domingo, 19 de diciembre de 2010

ESTUDIO ALBERT LEWIN (2): EL RETRATO DE DORIAN GRAY (THE PICTURE OF DORIAN GRAY, 1945)


Título Original: The Picture of Dorian Gray
Año: 1945
Nacionalidad: EE.UU.
Duración: 110 min
Director: Albert Lewin
Guión: Albert Lewin, según la novela El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde
Actores: George Sanders, Hurd Hatfield, Donna Reed, Angela Lansbury, Peter Lawford, Lowell Gilmore

Sinopsis: El pintor Basil Hallward finaliza el retrato de un atractivo joven llamado Dorian Gray. Lord Henry Wotton, amigo de Basil, proclama la fascinación que le provoca la contemplación de la obra y insta al que ha ejercido de modelo para la misma a disfrutar mientras pueda de su juventud y belleza, pues ambos aspectos de su ser no tardarán en marchitarse. El ingenuo Dorian, poderosamente influido por las palabras de Wotton, se dejará dominar completamente por un intenso deseo narcisista de autosatisfacción, y expresará ante su retrato un íntimo deseo de que este envejezca por él para que su estado físico actual pueda permanecer inalterable. La primera víctima del egoísmo de Dorian será la joven Sibyl Vane, una cantante que aquel ha conocido en un mediocre espectáculo de los bajos fondos de Londres y de la que se confiesa inicialmente enamorado aunque luego la rechace cruel y caprichosamente, induciendo a la chica al suicidio. Tras el fatídico suceso, un matiz de crueldad en la expresión de los labios emerge en la cara del retrato de Dorian, acontecimiento que el joven contemplará inicialmente con horror para luego comprender que su deseo se ha hecho efectivamente realidad y que su envejecimiento físico se ha visto frenado. Dorian decidirá llevar una vida hedonista aunque ello implique el constante envilecimiento de su alma, el estado de la cual quedará reflejado de forma implacable en los sucesivos y perversos cambios que experimentará su retrato.



De Maugham a Wilde

Tras su interesante aunque no perfecta adaptación de la novela de William Somerset Maugham, Albert Lewin fijó su atención en una obra cuyo calado crítico y popular era, indudablemente, mayor que el de La luna y seis peniques; nada menos que El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde. La coherencia que Lewin demostró con esta elección era total. Si en la obra de Maugham el pintor Charles Strickland, protagonista de la historia, abandonaba la mediocre y materialista existencia que llevaba tan solo por inercia para dedicarse a la pintura con la intención de lograr plasmar su propio ideal de belleza en un cuadro, en la de Wilde, un joven llamado Dorian Gray deviene prácticamente una materialización "entre los vivos" del mencionado ideal, sirviendo de modelo y verdadera inspiración artística para Basil Hallward, un pintor que logrará como fruto más maduro de tal influencia un retrato del propio Dorian Gray, tan fiel pictóricamente a la belleza "real" del modelo, que éste llegará a desear intensamente, ante la revelación que supone el cuadro para él mismo (y también para el pintor y para su amigo lord Henry Wotton), ser siempre tan joven y bello como en la imagen "atrapada" en el lienzo. 
Basil cree que existe algo místico que interviene en la confección del retrato de su modelo, pues como él mismo dice: "cada vez que Dorian posa para mí parece como si un poder ajeno a mi mismo estuviera guiando mi mano", detalle que permite establecer otra conexión con la anterior película de Lewin, en la que, como ya indiqué en el escrito referente a la misma, el realizador reflexionaba acerca de "la casi esotérica relación que mantiene el artista vocacional con su obra", y por su parte, lord Henry Wotton, en un momento de la obra de Wilde, llegará a proclamar la admiración que siente por Dorian, un hombre que ha hecho de su ser una obra de arte.

Las diferencias entre la novela y su adaptación cinematográfica, como casi siempre, existen en una proporción nada despreciable, pero resulta evidente que, en todo caso, Lewin permanece fiel en casi todo momento al desarrollo narrativo y al sentido dramático que se desprende del texto de Wilde, y debido a ello no creo que varien significativamente las implicaciones que tienen los actos perpetrados por Dorian en la película respecto a los que estos tenían en la novela. El respeto casi reverencial que Lewin demuestra hacia la obra original encuentra su definitiva constatación en un momento del film en el que el realizador homenajea explícitamente a Oscar Wilde haciendo que sea su personaje literario más representativo, es decir el propio Dorian Gray, el que lea frente a Sibyl Vane, su enamorada durante un corto período de tiempo, un poema del que aquel considera un "brillante joven irlandés salido de Oxford" acerca de un gato capaz de "despertar sueños de vida sensual" en quien lo observa. El gato del poema, además, se materializa en el film en la efigie de un dios felino egipcio que aumentará aún más si cabe con su presencia el misterio que rodea al retrato de Dorian Gray, y con ello Lewin revela la fuente de inspiración (otro trabajo del propio Oscar Wilde) que paradójicamente le permite acercar todavía más la obra original a su propia personalidad artística.
Sin pretender ser exhaustivo, en las siguientes líneas intentaré señalar algunas de las interesantes y significativas diferencias que se dan entre ambas obras.


De Wilde a Lewin

A diferencia de en la obra de Wilde, en cuyo primer capítulo el escritor presenta directamente a lord Henry Wotton en el interior del estudio del pintor Basil Hallward, lugar en el que ambos personajes mantienen una conversación que gira en torno al personaje retratado en el último cuadro del segundo, el bello Dorian Gray que da título a la novela, el plano con el que da inicio la película de Lewin también pertenece al mismo personaje, lord Henry Wotton (George Sanders), pero en está ocasión dirigiéndose en calesa a la casa del pintor, desplazamiento que el personaje aprovecha para leer un fragmento del libro de Charles Baudelaire Las flores del mal. Cuando el viaje llega a su fin, Wotton lanza despreocupadamente el libro a las manos del conductor de la calesa: con este detalle, ausente en la novela, Lewin ya empieza a sugerir la capacidad que parece tener el personaje en cuestión para influir en el pensamiento de los demás. Si el conductor, nuevo propietario de Las flores del mal, leerá o no el libro, o si su contenido logrará afectarle de algún modo, es un detalle que carece de importancia, pero el comportamiento de Wotton en este momento no resulta en absoluto baladí y merece ser tenido cuenta por el espectador, pues avanzada la película, un misterioso libro de tapas amarillas (y no menos misterioso contenido) será prestado por el propio Wotton a Dorian Gray (Hurd Hatfield), quien verá completamente transformada su actitud en la vida tras la lectura del mismo: el libro subyugará a Dorian Gray hasta el punto de que, como escribió Oscar Wilde, "durante años enteros Dorian no pudo librarse de la influencia de aquel libro", el cual le lleva a investigar los perfumes y los secretos de su fabricación, la música y exóticos instrumentos de todo el mundo, al estudio de las joyas, de los bordados, de los tapices y de las vestiduras eclesiásticas, definiendo la actitud de su personaje como "un nuevo hedonismo, que alejará al puritanismo reinante". El título del libro de Baudelaire, además, hace explícito, y en cierto modo "adelanta", el desarrollo posterior de la historia.

