Año: 1977
Nacionalidad: Australia
Duración: 106 min.
Director: Peter Weir
Guión: Peter Weir, Tony Morphett, Petru Popescu
Actores: Richard Chamberlain, Olivia Hamnett, David Gulpilil, Frederick Parslow, Vivean Gray, Nandjiwarra Amagula.
Sinopsis: Un grupo de aborígenes australianos cometen lo que aparentemente es un crimen cualquiera. Una noche, el abogado Richard Burton sueña con un aborigen que sostiene una piedra con símbolos tribales en el umbral de la puerta de su casa.
Poco tiempo después, Richard recibe el encargo de defender a los acusados del crimen, y uno de ellos resulta ser Chris Lee, el desconocido al que ha visto en sueños. Chris y Charlie, un anciano que pertenece a la misma tribu que los asesinos, se interesan por el pasado de Richard, y el abogado empieza a descubrir aspectos desconocidos de su ser, que se remontan a su infancia, y la extraña relación que liga sus trágicos sueños premonitorios con el asesinato que ha tenido lugar.
Peter Weir se interesó por el conflicto latente entre el comportamiento civilizado del hombre (consciente) y sus instintos primitivos (subconsciente) desde el inicio de su carrera cinematográfica, con el flojo film de temática fantástica “Los coches que devoraron París” (The Cars That Ate Paris, 1971), una curiosa versión de la novela “La Posada Jamaica”, de Daphne Du Maurier (y por consiguiente, de la versión cinematográfica dirigida por Alfred Hitchcock). Acto seguido dirigió la brillante “Picnic en Hanging Rock” (Picnic At Hanging Rock, 1975), que también indagaba en los mismos temas que la anterior, y elaboraba toda una poética fantástica encaminada a sugerir el ambiguo y sutil deslizamiento de lo incomprensible por la superficie de una realidad convencional y reconocible por el espectador.
Tras los dos films mencionados, esos aspectos agazapados, pero presentes, en el comportamiento diario del ser humano, encontraron su plasmación definitiva con la que a día de hoy sigue siendo la mejor película de Weir, la magistral “La última ola”. Pues bien, esta película, quizá también la obra maestra del cine fantástico de los años 70, es una extraordinaria muestra del terror sugerido y de la insinuación fantástica. La película hunde sus raíces en los universos literarios descritos por escritores como H. P. Lovecraft, Arthur Machen o William Hope Hodgson, y también en el gran cine de Jacques Tourneur, del que en mi opinión tanto “La última ola” como “Picnic en Hanging Rock” se erigen en herederas directas.
Tras los dos films mencionados, esos aspectos agazapados, pero presentes, en el comportamiento diario del ser humano, encontraron su plasmación definitiva con la que a día de hoy sigue siendo la mejor película de Weir, la magistral “La última ola”. Pues bien, esta película, quizá también la obra maestra del cine fantástico de los años 70, es una extraordinaria muestra del terror sugerido y de la insinuación fantástica. La película hunde sus raíces en los universos literarios descritos por escritores como H. P. Lovecraft, Arthur Machen o William Hope Hodgson, y también en el gran cine de Jacques Tourneur, del que en mi opinión tanto “La última ola” como “Picnic en Hanging Rock” se erigen en herederas directas.
El trabajo creativo de Peter Weir en la película que nos ocupa alcanza cotas realmente refinadas en aspectos como la personal y extraordinariamente sensual fotografía de Russell Boyd, la banda sonora compuesta con sintetizador y adecuada a la naturaleza de la historia y al carácter fantástico, pero sobre todo acuático, de las situaciones, un trabajo particularmente sugestivo con el sonido, un reparto modélico con actores muy ajustados a los personajes que tienen que interpretar, y por supuesto, una magnifica labor de planificación y montaje.
La película da inicio con un encuadre de características casi pictóricas, que muestra el perfil a contraluz de un aborigen en el interior de una gruta. El aborigen esta pintando un dibujo de aspecto tribal. El sonido del mar y algunos pájaros llenan la banda de sonido. Varios planos ilustran la actividad del hombre, y la secuencia finaliza con un plano detalle de un dibujo que consiste en varios círculos concéntricos pintados en blanco sobre la roca, que funde suavemente con el primer encuadre de la siguiente secuencia, que muestra un cielo despejado, y el sonido del estallido de un trueno que enlaza sonoramente ambas secuencias.
