía. En una de estas variaciones, Henrik toca al piano los Preludios de Chopin, tal y como ya lo hacia el personaje de Dorian Gray en la película que adaptaba la narración de Oscar Wilde: en aquella ocasión, la música de Chopin alcanzaba prácticamente, con sus diversas apariciones a lo largo del film, el rango de leit motiv musical; en esta, en cambio, la misma música intenta reflejar - muy tímidamente, hay que decir - el turbulento interior de Henrik. La acción propiamente dicha (alguien toca música al piano mientras otro personaje le escucha) se repite, como ya dije en el análisis de Pandora y el holandés errante, en casi todos los films del realizador, pero al hacer acto de presencia en Saadia, la situación carece de la fuerza dramática que indudablemente sí tenía, sin ir más lejos, en sus apariciones en la propia Pandora y en el film protagonizado por el inquietante Dorian Gray.
Otro elemento musical, conmovedor pero incluido en este film de forma igualmente insatisfactoria, es el relativo a la triste y misteriosa canción (o más bien habría que decir letanía) que susurra Henrik cada noche mientras ahoga sus penas contemplando el busto de mujer que le recuerda a Suzanne, la joven trágicamente fallecida que debía ser su esposa. La tonada vuelve a escucharse, sorprendentemente y de forma casi imperceptible, en la secuencia, situada hacia el final del film, en la que el pueblo de Anaout y varios occidentales se unen en una oración conjunta y desesperada (aunque dirigida a dioses distintos) que pretende salvar la vida de un malherido Si Lahssen: se intuye una fuerza dramática conmovedora en el uso de esta canción, pero sus dos apariciones en el film resultan tan breves y fugaces que pasan casi inadvertidas y apenas logran prender la emoción en el espectador, algo que sí lograba de forma más convincente otra canción que aparecía, también en dos ocasiones, en Pandora y el holandés errante: la que tocaba Pandora Reynolds al piano y que expresaba el intimo anhelo romántico de la mujer (apenas anunciado la primera vez que sonaba, pero concretado definitivamente en su segunda aparición en el film) por el amor del  holandés Hendrick van der Zee.

Otra "variación Lewin", que también remite a un objeto con importante presencia en varios momentos de Pandora y el holandés errante, corresponde a un reloj de arena, cuya aparición en Saadia resulta acaso excesivamente fugaz e intrascendente: tiene lugar exactamente cuando el film alcanza su primera hora de metraje, en una secuencia en la que Henrik desvela, ante la atenta mirada de Si Lahssen y Khadir, los sentimientos amorosos que siente hacia Saadia. El caíd y el líder religioso de Anaout yacen sentados en el suelo, escuchando a Henrik, quien se encuentra situado de pie frente a ellos y, mientras habla, coge el mencionado reloj de arena situado encima de una mesa a un lado suyo, sujeta y observa el objeto durante un instante, y lo vuelve a dejar en su sitio: aunque de forma algo vaga e imprecisa, la inclusión de este objeto, que alude al paso del tiempo, permite intuir que Lewin pretende trazar un paralelismo entre el protagonista de su actual film, Henrik, y el holandés errante de Pandora, Hendrick: ambos comparten similar nombre de pila y una similar lucha contra el tiempo, y en sus respectivos presentes los trágicos acontecimientos del pasado adquieren un peso quizás excesivo; ambos, también, buscan su redención personal en los brazos de una mujer.

Henrik sujeta en sus manos un reloj de arena: un objeto cuya utilización en el film es meramente anecdótica y caprichosa



De forma más anecdótica, Lewin se rinde autohomenaje con el plano final del film: los títulos de crédito se suceden sobre la imagen de la figura de madera con la que Fatima había embrujado a Saadia. Esta conclusión queda directamente vinculada con la que tenía lugar en Soberbia, en la que una figura similar, principal inductora del viaje a Morea de Charles Strickland, el protagonista de la narración, era consumida por las llamas.


Imagen con la que concluye el film: la figura de madera con la que Fatima dominaba la voluntad de Saadia



Imagen que cierra Soberbia: la figura que ha impulsado al pintor Charles Strickland a viajar a Tahití arde pasto de las llamas



Quien haya llegado hasta aquí, y haya leído los respectivos apartados homónimos de los otros films analizados en este estudio, probablemente habrá percibido una ausencia: no he procedido a describir minuciosamente la planificación y los elementos presentes en un determinado tipo de situación dramática repetida en todos los films anteriores de Lewin. Lo he dicho al principio de este escrito y me parece interesante repetirlo aquí: pese a que los protagonistas principales de Saadia conforman un triángulo sentimental similar a los que había en Soberbia, El retrato de Dorian Gray, Los asuntos privados de Bel Ami o Pandora y el holandés errante, en esta ocasión ni existe antagonismo masculino entre los personajes de Henrik y Si Lahssen, ni Saadia provoca rupturas de ningún tipo en la amistad que mantienen los dos hombres; además, y se diría que en consonancia con este cambio de registro en la filosofía de Lewin, el clímax dramático del relato resulta notablemente más positivo y feliz de lo habitual: ninguno de los tres protagonistas muere, y en cambio todos parecen alcanzar, de una u otra forma, un cierto grado de felicidad y equilibrio vital. Existe triángulo amoroso, pero no existe conflicto en el interior del mismo; en consecuencia, y pese a que sí hay en el film planos que establecen geométricamente, aunque de forma más funcional de lo habitual, el susodicho triángulo, no existen secuencias que expresen visualmente escisiones, rupturas o antagonismos entre los integrantes del mismo. El conflicto amoroso, de existir, se soluciona sin tensión, de forma cordial y "natural", y al final parece existir en todo el relato algo de pura y simple predestinación de los personajes. En realidad, gracias a esta "ausencia formal", Saadia simplemente se erige en una coherente excepción que confirma una regla en el cine de Albert Lewin.