Lord Henry Wotton leyendo Las flores del mal, de Charles Baudelaire 


Es importante comprender que, desde la primeras imágenes del film, la obra de Wilde se ha "lewinizado", y será precisamente a través del uso dramático que el realizador extraerá de diversos objetos que aparecerán a lo largo del film (la novela de Baudelaire es únicamente la punta del iceberg) como este proceso de apropiación (que no traición) de la obra original se irá revelando progresivamente más exhaustivo al espectador atento. Dos libros, Las flores del mal, de Charles Baudelaire, y el misterioso y desconocido volumen que más avanzada la historia Wotton prestará a Dorian Gray, la efigie de un gato que representa a un dios egipcio, el propio retrato de Dorian Gray, un cartel de la obra Tristán y Isolda, una soga, etc. Todos estos objetos (algunos de ellos ausentes en la obra de Wilde), y sus respectivos usos, permiten a Albert Lewin reconstruir de una forma afín a su particular modo de entender el cine un relato ampliamente conocido por los posibles espectadores de su film, sin perder por ello de vista el fondo del original.           

Dorian Gray, su retrato y la efigie del gato egipcio

               
Sibyl Vane y el cartel de Sir Tristan que ella relaciona con su amado Dorian Gray



El segundo capítulo del libro da inicio con las siguientes palabras: "Al entrar vieron a Dorian Gray. Estaba sentado al piano, volviéndoles la espalda, hojeando las páginas de un álbum de las Escenas de la selva, de Schumann". En la película, la presentación del personaje más importante del film se da de forma prácticamente exacta a la descrita por Wilde: Lewin también filma a Gray dando la espalda a lord Henry Wotton y a Basil Hallward (Lowell Gilmore), pero la diferencia estriba en que el joven ya está practicando al piano una de las partituras que encuentra junto al instrumento. El realizador recurrirá a la afición que siente Gray por el piano (en especial a los Preludios, de Frederic Chopin) en no pocas ocasiones a lo largo del film, logrando con ello una exteriorización del tormentoso interior del personaje, al mismo tiempo que la consecución de un leit motiv musical bello, pero también algo oscuro (1), que primero acompañará a la relación sentimental que mantendrá Dorian con la joven Sibyl Vane, y varios años más tarde a la que aquel intentará establecer con Gladys Hallward, la chica que le recordará poderosamente a su anterior amor.

En esta misma secuencia, unos instantes después, lord Henry Wotton atrapará con su sombrero a una mariposa que revolotea por el interior del salón de la casa de Basil Hallward y posteriormente la colocará en un plato con formol. El destino natural del insecto (conocido generalmente por los seres humanos por ser algo bello pero de breve trayectoría vital) servirá a Wotton para exponer ante Gray sus teorías acerca del breve período de plenitud física que este último está condenado a vivir: "Carpe diem" (o "aprovecha el momento") parece ser el sentido nada oculto que se desprende de las palabras de Wotton, que traumatizan claramente a Gray, provocándole una intuición que sacude su conciencia. La interrupción del destino natural de la mariposa, que ahora permanecerá bella (aunque también muerta) para siempre, gracias a los efectos del formol, permite a Albert Lewin, quien relaciona visualmente mediante un encadenado un plano de Dorian con otro de la mariposa ahogada en el líquido, establecer un vínculo simbólico y directo entre el insecto conservado artificialmente y la capacidad antinatural y mágica que demostrará el retrato de Dorian Gray para interrumpir el envejecimiento del ser humano que ha ejercido de modelo real para la obra.
Además de los dos objetos mencionados, cuya importancia es más transitoria en el film, ya que no vuelven a aparecer en el mismo, en esta segunda secuencia también aparece el objeto central por excelencia de la narración, es decir el retrato de Dorian Gray, y además un objeto de la cosecha del propio Lewin: nada menos que la efigie negra de un gato que, según se nos dice en el film, representa a un dios de Egipto. Aunque ambos objetos volverán a aparecer por separado en el film en numerosas ocasiones, también irán irremediablemente unidos en el cuadro pintado por Basil Hallward, y Lewin sugerirá la posibilidad (inexistente en la novela de Wilde) de que el dios que anida en el interior del gato haya hecho realidad el intenso deseo expresado por Gray ante su retrato de: "si el retrato pudiese envejecer y yo permanecer tal como soy ahora".

Una metáfora visual: Albert Lewin encadena un plano de Dorian Gray con otro de la mariposa atrapada en formol por lord Henry Wotton



La muerte de Sibyl Vane

Lewin introduce sustanciales modificaciones en la narración de Wilde (aunque estas, tal y como ya he aclarado antes, no alteran en lo esencial las implicaciones que tienen los actos de Dorian ni el sentido último de la narración) hasta que esta alcanza uno de sus instantes dramáticos más importantes: la muerte por suicidio de Sibyl Vane. El acontecimiento, precipitado por las duras y inconscientes palabras de reproche de Dorian hacia el supuesto comportamiento indecoroso de la chica, conducirá también al joven a su caída definitiva en el abismo del hedonismo. Hasta que acaece la muerte de la joven, el más significativo fragmento presente en la novela que resulta omitido en su adaptación cinematográfica, llamando por ello más poderosamente la atención del interesado en la labor de Albert Lewin, resulta ser el capítulo tercero, en el que se describen los descubrimientos que realiza lord Henry Wotton acerca del pasado familiar de Dorian, gracias principalmente a su tío lord Fermor, quien le informa de los trágicos y sangrientos sucesos protagonizados por los progenitores de Gray, y que llevan a Wotton a pensar que "él intentaría ser para Dorian Gray lo que, sin darse cuenta, era el adolescente para el pintor que había hecho aquel maravilloso retrato. Intentaría dominarle - ya lo había logrado casi, en realidad - . Haría suyo aquel espíritu maravilloso. Había algo fascinante en aquel hijo del Amor y de la Muerte".

En cierto modo, los trágicos acontecimientos protagonizados por los padres de Gray en la narración de Wilde sugieren que el joven es un personaje maldito, predestinado a experimentar una existencia trágica. Maldición (aparentemente) familiar que, en cambio, Lewin sustituye en la película por otra prácticamente equivalente pero sobre todo más cercana a sus pretensiones artísticas y que permite al realizador soluciones narrativas más visuales, más cinematográficas: la maldición (o cumplimiento de un deseo, según se mire) hecha realidad, supuestamente, por la efigie del gato egipcio incorporada por Basil Hallward a su retrato de Dorian, la cual permitirá al realizador confeccionar numerosas composiciones visuales que adquirirán automáticamente connotaciones misteriosas gracias a la presencia en las mismas del objeto en cuestión.