La película da inicio con un encuadre de características casi pictóricas, que muestra el perfil a contraluz de un aborigen en el interior de una gruta. El aborigen esta pintando un dibujo de aspecto tribal. El sonido del mar y algunos pájaros llenan la banda de sonido. Varios planos ilustran la actividad del hombre, y la secuencia finaliza con un plano detalle de un dibujo que consiste en varios círculos concéntricos pintados en blanco sobre la roca, que funde suavemente con el primer encuadre de la siguiente secuencia, que muestra un cielo despejado, y el sonido del estallido de un trueno que enlaza sonoramente ambas secuencias.
primer plano de la película:
encadenado entre el último plano de la primera secuencia y el primero de la siguiente:
Esta primera secuencia define con solidez el trabajo de Weir: la presencia del agua será una constante obsesiva que extenderá su influjo a todos los aspectos de la película, ya sean visuales o sonoros (en el caso comentado se escucha como fondo sonoro de la secuencia, sugiriendo la presencia del mar cerca de donde se encuentra el aborigen); el plano detalle de los círculos concéntricos funde con uno de un cielo azul y despejado, carente de nubes, pero en el que se escuchan truenos: una insólita (no hay nubes encapotando el cielo) lluvia torrencial estallará en breve: el aborigen y su pintura parecen tener relación con lo que va a acontecer, gracias al uso del fundido encadenado y el sonido del trueno mencionado líneas arriba.
Unos brutales estallidos lumínicos preceden a la caída de una intensa granizada, en una secuencia que parece evocar la secuencia del ataque de las gaviotas a los niños durante el transcurso de una fiesta de cumpleaños en “Los Pájaros”, de Alfred Hitchcock: unos niños y su profesora disfrutan de la hora del patio, pero al arreciar el temporal corren al interior de la escuela para protegerse del granizo. Además del citado elemento sólido, el agua vuelve a tener una presencia determinante en la secuencia, con encuadres muy concretos que la sitúan en primer término de la imagen: Un niño espera su turno para beber agua directamente de una manguera, recibiendo al momento el impacto del líquido en el rostro. Este plano, tan aparentemente banal, pone su granito de arena, sumándose a todos los demás pequeños elementos dispersos por la película y que contribuyen decisivamente a generar la peculiar atmósfera de la película. He comentado que algo de la película de Hitchock parece sobrevolar esta secuencia de "La última ola", y ciertamente, tanto en el film de Weir como en del maestro del suspense el terror cósmico se apodera de los personajes, y tanto en “Los Pájaros” como en la secuencia del film de Weir los niños terminan siendo las víctimas principales de los giros inexplicables que emprende la naturaleza: En la secuencia comentada de la película de Weir, un niño recibe en pleno cuello el agresivo golpe de un trozo de granizo; también ambos directores emplean picados y contrapicados con la intención de violentar formalmente la tranquilidad de una situación.
Weir y sus dos guionistas construyen un férreo guión, perfecto, controlado, y obsesivo en su estructura, uno de cuyos principales objetivos es expresar la progresiva penetración del mundo de los sueños en el contexto personal y familiar del abogado Richard Burton, un hombre con un carácter fundamentalmente racional (la elección de la profesión de abogado del personaje no es, evidentemente, casual, sirve a los fines anhelados por el director australiano, del mismo modo que la elección de la profesión del padre del protagonista: reverendo, y por lo tanto creyente en la existencia de fuerzas y poderes invisibles que condicionan la vida humana, algo que generará un cierto conflicto interior en Richard cuando comience a tener unas increíbles premoniciones) que deberá aceptar que en su interior se oculta una especie de energía ancestral que le hará entrar en contacto con el secreto universo de los sueños de los aborígenes australianos. Richard Burton tendrá sueños cada vez más explícitos en los que verá a un aborigen (que, como más tarde averiguará, se llama Chris Lee), cerca o en el interior de su casa, sujetando una piedra con varios símbolos pintados sobre ella (uno de ellos, el principal dibujo del objeto, resultan ser los círculos concéntricos que aparecen en el dibujo en la roca que pinta Charlie en la primera secuencia de la película).