lunes, 4 de abril de 2011

ESTUDIO ALBERT LEWIN (4): PANDORA Y EL HOLANDÉS ERRANTE (PANDORA AND THE FLYING DUTCHMAN, 1951)

Título Original: Pandora and the Flying Dutchman
Año: 1951
Nacionalidad: Reino Unido
Duración: 122 min
Director: Albert Lewin
Guión: Albert Lewin
Actores: James Mason, Ava Gardner, Nigel Patrick, Sheila Sim, Harold Warrender, Mario Cabré

Sinopsis: Pandora Reynolds es una atractiva mujer a cuyos pies caen rendidos todos los hombres que la conocen, aunque esta se muestre incapaz de demostrar afecto por ninguno de ellos, hasta la inesperada aparición, un día en las costas de un pueblo español llamado Esperanza, de un velero en el que viaja un misterioso marinero holandés de nombre Hendrick Van der Zee. Pandora se sentirá poderosamente atraída por el desconocido, el cual podría ser la encarnación actual del conocido como holandés errante, un hombre que, según reza una leyenda, está condenado por mandato divino a la inmortalidad y a vagar por las aguas de todo el mundo hasta encontrar a una mujer que esté dispuesta a morir por su amor hacia él, para, de ese modo, lograr salvar su alma.




Continuidad temática en el cine de Albert Lewin
El cuarto film dirigido por Albert Lewin es también el primero que cuenta con un guión original obra del propio realizador, inspirado al mismo tiempo en la leyenda del holandés errante (que surge aproximadamente en algún momento del siglo XVII) y en la de la caja de Pandora (personaje cuyas primeras apariciones en literatura tienen lugar en Teogonía y en Trabajos y días, dos obras del poeta griego Hesíodo, cuyo alumbramiento se produce en algún momento de la segunda mitad del siglo VIII a.C. o bien de la primera mitad del siglo VII a.C.). De todos modos, el guión de Lewin, que sorprende por su audacia, imaginación y madurez, retoma claramente elementos narrativos y temáticos ya presentes en los anteriores films del realizador, que es casi lo mismo que decir que Lewin se apropia (en el mejor de los sentidos) de elementos ya presentes en las novelas de William Somerset Maugham, Oscar Wilde o Guy de Maupassant que adaptaba en aquellos.     

La Pandora Reynolds (Ava Gardner) que protagoniza Pandora y el holandés errante es un personaje que puede ser visto por el espectador como el reverso en femenino de Dorian Gray o de Georges Duroy, respectivos protagonistas masculinos de El retrato de Dorian Gray (1945) y de Los asuntos privados Bel Ami (1947), ya que por un lado, con su belleza, Pandora hace sucumbir a todos los hombres que la rodean, que se muestran incapaces de resistirse a la tentación (esencialmente erótica) que la mujer representa para ellos, y a los que esta manejará como títeres para su diversión y la satisfacción constante de su vanidad femenina; y por otro lado, Pandora tiene algo de irreal, de místico, de incomprensible: antes que un ser humano, parece más bien la encarnación en el mundo real de un ideal de belleza y sexualidad, entendido el concepto en esta ocasión, claro está, desde el punto de vista masculino, del mismo modo en que Dorian Gray o Georges Duroy lo eran para el sexo femenino. Al igual que Duroy, Pandora siempre está rodeada de admiradores del sexo opuesto, siendo cuatro en concreto los que centran la atención de Lewin durante el desarrollo del film: Reggie Demarest, el cual, comprendiendo que Pandora nunca le amará, se suicida al principio del film después de escuchar una romántica y melancólica canción cantada por su amada; Stephen Cameron, un piloto inglés de carreras; Juan Montalvo, un torero español, y Geoffrey Fielding, un arqueólogo que también admira a la mujer aunque no abrigue pretensiones amorosas con ella, y personaje escogido por Lewin para desempeñar el rol de narrador de los acontecimientos de un modo similar a como el realizador utilizaba al Geoffrey Wolfe (el uso del mismo nombre de pila para ambos personajes quizá no sea una coincidencia) de Soberbia (The Moon and Sixpence, 1942).

A las similitudes temáticas y/o narrativas ya señaladas, que no son, ni mucho menos, las únicas que aproximan a este film de Lewin a los anteriores del realizador, hay que sumar algunos guiños, completamente conscientes por parte de este, a su propio imaginario creativo: en El retrato de Dorian Gray, el joven protagonista de la narración conocía a Sibyl Vane, la chica inicialmente objeto de su adoración romántica, en el local llamado Las Dos Tortugas, y en Pandora y el holandés errante, tanto Pandora como su grupo de amigos/admiradores acuden asiduamente a una taberna española con el mismo nombre que incluye números musicales de tablao flamenco.
En los siguientes apartados centraré mi atención en la importancia que adquieren durante el film elementos como la constante presencia visual del mar en los planos, la descripción psicológica de los personajes a través de determinados objetos, el sonido y la música, o la forma que tiene Lewin de organizar en sus encuadres tanto el espacio fílmico como a los personajes que transitan por él, en obediencia a una necesidad expresiva muy específica y que prolonga con incontestable continuidad y coherencia el universo personal plasmado por el cineasta en sus películas anteriores.