Tras la muerte de Sibyl Vane, acontecimiento que transfigura maliciosamente el rostro del Dorian plasmado en el retrato, permitiendo a los ojos ajenos observar la auténtica y podrida naturaleza del alma de quien ha ejercido de modelo para el mismo, el joven decide ocultar la obra de su amigo Basil Hallward en una habitación junto a algunos recuerdos de su infancia, y a continuación Oscar Wilde acomete un capítulo, el XI (de una extensión considerable dada la brevedad de los anteriores capítulos de la novela), en el que el escritor sugiere la peculiar naturaleza de la influencia que ha ejercido en la mentalidad de Dorian el misterioso libro de tapas amarillas que le ha prestado lord Henry Wotton: el volumen resulta ser todo un catálogo de personajes vanidosos y narcisistas, y de sus correspondientes actos de vanidad y abuso de poder. El capítulo en cuestión, aunque fascinante, es altamente literario en su formulación, y lógicamente Lewin decide pasarlo por alto pues difícilmente hubiera hallado una solución que plasmara satisfactoriamente, de forma visual y concisa, el contenido narrativo del mismo.

A partir de este momento, y hasta la conclusión de la narración (dejando a un lado, obviamente, el capítulo comentado en el párrafo anterior, verdadero epicentro de la novela de Wilde), se puede asegurar, sin demasiado margen de error, que Albert Lewin será extraordinariamente fiel en muchos capítulos a la obra que adapta, trasladando minuciosamente a la pantalla los acontecimientos, diálogos y decisiones de los personajes que figuran en la novela. El asesinato de Basil Hallward a manos del propio Dorian Gray; a continuación, la ayuda forzada bajo chantaje que recibe Dorian de un antiguo amigo suyo llamado Allen Campbell, a quien requiere para hacer desaparecer por completo el cadáver del pintor; el suicidio, impulsado por los remordimientos, del propio Campbell; la aparición en el relato de James Vane, el hermano de Sibyl, quién busca a Dorian para matarle y vengar de ese modo la muerte de su hermana, y a quien ayudará en sus pesquisas un tal Adrian Singleton, otro antiguo y rencoroso amigo del hombre que no envejece pese al transcurrir de los años; la muerte por disparo accidental, durante una cacería a la que asiste Dorian, del oculto en unos arbustos James Vane; la conclusión del relato, en la que Dorian apuñala el corazón de su retrato, acabando de ese modo con su propia vida al tiempo que restituye la obra de Basil Hallward a su estado original, cuando el retratado aparentaba en esta ser un dechado de serenidad e inocencia; etc.

La modificación más significativa que Lewin acomete en esta segunda parte del relato, que empezaría tras el suicidio de Sibyl Vane, tiene por protagonistas a dos personajes ausentes en la novela de Wilde: Gladys Hallward (Donna Reed), sobrina de Basil, y David Stone (Peter Lawford), joven pretendiente de la anterior que intuye la verdadera naturaleza que oculta Dorian bajo su elegante comportamiento en sociedad, además de sentir celos hacia el mismo por que atrae irremediablemente el interés amoroso de su querida.
En el capítulo XIX de la novela de Wilde, Dorian habla de una tal Hetty Merton, una moza de pueblo de la que se ha enamorado y que le recuerda vivamente a la fallecida Sibyl Vane. Albert Lewin modifica en su película la condición social y el nombre de la chica, que de este modo abandona su condición de campesina vulgar y pasa a formar parte, con el nombre de Gladys Hallward, de una clase social mucho más distinguida y urbanita, aprovechando este cambio para aumentar ciertas lecturas que puede propiciar la narración: su Gladys Hallward también recuerda físicamente a Sibyl Vane, gracias sobre todo a ciertos parecidos en las facciones de las respectivas actrices que las encarnan, Donna Reed y Angela Lansbury, por lo que en este sentido Lewin resulta parcialmente fiel a las intenciones originales de Oscar Wilde, pero además, al ser Gladys la sobrina de Basil Hallward, el pintor asesinado por Dorian, el sincero enamoramiento de este último por la chica llevará al personaje a sufrir una macabra burla del destino, casi una venganza del fallecido, pues la relación entre ambos se verá completamente dinamitada por las acciones de David Stone, el joven atractivo, impetuoso y honesto que podría haber devenido el propio Dorian de no haber deseado este, en un momento de orgullo y pasión, que su retrato cargara con su vejez y decadencia física. De este modo, Albert Lewin compone un curioso juego de espejos (que no oculta su carácter moralista) en el que los reflejos de la bondad (encarnada por David Stone) y de la maldad (encarnada por Dorian) se ven enfrentados, resultando vencedor, obviamente, el primero. Por ello no resulta extraño, ni inapropiado, que si en la novela de Wilde era la servidumbre de Dorian la que descubría el cadáver monstruoso de su patrón, en la película sean Gladys y David, acompañados también de lord Henry Wotton, los que contemplen asombrados el cuerpo del mismo: el descubrimiento comporta para David la prueba definitiva de que sus sospechas entorno a Dorian eran ciertas; para Gladys, la constatación, perseguida desesperadamente por David, de que Dorian no es el hombre que le conviene; para Wotton, la demostración de hasta donde puede conducir la influencia que este intenta ejercer en los demás (en la novela, el propio Dorian pide a Wotton, momentos antes del clímax dramático, que no deje a nadie más el libro que le dejo a él y que tan perniciosamente le ha afectado), y, quizás (esto no lo aclaran ni Wilde en la novela ni Lewin en el film), el abandono definitivo de su visión cínica de la vida y de las personas.


Huellas de la autoría de Albert Lewin en El retrato de Dorian Gray

Respecto al empleo que hace Lewin de los objetos, constantemente en sus films y con fines claramente expresivos y dramáticos, nuevamente en El retrato de Dorian Gray brilla con luz propia, como ya lo hizo en la anterior Soberbia, la capacidad que muestra el realizador de evocar a algunos personajes a través de objetos que aluden a estos de forma directa (una fotografía o un dibujo que los representa) o indirecta (un objeto que queda vinculado con un personaje determinado debido a la comparación previa que ha establecido entre ambos otro personaje del film) en secuencias en las que los mismos no se encuentran presentes físicamente aunque devengan piezas clave para su desarrollo. Remito al lector a mi escrito acerca de Soberbia, para más información respecto a como se manifiesta este aspecto del cine de Lewin en su adaptación de la novela de Maugham, pero en el film que centra nuestra atención en estas líneas destacan con fuerza dos secuencias que desarrollan esta tendencia de forma paradigmática: 