El incidente inductor que va a cambiar la vida de Richard, es decir, un asesinato tribal que las autoridades australianas pretenden hacer pasar como un asesinato convencional, tiene lugar durante el transcurso de una secuencia extraordinaria. Billy Corman, el aborigen que ha robado objetos sagrados de su tribu, sale corriendo del interior de un bar, tambaleándose por la borrachera que lleva encima, y perseguido por unos miembros de la tribu. La persecución es enrarecida por Peter Weir con su labor visual y sonora. El instrumento australiano conocido como didgeridoo y el acompañamiento sonoro electrónico proporcionan al momento un carácter extraño y obsesivo, además de cierta ralentización sonora que apoya los ralentíes visuales y el despliegue de recursos visuales del director: la sombra de los perseguidores deslizándose por una pared; los aborígenes encuadrados junto a un excavadora cuya pala semeja una especie de garra bestial; Billy Corman cayendo al suelo de rodillas por efecto de las palabras "mágicas" de Charlie, el supuesto brujo de la tribu, mientras detrás suyo el resto de sus perseguidores aparecen iluminados de forma irreal...
TRES MOMENTOS DE LA PERSECUCION DE BILLY CORMAN
Los aborígenes junto a la "garra" de una excavadora:
Billy saltando un muro sobre un fondo negro y un rotúlo luminoso rojo que aumenta la tensión del momento:
Perfilado irreal de luz alrededor de las cabezas de los aborígenes:
Los sueños recurrentes; la presencia obsesiva del agua en los encuadres, en la banda de sonido, en la música; la repetición de encuadres y situaciones, que dotan a la película de circularidad y sugieren el carácter cíclico de la tragedia que parece va a tener lugar de forma irremediable; la sútil manera de sugerir la pertenencia de Chris Lee y otros miembros de su tribu a un mundo mágico, mediante alusiones sonoras y visuales: ahora veremos como emplea Weir todos los elementos descritos.
Repeticiones: Weir dota a su película de un particular sentido de la tragedia y de lo irremediable repitiendo situaciones y también la forma de planificar las mismas. Esas repeticiones, en algunos casos concretos, llegan a expresar que Richard está adoptando una nueva condición física o espiritual. Weir repite tres veces un encuadre determinado, y en cada una de las ocasiones este adquiere un sentido distinto, pero en directa progresión con respecto a los precedentes. En la primera ocasión, Richard está trabajando en su casa y termina por quedarse dormido con la cabeza apoyada encima de una mesa; al despertar observa a un aborigen, situado bajo el umbral de entrada al comedor, sosteniendo una piedra con forma triangular y que lleva dibujados los círculos concéntricos que pinta el viejo aborigen en la primera secuencia de la película. En la segunda ocasión en que se repiten situación y encuadre, el mismo aborigen, que se llama Chris Lee, entra “invitado” en casa de Richard, y por último, la mejor idea relacionada con esta repetición en concreto: la mujer de Richard está leyendo sentada a la mesa del mismo modo que Richard cuando tuvo el sueño en el que aparecía Chris; la mujer se gira y observa a Richard ocupando la posición que ocupaba el aborigen en aquel sueño, es decir, justo bajo el umbral de entrada al comedor. Richard no ha hecho el más mínimo ruido al entrar, quizás ya se ha convertido en “la sombra de algo real”, como le dice Chris Lee a Richard, cuando este último le pregunta acerca del significado de los sueños.
Aparición de Chris Lee en el recibidor de la casa de Richard, ¿realidad?¿sueño?:
Primera repetición de un encuadre anterior: Chris Lee en el recibidor de la casa de Richard, situado justamente sobre el mismo espacio que pisó en el sueño del abogado (ver imágenes superiores):
Repetición de situación y encuadres originales; ahora la mujer de Richard observa a su marido entrar en su propia casa sin hacer el menor ruído. ¿Se ha convertido Richard en "la sombra de algo real"?
En relación a la posibilidad de que Richard sea, definitivamente, un espíritu capaz de desplazarse entre dos mundos, el real y el de los sueños, del mismo modo que parecen serlo Chris Lee y Charlie, ya en la secuencia citada en la que los dos aborígenes acuden invitados a casa de Richard, y Chris le revela la naturaleza de los sueños, Weir se permite una alusión visual directa a esta supuesta habilidad: Charlie, con el rostro iluminado al igual que el resto de personas que se sientan alrededor de la mesa, se deja caer sobre el respaldo de su silla, envolviendo su rostro en sombras. Una sugerencia, de las muchas que componen la película; sencilla pero muy efectiva.