Dorian Gray frente al cartel de un local de los bajos fondos londinenses llamado "The Two Turtles"


El torero Juan Montalvo y sus ayudantes, a punto en entrar en la taberna española "Las Dos Tortugas"



Pandora, el mar y el cielo

Al inicio de Pandora y el holandés errante son hallados, tendidos sobre la arena de la playa de Esperanza - lugar situado en España en el que transcurre la historia - los cadáveres, de los cuales solo atisbaremos sus manos entrelazadas, de Pandora Reynolds y Hendrick van der Zee (James Mason). Tras el suceso, Geoffrey Fielding (Harold Warrender) se dispone a narrar al espectador los acontecimientos previos que han conducido a la pareja a su trágico (y romántico) final, pero antes, el personaje pronunciará unas extrañas palabras que devienen cercanas, sin llegar a serlo, a la figura literaria conocida como oxímoron: "intentar comprender el alma humana es como querer vaciar el mar con una taza". La comparación que establece la frase entre la vastedad del alma humana y la del mar resulta oportuna, precisamente, por que este último elemento, el mar, jugará durante toda la película un papel visual, dramático y metafórico absolutamente fundamental para comprender por completo las intenciones artísticas de Lewin. La planificación del realizador relacionará constantemente a Pandora Reynolds con el mar, sugiriendo con ello que la mujer "es el mar". Una sugerencia que empieza a establecerse, de forma transparente, a partir de la secuencia, que tiene lugar al principio del film, en la que Pandora y el piloto de carreras Stephen Cameron se dirigen, con el coche propiedad de este último, hasta un acantilado en el que Stephen, por expreso deseo de la mujer, despeñará su vehículo para demostrar cual es "la medida de su amor" hacia ella. Durante toda la secuencia, Lewin filma a Pandora contra fondos diáfanamente azules, bien sean el del despejado cielo nocturno o el del mar que arremete contra las rocas del acantilado, mientras que Stephen aparece continuamente filmado frente a elementos más "terrenales", tales como árboles o vegetación. Esta no será la única vez que Pandora será comparada por Lewin con el cielo (al igual que el mar, un referente de la inmensidad terrenal, pero también un elemento característicamente asociado en el arte - no solo en el cine, evidentemente - a lo Absoluto), pero sí que me parece muy interesante destacar a este respecto el instante posterior, de los más extraordinarios del film, en el que Hendrick van der Zee, poco después de conocer a Pandora y ser invitado por esta a cenar en su casa al día siguiente, es cautivado por la música de piano que toca apasionadamente Pandora y que el holandés escucha desde el exterior de la casa de la mujer. 
Se produce en este momento un efecto de reciprocidad emocional entre hombre y mujer: las apasionadas notas que Pandora "arranca" del piano son fruto del contacto que esta acaba de entablar con el desconocido marinero holandés, el cual ha logrado despertar los aletargados sentimientos amorosos de la mujer (Lewin deja este aspecto bien claro en la secuencia, mediante un plano que muestra a Pandora sentada frente al piano en una habitación de su casa, y a espaldas de la mujer una ventana a través de la cual puede verse el velero de Hendrick), y, en justa correspondencia por parte del hombre, Hendrick alcanza por un momento (el que dura la pieza musical) la plenitud existencial: el estado de éxtasis emocional que alcanza Hendrick mientras escucha la música es brillantemente plasmado en imágenes por Lewin, quien filma planos del emocionado holandés posando su mirada en determinados espacios situados fuera de campo, y los consiguientes contraplanos que muestran lo que el personaje está observando: en un primer caso, el contraplano pertenece al mar, y en otro, al inmenso y azulado cielo. Si en este significativo momento del film Pandora no está presente visualmente, sí lo está su esencia: el mar y el cielo, lo inabarcable, y Lewin, quien ya ha trazado de forma lo suficientemente explícita esta comparación en la secuencia de Pandora con Stephen, ahora se permite volver a establecerla de forma subliminal y, por lo tanto, más poética: ya no es necesaria la presencia en el plano de Pandora: la música de piano tocada por esta la sustituye y sugiere la naturaleza etérea de la mujer, mientras los planos del mar y del cielo la corroboran.

Al principio del film, los cadáveres de Pandora y Hendrick, con sus manos entrelazadas, son hallados sobre la arena de la playa de Esperanza


Secuencia de Pandora y Stephen:
(Aunque en esta ocasión las capturas estáticas quedan excesivamente oscuras, las imágenes pueden ser apreciadas con bastante precisión durante el visionado de la película)

1) Plano cenital, nocturno, que muestra a Pandora tumbada en el suelo en el límite mismo de un acantilado, y el agua del mar al final del mismo


2) Otro plano de la misma secuencia: Pandora continúa tumbada en el suelo, pero en esta ocasión Lewin sitúa la cámara en una posición que recorta la silueta de la mujer contra el azul del cielo. De pie, detrás de la mujer y a la derecha del encuadre, aparece el propio Stephen. 



Secuencia posterior 

Hendrick escucha extasiado la música que Pandora toca al piano...


...con el pensamiento puesto en él, como demuestra este plano en el que Pandora aparece sentada frente al instrumento, mientras el velero del holandés puede ser visto tras una ventana


Hendrick cierra los ojos, emocionado por la música...


...y poco después los abre, para buscar con su mirada manifestaciones terrenales de lo Absoluto, acordes con su éxtasis


Primero, el hombre observa el mar


Y después, su mirada se dirige hacia algo más elevado...