Secuencia 1) James Vane, el hermano de Sibyl, observa con cierta preocupación el hechizo romántico que el joven Dorian parece haber ejercido en su hermana. Una vez Dorian ha abandonado el establecimiento en el que actúa la chica, James decide plantear sus dudas respecto al pretendiente, primero ante la madre de ambos, y acto seguido ante la propia Sibyl. En el plano en el que James Vane mantiene sólo con su madre la conversación que gira en torno a Dorian, Albert Lewin evoca la presencia del joven a través de un cartel en el que aparece la figura de Tristán (el protagonista de la conocida obra Tristán y Isolda) que se encuentra colgado en una pared del camerino de Sibyl. La disposición de los actores y objetos determinantes en el encuadre recuerda de forma evidente y directa a una secuencia similar (en contenido dramático y visual) que tenía lugar en Soberbia. Si en aquella película, una pareja mantenía una discusión en torno al enfermo y debilitado pintor Charles Strickland, el protagonista del film, y a la necesidad o no de cuidar del mismo durante una temporada hasta su total recuperación, y en la secuencia Lewin lograba que Strickland estuviera presente en la situación (aunque físicamente ausente) a través de un dibujo que lo representaba y que separaba visualmente a la pareja (situados cada uno de sus miembros en los márgenes opuestos del encuadre) gracias a que el objeto ocupaba el centro del plano, en El retrato de Dorian Gray el realizador logra algo similar recurriendo al mismo procedimiento: en el lado izquierdo del encuadre se encuentra situado James Vane y en el lado derecho el cartel de Sir Tristán, figura que alude al Dorian idealizado por la inocente Sibyl (2). En el centro del encuadre se encuentra la madre de ambos jóvenes, la cual conversa con su hijo, pero la importancia de este personaje en el drama es simplemente tangencial. Al poco tiempo entra en el mismo encuadre la propia Sibyl, que avanza precisamente por el centro del plano desde el fondo del escenario hasta alcanzar el término más cercano a cámara. En este plano, Lewin ya establece una triángulo sentimental formado por James Vane, su hermana Sibyl y Dorian Gray, en el que la chica es simbólicamente "disputada" por dos hombres, pero este triángulo no tardará en mostrar otras configuraciones, adaptadas a cada uno de los personajes, que llevan implícitas algunas connotaciones sexuales inesperadas. Al plano descrito le sucede otro en el que Sibyl, dentro de su camerino, y ocupando nuevamente el centro del encuadre, observa el susodicho cartel de Sir Tristán en el que ella ve reflejado a su adorado Dorian, que ocupa en este caso el margen izquierdo de la imagen, pero de forma muy sutil y admirable Lewin prolonga visualmente la lectura dramática del plano anterior, al incluir en el margen derecho del plano actual una fotografía de James Vane, apoyada justo delante de la figura de una especie de ángel armado con una lanza. En este plano vuelven a contraponerse ambos personajes masculinos, pero en esta ocasión revestidos cada uno de ellos de unas cualidades muy específicas: Dorian es visto (falsamente) como el romántico Sir Tristán que anhela Sibyl, pero Lewin ya identifica aquí a James, gracias a la mencionada figura situada junto a su fotografía, como a un salvador dispuesto a enfrentarse al mal al que parece encarnar en realidad su contrincante. Un tercer plano en esta secuencia aumentará todavía más si cabe las lecturas de la secuencia: en el, Lewin sitúa el cartel de Sir Tristán en el centro de la imagen y a los dos hermanos ocupando los márgenes opuestos del encuadre: Dorian (representado por el cartel de Sir Tristán) separa ahora a los dos hermanos, pero empieza a quedar claro, gracias también al diálogo, que el recelo de James (3) hacia el pretendiente de su hermana no es tan solo el propio de un hermano que pretende proteger a su hermana de los posibles desalmados que la ronden, sino también más propio de un hermano que siente por su hermana algo más que amor fraternal, dirigiendo incluso sus esfuerzos a entorpecer enérgicamente los avances amorosos del hombre (un oponente sentimental) que pretenda arrebatarle a su hermana.

James Vane, a la izquierda, y Sir Tristan (Dorian Gray) a la derecha del encuadre, mientras el primero conversa con su madre (en el centro de la composición) acerca de las pretensiones amorosas del segundo para con su hermana


Sibyl Vane aparece en el encuadre y avanza desde el fondo del escenario hasta una posición cercana a cámara, desoyendo las advertencias de su hermano respecto a Dorian


El triángulo sentimental plasmado en el encuadre anterior se prolonga en este: Sibyl Vane continúa siendo disputada por el Sir Tristan (en quien ella cree ver a Dorian) del cartel que observa, y su hermano James, cuya fotografía reposa en el margen inferior derecho del encuadre junto a una figura de un ángel armado con una lanza


El triángulo ahora varia la posición de sus elementos, modificando las implicaciones emocionales que se desprenden del mismo: el cartel de Sir Tristan (Dorian Gray) ocupa el centro de la composición, obstaculizando la relación entre James Vane y su hermana Sibyl, que ocupan los márgenes opuestos del encuadre


Los hermanos Vane contemplan, uno con inquietud y celos, la otra con admiración, el cartel de Sir Tristán en el que ven reflejado a Dorian Gray



Secuencia 2) La pareja formada por Gladys Hallward y David Stone es contemplada por Lewin a lo largo del film, pero sobre todo en varios instantes cercanos a la conclusión del mismo, como una proyección ideal en tiempo presente de la pareja que en el pasado formaban Sibyl Vane y Dorian y que vio interrumpida trágicamente su continuidad, principalmente a causa de unas dudas respecto a la chica sugeridas por lord Henry Wotton que inflamaron el orgullo de Dorian hasta el punto de conducir a este a humillar y despreciar equivocadamente a su amada. Aunque Donna Reed, la actriz que encarna a Gladys Hallward, es incuestionablemente más atractiva que Angela Lansbury, quien da vida a Sibyl Vane, algunos rasgos faciales similares compartidos por las dos actrices, así como el vestuario y el peinado que caracterizan a ambos personajes femeninos, junto a la similar forma que tienen de adorar a Dorian, permiten a Lewin establecer los necesarios paralelismos entre ambas. Por su parte, Lewin también parece contemplar a David Stone como a un reflejo del Dorian previo a la transformación provocada por la visión de su retrato; es decir, un joven atractivo y apuesto, también algo altivo y orgulloso, pero sobre todo todavía inocente y puro.
En la secuencia en la que Gladys Hallward lee, junto a David Stone y lord Henry Wotton, la carta de despedida de Dorian, Albert Lewin sitúa a la pareja actual en segundo término de la imagen, y significativamente muestra en primer término visual las fotografías de la pareja que formaban en un pasado no tan lejano Sibyl y Dorian. Con la muerte de Dorian, que acontecerá cuando este apuñale el corazón de su retrato, desaparecerá el principal obstáculo para que la relación entre Gladys y David pueda consumarse y, de este modo, el personaje retratado por Basil Hallward salvará su alma al mismo tiempo que permitirá de forma simbólica que su relación trágicamente concluida con Sibyl Vane se vea ahora prolongada de forma natural en la nueva pareja.

Gladys Hallward, en el centro de la imagen, lee la nota de despedida de Dorian Gray ante David Stone, su pretendiente, a la izquierda, y lord Henry Wotton, a la derecha. La joven pareja actual deviene un reflejo de la pareja que en su momento formaron Dorian y Sibyl, los cuales aparecen en la composición mediante sus respectivas fotografías situadas en primer término visual 



Últimas consideraciones en torno a la labor visual de Albert Lewin

No quiero terminar este escrito acerca de El retrato de Dorian Gray, versión Albert Lewin, sin mencionar, aunque sea brevemente, otras dos secuencias especialmente brillantes del film. Una de ellas es, precisamente, la que plasma la humillación que sufre Sibyl Vane a manos de Dorian, y destaca por lograr mostrar al protagonista completamente atrapado visualmente entre sus aspiraciones (encarnadas en su retrato, y en la belleza física plasmada en este que el modelo quiere prolongar indefinidamente) y su maldición (encarnada en la negra efigie del gato egipcio, quizá la causa de que el deseo de Dorian se haya hecho realidad). Ambos objetos, el cuadro y la efigie del gato, aprisionan prácticamente a Dorian en esta secuencia, que además brilla por las meditadas y pausadas reacciones anímicas de la actriz Angela Lansbury a las palabras hirientes de Dorian; por el brillante empleo de los Preludios de Frederic Chopin, partitura con la que el joven parece hipnotizar a Sibyl, consiguiendo que esta vuelva a su lado, misteriosamente dispuesta a acceder a los oscuros deseos de Dorian y precipitar con ello su propia humillación, aunque instantes antes de escuchar la música la joven prácticamente había vencido el desafío emocional lanzado por Dorian y procedía a abandonar la casa del mismo; y por el expresivo empleo de las sombras que proyecta el cuerpo de Sibyl, que expresan a la perfección el oscuro y deprimente estado anímico de la joven cuando esta abandona el hall de la casa de Dorian.