Las palabras de Chris Lee acerca de los sueños coinciden con el movimiento de Charlie, que sumerge su rostro en sombras: ¿tiene este aborigen la capacidad de moverse entre dos mundos?:
Volviendo al empleo de repeticiones en la película de Weir, otra de las más destacadas tiene lugar durante un atasco de tráfico en el que Richard se ve atrapado. La primera vez que este tiene lugar, Weir muestra lo que el abogado ve desde el interior de su coche, básicamente gente desplazándose entre los vehículos y protegidos con paraguas de la densa lluvia que cae, y luego realiza unos planos, desde el interior del coche, del personaje sintonizando una emisora de radio. En la segunda ocasión, misteriosamente, el personaje se queda atrapado en un atasco y contempla a las mismas personas y él realiza los mismos gestos, pero con una clara diferencia: su capacidad mulkural se activa, y Richard, al sintonizar el aparato de radio, contempla como abundante agua empieza a emerger del interior del mismo; al levantar la vista, las personas que antes había visto caminando por el asfalto ahora yacen ahogadas y flotando en el interior del agua que parece haber anegado las calles de Sydney.
Extraña repetición de una situación anterior, vista desde el interior del coche de Richard:
Otra repetición tiene lugar, Richard sintoniza la radio, pero en la segunda ocasión el agua emerge de las entrañas del aparato:
Resultado de las repeticiones: el mulkural en el interior de Richard le provoca una visión premonitoria:
Lo atávico, lo primitivo, esconde sus señales en las entrañas de la gran ciudad: un tigre como emblema de un autobus:
Más adelante, durante la conversación que mantienen Chris Lee y Richard en el escenario de un puente, el aborigen, que viste un sombrero que porta una pequeña figura de un avión, se quita el sombrero y abarcando el aire con un simbólico amplio gesto de sus brazos, le dice al abogado: - “Charlie es un búho. Puede volar. Él es mágico”.
En otra secuencia, la casa de Richard parece ser atacada por la propia naturaleza, los árboles arremeten contra la misma y penetran en el interior del hogar del abogado. Un misterioso búho, situado sobre la rama de un árbol, contempla impasible, a través de una ventana, la destrucción que está teniendo lugar.
He mencionado tres aspectos: el empleo del sonido de un avión, un sombrero y la figura de un avión en relación a las palabras de Chris Lee, y la aparición de un búho frente a la casa de Richard. Los tres elementos no determinan nada en absoluto por sí solos, pero el espectador, gracias a ellos, tiene la intuición de que probablemente unos poderes incomprensibles están manifestándose con, progresivamente, mayor virulencia: los tres aluden a la posible capacidad aérea y transformista de Charlie.
La existencia de poderes incomprensibles centra parte del discurso de Peter Weir, y el director encamina el mismo gracias a la elección de las profesiones de Richard y de su padre: uno abogado; el otro reverendo. Uno tiene una mente racional; el otro está abierto a lo incomprensible, a lo inmaterial. Richard cree que las leyes están al servicio de los hombres, pero uno de sus clientes, el aborígen Chris Lee, le dice que esto no es así, que los hombres están al servicio de las leyes: ambos hablan de leyes distintas, Chris alude a las leyes de la naturaleza: el ser humano no tiene otra opción que plegarse ante el poder de las mismas.
La Biblia adquiere un excelente valor dramático en dos momentos del film: en uno de ellos Richard pregunta a su padre por que nunca le había advertido de la existencia en la vida de verdaderos misterios, a lo que el padre, reverendo por vocación, le contesta: -"toda mi vida ha girado en torno a un misterio". Peter Weir encuadra a Richard junto a un ejemplar de la Biblia, que ocupa todo el primer término de la imagen.
Richard, un abogado de mente racional, habla con su padre, reverendo de la iglesia, acerca de la existencia de misterios en la vida de los seres humanos. Frente al personaje, en primer término, La Biblia, un libro que habla de grandes misterios:
Chris Lee jurando con la mano sobre una Biblia; un sacrilegio para los aborigenes, unas leyes que les son ajenas:
Chris Lee situado en el último término de la imagen; el peso de los componentes de la tribu va a influir en su declaración en el juicio:
Chris Lee en el centro del encuadre, declarando ante Richard, y dividido entre la fidelidad a unas leyes tribales, representada a la izquierda del encuadre por la presencia de sus compañeros, y su supuesta obligación de decir la verdad ante una ley que no reconoce, representada a la derecha del encuadre por la figura del abogado:
Charlie y su misteriosa presencia/ausencia en el juicio:
No hay comentarios:
Publicar un comentario