... el cielo. 
Ambos elementos, el mar y el cielo, aparecen repetidas veces relacionados, a lo largo del film, con la propia Pandora



De todos modos, Lewin zanja el tema por completo en otra secuencia, que tiene lugar hacia la hora y media de metraje, en la que Pandora y Hendrick se encuentran solos en la playa. Hendrick recita a la mujer un poema sobre el mar, y entonces tiene lugar el siguiente diálogo entre hombre y mujer:

Pandora: 
Es un poema inglés

Hendrick: 
Sí.

Pandora: 
Es curioso que un holandés sepa de memoria una poesía inglesa, pero hace ya tiempo que has dejado de sorprenderme.

Hendrick: 
Es un poema sobre el mar y yo sé mucho sobre el mar

Pandora: 
¿Te gusta el mar?

- Hendrick: 
¿Qué si me gusta?

Acto seguido, la pareja se besa apasionadamente, y Lewin realza la intensidad emocional del momento con un fragmento de la banda sonora compuesta para el film por el compositor Alan Rawsthorne: las intenciones del realizador han quedado, como se suele decir, más claro que el agua: ¿Quien, sino un marinero (es decir, alguien que conoce la particularidades del mar, en detrimento de un torero y de un piloto de carreras), iba a conseguir enamorar a una mujer como Pandora?


Importancia de los objetos en el film

Pandora y el holandés errante es el primer film de Albert Lewin en que la tendencia del cineasta a utilizar objetos de atrezzo, cuya relevancia dramática y visual resulta determinante para el desarrollo de personajes y de la narración, deviene más sutil o, mejor dicho, integrada de forma más natural y sencilla en el fluir del mismo. En los anteriores films de Lewin, es decir, Soberbia, El retrato de Dorian Gray y Los asuntos privados de Bel Ami, como he intentado demostrar en sus respectivos análisis, adquieren una persistente presencia en pantalla los objetos que tratan de definir la psicología de un personaje, la naturaleza de una situación, o que denotan el devenir de una relación (generalmente emocional) entre un hombre y una mujer. La utilización de estos objetos por parte del cineasta deviene en ocasiones obsesiva, como de hecho ocurre en la propia Los asuntos privados de Bel Ami, en la que su diversidad y presencia en pantalla se puede contar por decenas: desde un muñeco del teatro de títeres parisiense hasta los rizos del cabello de una mujer cuidadosamente adheridos a los botones de una chaqueta del protagonista, pasando por paraguas, navajas de afeitar, pitilleras, fotografías, un soldado de juguete, etc. Puede decirse que, en ocasiones, Lewin sobrecarga quizá demasiado el relato con la presencia de los objetos, pese a que su uso siempre resulte fructífero y enriquezca al mismo.

A continuación, indico los objetos más importantes que aparecen en Pandora y el holandés errante, y describo brevemente su utilidad dramática y expresiva. Destaco que en la misma categoría, y por primera vez, Lewin incluye la presencia de vehículos y de un animal (aunque este último, evidentemente, no es un objeto, es empleado por el cineasta con una finalidad similar):

- Velero de Hendrick van der Zee: Si, como he dicho en un apartado anterior, Lewin asocia, a lo largo del film, a Pandora con el mar, y el holandés reconoce que este le gusta hasta el punto de amarlo, entonces la asimilación que Lewin hace de la leyenda del holandés errante, condenado por toda la eternidad, hasta el día del Juicio Final, a navegar por los mares, resulta completamente pertinente y sirve a las intenciones románticas del cineasta: una eternidad surcando las aguas es tiempo más que suficiente para que alguien llegue a amar el mar, y el velero contemporáneo (pues el holandés cambia de embarcación según la época histórica) deviene en el film tanto la herramienta indispensable para que el hombre cumpla con su condena como un elemento visual cuya mera aparición en el plano evoca la figura de Hendrick. En el apartado "Huellas de la autoría de Albert Lewin en Pandora y el holandés errante" hablo extensamente de una secuencia en la que el velero desempeña un papel fundamental en la configuración visual de algunos planos.

Dos de las ocasiones (hay más) en las que el velero de Hendrick forma parte de encuadres de gran expresividad visual y importancia narrativa para el devenir del relato




- Reloj de arena: Este objeto será "puesto en marcha" por Hendrick en su primer contacto con Pandora Reynolds, cuando la bella mujer emerja completamente desnuda (otro signo inequívoco de que Pandora y el agua son en el film una misma cosa) de las aguas de la playa y de tal modo se presente en el barco ante el holandés. El reloj de arena simboliza la Eternidad a la que es condenado Hendrick por mandato Divino, y razón por la que el personaje deja de ser mortal. Esta invulnerabilidad a la muerte quedará puesta de manifiesto, en una secuencia que acaece hacia el final del film, cuando Juan Montalvo apuñale varias veces por la espalda a Hendrick, provocando la caída al suelo de este y del reloj de arena. Cuando el torero español desaparezca de la escena del crimen, Hendrick recuperará la consciencia, siendo su primer gesto reflejo...colocar de nuevo en pie el reloj de arena, es decir, el mecanismo cuyo funcionamiento refleja su propia inmortalidad.
Al final del film, cuando Pandora y Hendrick se amen definitivamente, el cristal del reloj se resquebrajará, siendo esta la señal inequívoca de que el holandés recupera su mortalidad: con su amor, Pandora y Hendrick finalizan su larga búsqueda (de siglos), el uno del otro, y en consecuencia mueren.