La otra secuencia que me parece interesante destacar es la del asesinato de Basil Hallward, acontecimiento que tendrá lugar en la habitación en la que Dorian oculta su retrato. En este espacio, aparte del retrato, se encuentran desperdigados por el suelo algunos objetos de la infancia del propio Dorian. Este detalle, ausente en la novela de Wilde, resulta de lo más interesante en el film de Lewin, pues sugiere que Dorian tiene cierta conciencia de haber dejado atrás su inocencia original. Aspecto de su ser que, pese a su joven edad y a su nulo envejecimiento físico futuro, y debido principalmente a su maligno comportamiento con los demás, ya no podrá recuperar. Por ello, resulta todavía más intenso el efecto dramático que obtiene Lewin en esta secuencia cuando Basil Hallward es apuñalado traicioneramente por la espalda por su amigo Dorian. El cuerpo sin vida de Basil y su sangre derramada, y los objetos infantiles de Dorian, yacerán juntos en la habitación, mezclando la imagen resultante la inocencia pasada del protagonista con su corrupción actual. La secuencia destaca, además, por el empleo dramático de las luces y las sombras, pero hay un efecto lumínico en concreto que merece la pena destacar, por la sutileza con la que es empleado y por las implicaciones que adquiere: Previamente a su asesinato, Basil toma asiento, completamente apesadumbrado por la contemplación del retrato transfigurado de Dorian, y insta al joven a adoptar una actitud religiosa y rezar por su alma y por sus actos: "Esta más allá de la naturaleza, más allá de la razón. ¿Qué significa?. ¿Sabes rezar, Dorian?", mientras que del marco de una puerta situada tras el pintor, iluminada de forma muy especial, emerge simbólicamente en el plano una cruz. La actitud de Basil Hallward en este momento resulta completamente acorde con el hombre que algunas secuencias atrás ha recomendado a Dorian, algo perplejo ante la actitud en la vida que está adoptando este, la lectura del libro La sabiduría de Buda (The wisdom of Buddha).

Basil Hallward, a la derecha del encuadre, observa el transfigurado retrato de Dorian Gray, situado frente a él, ante la atenta mirada del propio Dorian, dando la espalda a cámara a la izquierda de la composición.
En este plano la iluminación del marco de la puerta situada detrás de Basil Hallward deviene anodina


El impacto que recibe Basil al contemplar el cambiado retrato que él mismo pintó le lleva a tomar asiento, abatido por la superstición, y a adoptar una actitud religiosa. Ahora, el mismo marco de la puerta del plano anterior aparece iluminado de tal forma que una cruz emerge de forma subliminal en la imagen



(1) Música que, según el propio Dorian Gray le expresa a Sibyl Vane en un momento del film, Frederic Chopin compuso para George Sand, la mujer a la que amaba.

(2) En el libro de Wilde, Sibyl interpreta el papel de Julieta en "Romeo y Julieta", además de demostrar una cierta habilidad para interpretar en escena a todo un crisol de personajes femeninos que son prácticamente arquetipos. Debido a ello, Dorian ve en Sibyl a un ideal de lo femenino. Sibyl, por su parte, no se queda muy atrás en la admiración que siente por su pretendiente, y le dice a Dorian: "Tiene usted más bien el aspecto de un príncipe. Quiero llamarle el Príncipe Encantador". 

(3) En la novela, James Vane, el hermano de Sibyl, es en realidad su hermanastro, y los "celos" forman parte de las motivaciones asesinas que este demuestra hacia Dorian Gray, con todas las implicaciones sexuales que esto conlleva. 


martes, 23 de noviembre de 2010

ESTUDIO ALBERT LEWIN (1): SOBERBIA (THE MOON AND SIXPENCE, 1942)

Título Original: The Moon and Sixpence
Año: 1942
Nacionalidad: EE.UU.
Duración: 89 min
Director: Albert Lewin
Guión: Albert Lewin, según la novela "The Moon and Sixpence", de William Somerset Maugham
Actores: George Sanders, Herbert Marshall, Doris Dudley, Eric Blore, Albert Bassermann, Florence Bates
    
Sinopsis: Un escritor llamado Geoffrey Wolfe es invitado a cenar a casa del matrimonio Strickland, donde conocerá a Charles, cabeza de familia y también un personaje algo excéntrico y particular que trabaja como agente de cambio en la Bolsa y que no parece sentirse demasiado cómodo participando en los rituales sociales de obligado cumplimiento. Strickland toma partido ante las pobres perspectivas de futuro que le ofrece su acomodada pero aburrida vida y decide repentinamente abandonar a su familia, trabajo, amigos y estatus social para dedicarse a su auténtica gran pasión, la pintura, en la que se sumerge por completo con la intención de hallar su propio ideal de belleza. Any, la mujer de Charles, pide a Geoffrey Wolfe que viaje a París, lugar al que ha huido su marido, para intentar convencer a este de que regrese al hogar familiar, pero Strickland tiene la completa determinación de seguir adelante con sus planes. La figura de un dios tahitíano, comprada en un bazar de París, se erigirá en una extraordinaria inspiración creativa para Strickland, impulsándole a viajar hasta Morea, una isla de Tahití, con la esperanza de que la belleza primigenia del lugar le permita alumbrar la obra de su vida.



The Moon and Sixpence: Lewin versus Maugham

The Moon and Sixpence (1), el primer film dirigido por Albert Lewin, atesora ciertas cualidades, pese a no ser uno de los mejores del cineasta, que logran que sea contemplado con interés no tan sólo por ser una moderadamente atractiva adaptación de la novela homónima de William Somerset Maugham como, y sobre todo, por establecer los cimientos temáticos y visuales sobre los que aquel erigirá su posterior, breve (tan solo 6 películas) y muy personal filmografía. La narración original de Maugham, pese a la sencilla prosa de la que hace gala el escritor en todo momento, deviene una densa reflexión acerca de temas tan complejos como la casi esotérica relación que mantiene el artista vocacional con su obra, el amor innato que los seres humanos profesan hacia los mitos, el paso del tiempo, que vuelve relativo el éxito de cualquier obra de arte (concepto que Maugham desarrolla para ilustrar mejor la necesidad del artista de legar una obra sencillamente por necesidad vital; el escritor dice así en un momento de su relato: "el artista debe buscar su recompensa sólo en el placer que le depara su trabajo y permanecer indiferente a todo lo demás; no importarle las alabanzas ni las censuras, ni el fracaso ni el éxito."), o el conflicto permanente que se da entre el individuo, que busca obtener libertad de elección en los diferentes aspectos de su vida, y la sociedad de la que (lo quiera o no) forma parte y que limita sus aspiraciones en tal sentido.
Como se puede deducir por las líneas anteriores, The Moon and Sixpence, versión Maugham, es un texto considerablemente reflexivo y filosófico, y el escritor alcanza tales objetivos con notoria sencillez narrativa y expresiva. Los temas desarrollados por Maugham en la novela coinciden en gran parte con los que parecieron motivar a Lewin a lo largo de su filmografía, pero quedan vinculados de forma especial y muy coherentemente a los de películas como la que centra nuestra atención en estas líneas, o a otras suyas como El retrato de Dorian Gray o Pandora y el holandés errante, y la adaptación de la obra que el propio realizador lleva a cabo (por lo que su implicación en el proyecto y su responsabilidad en el resultado final del mismo quedan fuera de toda duda) resulta fiel en líneas generales al desarrollo del relato original, pero por ciertas razones que expondré en los siguientes párrafos queda también algo desprovista de la capacidad de persuasión y de fascinación que posee la obra del escritor.


El humor es uno de los aspectos de la adaptación cinematográfica que más llama la atención durante los primeros minutos de proyección, aflorando en determinados momentos y con cierta constancia, y cuya inclusión parece motivar considerablemente a Lewin, quien rebaja con la presencia de este elemento la trascendencia o la seriedad de ciertos acontecimientos que tienen lugar durante aproximadamente los primeros quince minutos del film. Los ejemplos en este sentido abundan: hasta tres veces veremos agacharse trabajosamente (hasta el punto de emitir un cómico quejido de esfuerzo en cada ocasión) al mayordomo de Geoffrey Wolfe (Herbert Marshall), el narrador de la historia, para recoger del suelo desde la ropa que este ha dejado abandonada despreocupadamente sobre el mismo para poder tomar un baño, hasta objetos que caen a su paso por la casa mientras Geoffrey continúa en voz alta el relato acerca de como conoció al pintor Charles Strickland (George Sanders), y de la curiosa historia que vinculó durante un tiempo las vidas de ambos. Durante el citado baño, Geoffrey es incapaz de abandonar su papel de narrador, que continúa ejerciendo mientras se enjabona, logrando con su actitud poco seria que el espectador perciba el relato que está hilvanando con un distanciamiento humorístico que el propio Lewin parece interesado en provocar. En otro momento posterior, Geoffrey, que ha sido invitado a una fiesta en sociedad, es confundido por uno de los asistentes a la misma con el habitual mayordomo que sirve las copas y los canapés en estos acontecimientos, y a continuación Lewin concatena varios malentendidos más al respecto. Ambos momentos parecen más propios de una comedia elegante y sofisticada de Ernst Lubitsch que de una adaptación de la novela de Maugham, pero si algo dejan claro es que Lewin era capaz de manipular los materiales que le interesaban y adaptarlos a sus intereses personales, en un gesto que podía tener (como en esta ocasión) algo de iconoclasta. En todo caso, parece más coherente con el sentido del relato, y funciona de forma más convincente en su comicidad, la primer aparición en el film de Charles Strickland, en una secuencia en la que éste ejerce de anfitrión de una cena en la que, pese a todo, no puede evitar comportarse con los invitados de forma harto distante y forzada. La secuencia funciona perfectamente al estar apoyada en una acertada performance de George Sanders, quien expresa sólo con sus miradas y sus gestos la opinión que le merecen los rituales de sociedad: la percepción profundamente irónica que de su entorno tiene el personaje hará más comprensible para el espectador la egoísta pero vitalmente decisiva y trascendental decisión posterior de Charles: abandonar su trabajo como agente de cambio en la Bolsa, y también a Any, la mujer con la que contrajo matrimonio 17 años atrás, y a sus dos hijos, para dedicarse por entero a su gran pasión, la pintura, que la imparable inercia de su mediocre existencia actual le han impedido practicar durante demasiados años.

La figura que Charles comprará en un bazar devendrá fuente de su inspiración artística


Lewin conseguirá un tono narrativo más acorde con el texto de Maugham, y mucho más coherente con el personaje al que retrata, a partir del viaje a París de Geoffrey Wolfe, a quien le es asignada la tarea, por la propia Any Strickland, de retornar al "perdido" y ahora muy bohemio Charles a la sociedad a la que pertenece, y lograr con ello, sobre todo, que el matrimonio de este con su esposa salga a flote. Las secuencias más satisfactorias de todo el film, y también las que más sólidamente establecen los cimientos del futuro cine de Lewin, tienen lugar durante el metraje en el que París queda fijado como escenario de la acción.
En el tercio final del relato, cuando Charles Strickland viaja a Morea, una isla a diez millas de Tahití, vuelven a reaparecer con cierta insistencia los rasgos humorísticos que tenían lugar al inicio del relato, y los resultados devienen más endebles.

Apenas unas semanas después de su llegada a París, Charles sufre una transformación física que denota su cambio espiritual


La génesis de un autor cinematográfico: huellas de la autoría de Albert Lewin en The Moon and Sixpence

Dentro del mencionado bloque más compacto del film, el que transcurre por completo en París, destacaría de forma especial, en mi opinión, la secuencia en la que Dirk Stroeve (Steven Geray) anuncia ante su esposa Blanche (Doris Dudley) que durante un tiempo indeterminado el muy deteriorado físicamente Charles Strickland se hospedará en la casa en la que viven ambos, hasta que quede restablecida la salud del pintor. La responsabilidad asumida por Dirk obtiene una violenta respuesta por parte de su mujer, la cual parece sentir una profunda aversión hacia Charles Strickland hasta el punto de negarse a cuidar del debilitado pintor, quien con su particular comportamiento, por regla general, acostumbra a provocar el rechazo hacia su persona de todos los que le rodean. En todo caso, la aprensión de Blanche es provocada, lejos de lo que podría esperarse, por la extraña atracción sexual que ésta siente en realidad hacia Charles. Sentimiento que, evidentemente, Blanche no puede reconocer ante su esposo, pero que Lewin se permite revelar al espectador a través de la puesta en escena de la secuencia y especialmente por la disposición de los actores y de los objetos en el encuadre. 
Un dibujo a lápiz del rostro de Charles, realizado apresuradamente por Dirk secuencias antes, se convertirá en esta secuencia en un elemento visual clave para expresar los verdaderos sentimientos de Blanche. Tras escuchar la propuesta de Dirk de traer al pintor a su apartamento durante un tiempo, Lewin filma la violenta reacción de la mujer ante la misma mediante un plano que sitúa en un margen lateral del encuadre a Dirk y en el margen opuesto a Blanche, separados ambos por el citado retrato de Charles Strickland, que aparece situado en pleno centro visual del encuadre. En este plano concreto, Charles provoca, con su "aparición" en la secuencia a través del retrato (Strickland, ausente en el plano, adquiere, pese a todo, una auténtica presencia en el mismo a través del dibujo que lo representa), una ruptura visual, una separación en el espacio del matrimonio formado por Dirk y Blanche Stroeve, que deviene de algún modo anticipación de la ruptura del matrimonio que podría tener lugar en caso de que se viera forzada la convivencia de los tres personajes en el apartamento. Lewin deja definitivamente claro el componente sexual que motiva el rechazo de la mujer (que varias secuencias posteriores quedará puesto de relieve de forma explícita) con el plano que viene inmediatamente a continuación del descrito líneas arriba: en este nuevo plano, las respectivas posiciones en el encuadre de Dirk, Blanche y el retrato de Charles, han sufrido una significativa modificación: Blanche sigue ocupando una posición en uno de los márgenes laterales del encuadre, pero el margen opuesto ahora lo ocupa el retrato de Charles, siendo el propio y ingenuo Dirk el que en esta ocasión ocupa el centro del encuadre y, por lo tanto, "separa" a la "nueva pareja". Si antes era el retrato del pintor el que devenía un obstáculo para el matrimonio Stroeve, ahora es Dirk es el que parece dificultar el advenimiento de la pareja Charles - Blanche. Los acontecimientos posteriores que tienen lugar en el film certificarán que los recelos de Blanche no eran fundados y que Lewin estaba anticipando con su labor visual el desarrollo del drama.