Hendrick, que acaba de conocer a Pandora, pone en marcha su reloj de arena


Un objeto, símbolo de la inmortalidad física del marinero - que ha sido condenado a navegar por el mar hasta del Día del Juicio Final -, que reaparece en otros momentos del film



- Coche de carreras de Stephen: Este vehículo no solo permite a Lewin convertir las aspiraciones amorosas que tanto Stephen - el mejor piloto de carreras del momento - como Juan Montalvo - el mejor torero español del momento - tienen con Pandora en toda una competición deportiva en la que el trofeo es la propia mujer, demostrando cada uno de ellos, en sus respectivas disciplinas, su masculinidad y superioridad el uno sobre el otro, sino que permite a la propia Pandora valorar "la medida del amor" del propio Stephen hacia ella, atendiendo la mujer a una frase pronunciada por Geoffrey Fielding: "el amor se mide según lo que uno está dispuesto a abandonar por él". Stephen, por amor, sólo es capaz de desprenderse de algo material, y por ello despeñará, sin demasiados remordimientos y por deseo de Pandora, su vehículo por un barranco. En cambio, Pandora estará dispuesta a morir por su amor con Hendrick, y este último, a perder su "salvación" en los brazos de una mujer que le ama de verdad: en ambos casos la entrega, es decir la medida del amor reciproco, supera a la de un simple objeto material: Pandora entrega su vida y Hendrick también, en aras de un amor que empujará a los amantes a los brazos de la muerte, y que, por ello mismo, devendrá más espiritual que físico.

- Vasija de Geoffrey: Geoffrey desempeña en el film la profesión de arqueólogo, y entre sus quehaceres habituales se encuentra la necesidad de reconstruir objetos antiguos en mal estado. Es por ello que Lewin aprovechará, al otorgar a este personaje el papel de narrador de la historia, para integrar al principio del film una sencilla metáfora visual y narrativa: Al poco de que Geoffrey, dirigiéndose al espectador del film como al destinatario final de su narración, empiece a contar la historia de Pandora y Hendrick, justo después de que ambos sean hallados ahogados en la playa de Esperanza, el arqueólogo se dirige hacia los restos de una vasija situados sobre una mesa y, después de calentar un fragmento del la misma, lo agrega a la base del objeto, empezando su reconstrucción al mismo tiempo que reflexiona en voz alta: "si pudiera encajar los acontecimientos, incidente tras incidente. He pasado mi vida ensamblando las piezas de viejos misterios. Quizás logre que un nuevo misterio me desvele sus secretos". La secuencia deja paso, mediante un fundido encadenado, a la primera secuencia de la narración propiamente dicha de los acontecimientos que han conducido a la muerte a la pareja de enamorados, y Geoffrey pasa a ocupar el más clásico papel de narrador en el cine a través de su voz en off.
No será hasta la secuencia que concluye el film, dando paso a los títulos de crédito finales, cuando la vasija reaparecerá nuevamente. Finalizada la narración de Geoffrey, y por lo tanto, "ensambladas las piezas del misterio" de la muerte de los amantes cuyos cuerpos han aparecido en la playa, al arqueólogo ya solo le quedará agregar una última pieza a la vasija, la que la reconstruye por completo. Con este objeto, que aparece al inicio y al final de Pandora y el holandés errante, Lewin también dota de cierta circularidad narrativa a su film.

- Perrito de Pandora: Este animal protagoniza una de las apariciones más singulares en la breve filmografía de Albert Lewin. La primera vez que Hendrick acuda por invitación a la casa de Pandora, será afectuosamente recibido por este perrito, el cual, en presencia de los otros hombres que rodean a la mujer, ni tan solo ha dado muestras de existir. Cuando los sentimientos de Pandora hacia el holandés empiecen a crecer, la mujer regalará al animal en cuestión al hombre, estableciendo con ello tanto Pandora (como mujer) como Lewin (como cineasta) un primer vínculo emocional entre ambos personajes, antes de que ambos terminen por dejarse arrastrar definitivamente por una mutua  pasión amorosa. El perrito, justo después de que Juan Montalvo, en una secuencia que acaece bien avanzado el film, apuñale por la espalda a Hendrick con la intención de matarlo, alertará con sus ladridos de la presencia en el lugar del intruso, obligando a este a deshacerse también del animal para silenciarlo. Tras el suceso, Hendrick admitirá ante Pandora que "Estoy muy afectado. Quería mucho a ese perro."

El sonido y la música
Poco antes de que Stephen, a petición de Pandora, despeñe por un acantilado su vehículo de carreras, demostrando de ese modo "la medida de su amor" hacia ella, y obtenga de la mujer a cambio una promesa de enlace matrimonial, la misma ha observado que "hay un extraño yate anclado en la bahía". Stephen, que conoce sobradamente la tendencia que tiene Pandora para dejar volar su imaginación, añade: "Ahora imaginarás que tu destino está a bordo de ese yate, junto con Nelson o el holandés errante". La aparición, justo en ese momento de la conversación, del arqueólogo Geoffrey, que recoge a la pareja en su vehículo para llevarlos de regreso al pueblo de Esperanza, proporciona a Pandora una oportunidad instantánea de obtener información acerca de la leyenda del citado holandés errante; según Geoffrey, "el holandés errante puede reaparecer cada siete años en busca de la mujer que pueda redimirle de su maldición. Está condenado a surcar los mares hasta el día del juicio como capitán de un barco fantasma, a menos que encuentre a una mujer que le ame hasta el punto de morir por él". Aunque, evidentemente, ni Stephen ni Geoffrey conceden demasiada importancia a la historia, la misma ha logrado prender la llama de la fascinación en la mente de Pandora, y, por lo tanto, cuando al atravesar un túnel con el coche, Stephen, después de que Pandora le diga que "esa es una prueba de amor más fuerte que la tuya", conteste a su futura esposa que "yo te tengo a ti y él aún sigue buscando", quitando hierro al asunto, sus palabras irán acompañadas de una reverberación algo fantasmal provocada por la estrechez y concavidad del propio túnel. La seguridad de celebrar su enlace con Pandora que demuestran las palabras de Stephen es negada por completo por la reverberación sonora que las acompaña: las pretensiones amorosas de Stephen son un mero espejismo (de ahí el efecto sonoro que distorsiona el sentido de las palabras del hombre), y su destino es más terrenal y se encuentra en la mujer que de verdad le quiere, Janet (Sheila Sim).

El mismo tipo de efecto sonoro reaparecerá en una secuencia que tiene lugar durante el último tercio del film, cuando Juan Montalvo, tras ser gravemente corneado por un toro en la plaza de toros, como consecuencia del despiste momentáneo de su labor que le ha provocado el ver reaparecer con vida en la gradería del recinto a Hendrick - a quien indudablemente había asesinado la noche anterior, apuñalándolo por la espalda -, no deje de gritar repetidas veces "Está vivo. Sí, está aquí. Yo lo mate, ¡ y está vivo!". De nuevo un efecto sonoro fantasmal, justificado en esta ocasión por la sonoridad del propio recinto de la plaza de toros y sus pasillos, que coincide con el descrito en el párrafo anterior en señalar la naturaleza ilusoria de un acontecimiento. En aquella ocasión, la ilusión era relativa al enlace matrimonial de Pandora y Stephen, mucho más sujeta a la inconcreción del futuro; en la secuencia con el torero, en cambio, se revela que un hecho concreto (el asesinato de Hendrik) contemplado incluso por el espectador del film, estaba igualmente revestido de irrealidad. La entraña fantástica del relato y del personaje de Hendrick no es únicamente puesta de manifiesto por Albert Lewin mediante las imágenes, sino también a través de recursos como el sonido.

Otro destacado momento, en el que se manifiesta el cariño con el que el sonido era trabajado por Lewin, se encuentra en la secuencia, que tiene lugar al inicio del film, en la que Reggie Demarest consuma su suicidio, por amor no correspondido por Pandora, en el interior de la taberna Las Dos Tortugas. Reggie escucha ensimismado la canción que Pandora toca al piano y canta para él. En el transcurso de la misma, el enamorado vierte veneno en una copa y acto seguido lo ingiere. Cuando Pandora se percata de lo que ha ocurrido, Reggie se aparta de ella y se dirige hacia la mesa en la que se encuentran los conocidos de ambos, al tiempo que pronuncia unas extrañas palabras: "La muerte tiene diez mil puertas para que salgan los hombres, y se mueven de tal forma que se puede salir en los dos sentidos. No me he enterado de lo que estabais murmurando". Seguidamente, el ebrio Reggie da un giro completo sobre si mismo, y finalmente cae derrumbado al suelo. Lewin hace coincidir la caída física del personaje (su muerte) con el sonido de un golpe de platillos que da por concluido el fragmento de música incidental (la conocida popularmente como banda sonora) que acompaña a este trágico acontecimiento. Como podemos comprobar, el realizador es capaz de dotar de especial relevancia dramática incluso a momentos tan breves como el mencionado, relativo a un personaje cuya aparición en el film, no por breve, resulta menos importante y trascendente para la narración: este episodio, en el que la muerte por amor juega un papel fundamental, ya informa al espectador de que Pandora Reynolds puede ser una encarnación en el tiempo actual de la Pandora del clasicismo griego y, por lo tanto, una mujer condenada, sin ella desearlo, a conducir a la fatalidad a los que la aman.

En esa misma secuencia de la que hablo en el párrafo anterior, y que transcurre en el interior de la taberna Las Dos Tortugas, Lewin hace coincidir dos tipos de música muy diferentes, pero que el cineasta, muy hábilmente, hace converger indiscutiblemente hacia un mismo fin dramático: por un lado, la música de tablao flamenco, y por el otro, la canción que Pandora toca al piano para su amigo Reggie. En la actuación de tablao, que da inicio a la secuencia, varios gitanos cantan y bailan al compás de la letra de una canción que habla de la pasión amorosa humana y del tormento que este sentimiento acostumbra a acarrear para los desdichados que se dejan arrastrar por ella. Seguidamente, y no por casualidad, Lewin introduce en el film a Reggie Demarest, un hombre desdichado por el amor no correspondido que siente por Pandora. La segunda canción, la que toca Pandora, inflige la estocada emocional definitiva al personaje, que acto seguido se suicida.

Precisamente esta canción que canta Pandora, y que impulsa al suicidio a Reggie Demarest, desempeña un importante papel dramático en el desarrollo de Pandora y el holandés errante. Finalizada la canción, en esta su primera aparición en el film, un alcoholizado e intrigado Reggie pregunta a Pandora acerca del sentimiento puesto por la mujer en la interpretación de la letra.

Reggie:
Lo has cantado como si realmente lo sintieras.

Pandora:
Así es.

Reggie: 
Pero, ¿no por mí? 

Pandora:
No Reggie, no por ti.