El retrato de Charles se "interpone" en la relación del matrimonio formado por Dirk y Blanche...


...pero instantes después es Dirk el que parece convertirse en un obstáculo para una posible relación entre Blanche y Charles


Como demuestran los planos analizados, ciertos objetos en el cine de Lewin tienen la misteriosa capacidad de ejercer una poderosa influencia en las personas que los observan o que los atesoran, de provocar la atracción o el rechazo de quien los contempla, de ser considerados bellos o, por lo contrario, monstruosos, y su importancia dramática en los films del realizador es siempre determinante, hasta el punto de erigirse en una de las claras y persistentes huellas de la autoría del mismo. La figura del dios tahitíano y el dibujo de Charles en The Moon and Sixpence; el retrato del joven Dorian y la efigie del dios felino egipcio en El retrato de Dorian Gray; el títere apodado Cachiporra, el soldadito de juguete del sexto regimiento de húsares, la pitillera con la fotografía de Clotilde de Marelle, y otros objetos en La vida privada de Bel Ami, etc.
Sin ellos, el cine de Lewin carecería de la singularidad y el poder de sugerencia que lo caracterizan. En ciertas ocasiones, esos mismos objetos ayudan a definir la psicología de los protagonistas de las diferentes historias y a sus más íntimos anhelos y/o aspiraciones, como demuestra la figura del dios tahitíano (obtenida por Charles en un bazar barato) en The Moon and Sixpence, cuya fisonomía provoca la fascinación del pintor al mismo tiempo que parece materializar de algún modo la inquietante e intransferible visión interior que parece subyugar la existencia del personaje. La reiterada aparición de la susodicha figura a lo largo del film consigue transmitir al espectador el grado de obsesión personal alcanzado por Charles Strickland, quien al final del film, y pese a su muerte física, habrá cumplido su secreto destino y pintado una obra de perturbadora belleza, que será consumida por las llamas por que, al fin y al cabo, y como ya he señalado en el párrafo inicial de este texto, el artista debe buscar su recompensa sólo en el placer que le depara su trabajo y permanecer indiferente a todo lo demás; no importarle las alabanzas ni las censuras, ni el fracaso ni el éxito." La destrucción de su obra magna (en cuyo centro compositivo se erige imponente la figura del dios tahitíano que le ha inspirado), concluida por Strickland en estado de ceguera casi total como consecuencia de la lepra que padece (por lo tanto, el artista ha completado su labor "con los ojos del alma") no anulará en modo alguno la plenitud espiritual que aquel ha alcanzado finalmente.



El triángulo sentimental formado por Charles - Blanche - Dirk es, en realidad, un binomio, si consideramos al bonachón pero demasiado ingenuo y cándido Dirk como un desdoblamiento del propio Charles Strickland. Efectivamente, todo lo bueno de uno encuentra su antítesis en el otro, y lo mismo ocurre con los aspectos negativos. Charles, a ojos de Dirk, parece tener un indudable genio como pintor, pero el holandés, en cambio, y pese a su buen ojo general para el arte, carece por completo de talento, pudiendo considerarse su labor artística esencialmente mediocre. Si Dirk carece de atractivo físico y de un comportamiento que denote auténtica hombría, pese al cariño y atenciones que derrocha con Blanche, en cambio Charles está revestido de una indudable ferocidad y sensualidad capaz de excitar y seducir al sexo femenino, además de demostrar una fortaleza de espíritu que queda puesta de manifiesto gracias a la determinación que demuestra al llevar las riendas de su vida según sus más profundas convicciones aunque ello implique su marginalidad social. Podría seguir enumerando las diferencias/oposiciones existentes entre ambos personajes, pero creo que con lo ya expuesto queda suficientemente claro lo que quiero decir. La oposición humana entre vehemencia y ligereza existencial que parecen representar, respectivamente, los personajes de Charles y Dirk, parece encontrar un correlato en la alternancia en la modulación dramática (el tono dramático más serio, y en ocasiones trágico, y el tono más distendido y incluso cómico se van intercalando) que muestra el film en muchos momentos, aunque de forma especial y muy marcada en, como se ha dicho, los primeros veinte minutos de metraje y en las primeras secuencias que acontecen en la isla de Morea durante el tercio final de The Moon and Sixpence, aunque esa dualidad tonal no termine de funcionar como debiera. En este sentido, será en La vida privada de Bel Ami la película en la que Lewin consiga resultados más óptimos al integrar los apuntes irónicos en un contexto dramático progresivamente más cargado de gravedad, hasta alcanzar la tragedia inevitable.

Charles parece encontrar en una isla de Tahití su ideal de belleza e inocencia



El tercio final del relato, es decir, aquellos pasajes que narran la estancia de Charles Strickland en Morea, una isla a diez millas de Tahití, y que en el film de Lewin constituyen aproximadamente los 35 minutos finales de proyección, deviene un harto insatisfactorio, en lo visual (Lewin emplea tintados ocres para todo este fragmento, pretendiendo con ello dotar a las secuencias en la isla de un cierto carácter ensoñador, mágico, idealizado, pero francamente poco estimulante) (3) y en lo tonal (el realizador retoma con intensidad el sentido del humor tan presente durante los primeros minutos del film, y debido principalmente a este factor la estancia de Strickland en la isla deviene un constante desfile de personajes singulares y "entrañables", ya sean Tiare Johnson, la joven Ata, o los simpáticos y dicharacheros lugareños, caracterizados por cierto trazo grueso en su descripción), cierre para el film. Hay que reconocer que la decisión de usar tintados en el conjunto de secuencias que transcurren en la isla es plenamente coherente con la trayectoria posterior del cineasta, quién filmó algunos de sus films (The Moon and Sixpence, The Portrait of Dorian Gray) en blanco y negro, pero empleando en secuencias muy concretas de los mismos el color, con fines puramente expresivos y para provocar contrastes irreales respecto a la realidad cotidiana de los personajes de ambos relatos. En el caso que nos ocupa, Lewin visualiza la isla de Morea de la misma forma irreal y mágica (en definitiva, idealizada) en que parece ser percibida por los ojos del propio Strickland, quien encuentra en tal ámbito del planeta el lugar que estimulará decisivamente su imaginación hasta que de sus pinceles surja su ansiada y deseada obra maestra. El enfasis puesto por Lewin en la tonalidad drámaticamente distendida y cómica de estas secuencias contrasta con el posterior tono trágico que se adueñara de las mismas, una vez a Strickland le sea diagnosticado que padece la enfermedad de la lepra, la cual sufren también otros habitantes de la isla.