Reggie:
¿Por Stephen tal vez?

Pandora:
No, no es Stephen.

Reggie:
Entonces, ¿quién es?

Pandora:
No lo sé.

Reggie:
Aún no le has conocido.

El enamorado Reggie, convencido definitivamente de que los sentimientos de Pandora no se decantan hacia él, ingiere seguidamente el veneno y muere. La canción, en esta secuencia, forma parte de lo que se suele llamar música diegética de un film (es decir, aquella que, mientras suena, incluye en la propia imagen al objeto emisor y/o los instrumentos que la conforman: elementos que en este caso serían Pandora y el piano).
Será mucho más avanzado el film, durante la secuencia de la fiesta de celebración del nuevo récord de velocidad alcanzado por Stephen, cuando Albert Lewin, muy oportunamente, recupere el mismo tema musical, pero en esta ocasión con la particularidad de que no será Pandora la intérprete de la misma, sino una banda musical contratada para la ocasión. Lo curioso del caso es que, pese a que varios invitados al evento se levantan para dirigirse a la pista de baile nada más empezada la canción, Lewin no muestra en ningún plano de la secuencia a los integrantes de la banda, por lo que, todo y poder ser considerado un momento de música diegética, tampoco resulta nada inapropiado pensar que esta segunda aparición en el film de la misma pieza musical desarrolla ahora un papel extradiegético (o incidental), encaminado a ensalzar los sentimientos amorosos de Pandora, la cual, pese a estar sentada frente a una mesa junto a Stephen, con quien tiene que contraer matrimonio en pocos días, mira con completa fascinación a Hendrick, situado en el extremo más alejado de ella. En esta secuencia queda despejada finalmente la incógnita que intrigaba a Reggie al principio del film: el corazón de Pandora pertenece, desde este momento, al misterioso holandés, y dos personajes que comparten mesa con ellos, y que presencian la fijeza de este cruce de miradas entre la pareja, así parecen entenderlo: Juan Montalvo, que se interpone entre la pareja, separándola espacialmente, debido al lugar que ocupa en la mesa, lo refleja con la violencia de su mirada; por su parte, Janet no puede reprimir un impulso y, levantándose de la mesa, le reprocha directamente a Pandora que utilice a Stephen como mero pasatiempo masculino.

Los sentimientos y la música de piano: ambos elementos reaparecen en Pandora y el holandés errante, pero antes ya desempeñaban un importante papel en anteriores films de Albert Lewin, caso de El retrato de Dorian Gray y Los asuntos privados de Bel Ami. En la adaptación del texto de Oscar Wilde, Dorian Gray cautivaba el corazón de Sibyl Vane con su interpretación al piano de los Preludios, de Frederic Chopin. En la adaptación de la novela de Maupassant, en cambio, Georges Duroy improvisaba al piano una breve canción de cumpleaños para la hija pequeña de Clotilde de Marelle, y con ello conquistaba al mismo tiempo los sentimientos de la hija y de la madre. Lewin parece hacer suyo, a través de sus películas, el lema que decoraba el piano de la hija pequeña de Clotilde: "If Music be the food of love, Play on". Algo así como "Si la música es el alimento del amor, tocála".

Huellas de la autoría de Albert Lewin en Pandora y el holandés errante
El título de este apartado, que se repite en cada uno de los análisis dedicados a los tres anteriores films de Lewin, no pretende otra cosa que poner especial énfasis en una determinada manera que tiene nuestro cineasta de filmar ciertas situaciones. Dicho de otro modo, no será esta, evidentemente, la única particularidad formal que se repetirá en cada uno de los films de Lewin (pues en estos existen multitud de situaciones dramáticas similares, tipos de personajes y temas que se repiten, una manera muy concreta de sacar partido visual y expresivo de los objetos de atrezzo, de utilizar la música y los efectos de sonido, etc.), pero sí la que, en mi opinión, parece demostrar que tipo de material narrativo atraía al cineasta y hacia que punto exacto le gustaba a este conducir al drama de forma prácticamente invariable: cuando los triángulos amorosos, geométricamente dispuestos en determinados planos de algunas secuencias, se revelan ante el espectador, suele ser una señal del cineasta para que algunas situaciones dramáticas se precipiten drásticamente. En Pandora y el holandés errante existen ciertas variaciones del mencionado triángulo amoroso, cuya base es siempre Pandora, pero solo una combinación sentimental cierta, que descarta la presencia de una tercera persona: la que une a la atractiva mujer con el holandés Hendrick.
En Pandora y el holandés errante, la secuencia que determina el cauce definitivo que tomará el drama tiene lugar hacia la hora y media de metraje, cuando a Pandora Reynolds le quedan pocos días para contraer matrimonio con Stephen. La secuencia en cuestión muestra a Pandora probándose en una habitación de su casa el vestido de novia, mientras en otra adyacente tiene lugar un encuentro entre el novio y un pretencioso pretendiente de la mujer, el torero Juan Montalvo.