Y es precisamente cuando tiene lugar el giro tonal definitivo del film, hacia la tragedia, cuando vuelven a tener lugar algunos de los momentos más estimulantes de The Moon and Sixpence en versión Albert Lewin. Destacaría la iluminación más sombría del interior de la choza, y también de los rostros de los personajes que se encuentran en ella, el doctor Coutras (Albert Bassermann) y Charles Strickland, cuando el primero advierte en el segundo los claros síntomas de la enfermedad de la lepra y así se lo hace saber. El cambio en la salud de Charles ya venía anticipado por Lewin, antes de que el doctor lo verbalizara, en un plano que muestra al pintor dándole la espalda a su reflejo en un espejo (un desdoblamiento que en el discurso del film adquiere la connotación de un alejamiento del plano terrenal), precisamente el mismo en el cual contemplará su "faz del león"(2), justo después de escuchar las palabras del doctor acerca de su dolencia.

La iluminación sombría ilustra el encuentro que mantiene Charles con el doctor Coutras


El doctor Coutras informa a Charles de que su rostro indica que padece los síntomas de la lepra


Charles contempla en un espejo su desdoblamiento, su rostro transfigurado


La figura que le ha servido de inspiración se convertirá en motivo visual central de la obra magna de Charles



(1) La novela de Maugham, que se inspira en la trayectoria vital del pintor francés Paul Gauguin, es conocida en castellano como La luna y seis peniques y fue publicada por primera vez en 1919. En cambio, la película de Lewin, cuyo título original en inglés es el mismo de la novela, recibió en España el bíblico título de Soberbia.

(2) La lepra tuberculosa aparece primero bajo la forma de manchas pálidas o coloradas de la piel, seguidas muy pronto por pequeñas nudosidades o tubérculos que aumentan poco a poco llegando hasta alcanzar el tamaño de una nuez. Como especialmente es sobre la cara en donde se multiplican estos tubérculos, el aspecto del enfermo llega a ser repugnante, debido a la vaga semejanza de su rostro con la faz del león, de donde el calificativo de leonina dado a esta forma de lepra. Esta información aparece en el siguiente enlace: http://books.google.es/books?id=6ocN5EFklNwC&pg=PA272&lpg=PA272&dq=faz+del+león+lepra&source=bl&ots=gEEwKa7Idi&sig=srCIgqrtlqaRbkoPe8s_mSH5Ixc&hl=es&ei=RWvqTMP-CdO7jAeakMCGAw&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=1&ved=0CBYQ6AEwAA#v=onepage&q=faz%20del%20león%20lepra&f=false

(3) La estereotipada descripción de la vida en la isla permanece muy alejada de lo logrado en films como Yo anduve con un zombie (I Walk with a Zombie, 1943), de Jacques Tourneur, o Barravento (Ídem, 1962), del brasileño Glauber Rocha, que también retratan, con más autenticidad y verosimilitud, sin renunciar a la fantasía, ambientes exóticos y "mágicos".


miércoles, 17 de noviembre de 2010

ENTERRADO (BURIED, 2010, RODRIGO CORTÉS)

Título Original: Buried
Año: 2010
Nacionalidad: España, EE.UU., Francia
Duración: 95 min
Director: Rodrigo Cortés
Guión: Chris Sparling
Actores: Ryan Reynolds, José Luís García Pérez (Voz), Robert Paterson (Voz), Stephen Tobolowsky (Voz), Samantha Mathis (Voz), Ivana Miño (Voz)

Sinopsis: Un hombre llamado Paul Conroy despierta en el interior de un ataúd. Sus captores se ponen en contacto con él a través de un teléfono móvil que han dejado en el interior del angustioso espacio, junto a un mechero y unas balizas de luz fluorescente, y exigen que Paul haga las llamadas necesarias hasta conseguir quien pague por él un rescate de varios millones dólares. El oxígeno del que dispone Paul en el interior del ataúd para alcanzar tal objetivo apenas le proporciona un margen de una hora de tiempo...y también de vida.






Mi contribución al número 7 de Transit ha consistido en una crítica del film Enterrado (mucho más conocido por su título internacional, Buried), dirigido por el español Rodrigo Cortés, quien se había estrenado en el terreno del largometraje con Concursante (2007), película que no he visto. Si miramos más allá del extraordinario éxito que está cosechando, comercial pero también de crítica, el film de Cortés se revela como una astuta narración, entretenida y eficaz, que más de uno ha intentado vender como obra experimental. Las razones para esto último se me escapan, y más cuando Cortés hace gala, en todo momento, de una planificación y unos ritmos de montaje harto convencionales. Pese a todo, Enterrado tiene cosas a su favor y no merece ser despreciada, aunque quizás tampoco recordada. Para los que quieran conocer, de forma más detallada, la opinión que me merece el film, les invito ha pinchar en el enlace de abajo.


TRANSIT: CINE Y OTROS DESVÍOS Nº 7 (NOVIEMBRE-DICIEMBRE)

Ya está disponible en la red, desde hace apenas unas horas, el número 7 de Transit. Como siempre, por sus páginas desfilan algunos de los hombres y mujeres de cine más representativos del cine actual. Desde el alemán Werner Herzog y su notable último film rodado en Estados Unidos, My Son, My Son, What Have Ye Done (la posibilidad de un estreno comercial del mismo en España resulta toda una incógnita), hasta el español José Luis Guerin y su Guest, pasando por la japonesa Naomi Kawase (Genpin), el iraní Abbas Kiarostami (Copia certificada), el norteamericano Antonio Campos (quien debuta en el terreno del largometraje con Afterschool), otro español, Rodrigo Cortés (Buried) o el notable último film (quizá el mejor de su atractiva filmografía) del también norteamericano David Fincher (La red social). En fin, como puede comprobarse, para todos los gustos en lo que respecta al apartado de la revista que traza una panorámica por la actualidad cinematográfica. A todo esto se suma una extensa cobertura del Sitges 43º Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya y otra de la 55ª Semana Internacional de Cine de Valladolid, además de numerosos escritos en torno al cine de Godard, Kiarostami, El año pasado en Marienbad, de Alain Resnais, el significado de las miradas a cámara en el cine, etc. El enlace situado debajo de estas líneas les llevará directamente a todo esto...y mucho más.