Me ceñiré exclusivamente, para no complicar excesivamente la existencia al lector de estas líneas, a los momentos más significativos de la secuencia. 
Pandora está en una habitación vestida de novia y observándose en un espejo. Lewin configura el encuadre de la siguiente manera: el cuerpo de Pandora ocupa el lateral derecho de la imagen, y el reflejo de la mujer ocupa el lateral izquierdo. Un gran ventanal, en el centro de la composición, separa espacialmente a la mujer y a su respectivo reflejo, permitiendo ver a través de él el mar y el velero de Hendrick: el holandés no aparece en el plano, pero sí un elemento visual que el espectador y el realizador del film asocian al personaje, por lo que este adquiere en este instante una presencia visual indirecta. El desdoblamiento visual de Pandora en el plano ya sugiere de forma explícita la dualidad emocional de la mujer: va a contraer matrimonio con Stephen, pero en realidad sus sentimientos se decantan hacia Hendrick. La presencia visual del mar resulta evidentemente significativa, pues, como he señalado en otro apartado de este escrito, la femineidad de Pandora es asociada continuamente por Lewin con el mar; y el holandés, por su parte, está condenado por mandato divino a navegar eternamente por todas las aguas de la Tierra, y, pese a eso, "ama al mar", es decir, a Pandora. En realidad, si en esta secuencia Pandora parece estar probándose el vestido de novia para alguien, ese no es otro que el propio Hendrick

Mientras esto tiene lugar, Stephen, por su parte, se encuentra leyendo un magazine en una habitación adyacente de la misma casa, situada a la derecha de Pandora (con respecto a la posición visual que ocupa la mujer en el plano anterior). En este escenario, Stephen ocupa el centro del encuadre, mientras a su izquierda puede verse nuevamente, también a través de un ventanal, el mar y el velero de Hendrick. Si el lector de estas líneas puede hacer un pequeño esfuerzo mental, imaginándose por un momento los dos planos en cuestión situados el uno al lado del otro, como si se tratara de dos viñetas de un tebeo, entenderá que, aunque sea por omisión, el velero (es decir, Hendrick) también se interpone (al igual que el tabique que separa ambas habitaciones) entre Pandora y Stephen. La mujer es consciente de este factor, por eso lanza continuas miradas hacia el velero durante la secuencia, pero Stephen, en cambio, y dicho tajantemente, no se entera de nada, quedando de este modo manifiesta la inocencia (y también la estupidez) del personaje. Será un tercer personaje, Juan Montalvo, quien, al presentarse inesperadamente en la casa, no dejará de aludir, en la conversación que mantendrá con Stephen, a la más que improbable celebración de la boda que una a este último con Pandora. Stephen escucha las palabras del torero español con más sorpresa e ironía que otra cosa, pero el espectador entiende los razonamientos de este último, pues en una secuencia anterior, la de la celebración del récord mundial de velocidad que ha conseguido Stephen, Montalvo ya ha percibido varios cruces de miradas entre Pandora y Hendrick.


En una habitación de su casa, Pandora se prueba el vestido de novia para el enlace que debe unirle con Stephen, aunque su pensamiento parece más bien puesto en el holandés, cuyo velero la mujer puede contemplar desde un ventanal



Mientras, en una habitación adyacente, desde la que también puede contemplarse el velero de Hendrick, Stephen disfruta distraídamente de la lectura de una revista...



...hasta la visita inesperada del torero español Juan Montalvo, contrincante amoroso del anterior, y que será quien sugerirá al piloto de carreras que su boda con Pandora tal vez no llegue a celebrarse...


...pues, como él sabe, el misterioso hombre que ha llegado al pueblo de Esperanza en un velero parece haber conquistado el corazón de la mujer



A modo de conclusión
Pandora y el holandés errante no tiene por que ser considerado necesariamente el mejor film de Albert Lewin, pues este lugar merecería compartirlo con la excelente El retrato de Dorian Gray, pero sí que merece ser apreciado como la obra más personal del realizador, y aquel en el que este, lejos de las (relativas) ataduras que suponían para sus anteriores films el devenir adaptaciones de prestigiosas obras literarias previas, logra expresar su ideario personal de forma más clara y contundente.
Es cierto que, en su conjunto, la arquitectura narrativa del film carece - aunque no totalmente - de la gran densidad y complejidad de la que hacían gala tanto Soberbia, como, sobre todo, las adaptaciones de Wilde y Maupassant, pero es precisamente debido a esto que el cineasta alcanza, en cierto modo, un mayor grado de libertad, y que su talento visual florece impetuosamente y vuela a gran altura durante la mayor parte del metraje de Pandora y el holandés errante, logrando el cineasta, con los hallazgos artísticos alcanzados en este film, apuntalar un imaginario cinematográfico fascinante, en el que convergen la poesía, la pintura, la escultura, la música, la mitología y la antropología, el deporte y el exótico folclore de ciertos países (en Pandora se trata de España; en Soberbia, de una isla de Tahití; en Saadia, de Marruecos, y en El ídolo Viviente, de la cultura Maya). Elementos todos ellos que expresan el interior del alma humana, y que, como hemos visto a lo largo de este escrito, aparecen integrados con inteligencia por Lewin en el desarrollo del film, un poderoso ejemplar de cine fantástico que merece ser considerado, por méritos propios, como uno de los mejores títulos del cine en general rodados en 1951, a la altura de obras como Extraños en un tren (Hitchcock), Tempestad en la cumbre (Sirk), La mujer pirata (Tourneur), El rio (Renoir), David y Betsabé y I´d Climb the Highest Mountain (ambas de Henry King), Fixed Bayonets! (Fuller), El diario de un cura de campaña (Bresson), Caravana de mujeres (Wellman), Principios de verano (Ozu), Meshi (Naruse) o La señorita Oyu (Mizoguchi). Una verdadera lástima que nuestro cineasta, después de Pandora y el holandés errante, tan solo lograra llevar a buen puerto dos proyectos más: la notable Saadia (1953) y la irregular pero fascinante El ídolo viviente (1957).