Título Original: Nómadas
Año: 2001
Nacionalidad: España
Duración: 89 min.
Director: Gonzalo López-Gallego
Guión: Gonzalo López-Gallego y José David Montero
Actores: Manuel Sánchez Ramos, Diana Lázaro, Pablo Menasanch, Pedro Rojas, Eva García, Pablo García.
Sinopsis: Alex y Sara, dos personas solitarias con problemas emocionales que les impiden comunicarse con los demás, terminan conociéndose una noche en extrañas circunstancias, cuando, tras un deambular nocturno, Sara se encuentre primero con dos tipos que la secuestran, para posteriormente encontrarse los tres con Alex.
El cine de autor siempre ha tenido el inconveniente de mostrarse bastante prepotente en relación al pacto que debe establecerse entre la película y el espectador. La mera etiqueta de “autor” parece definir a alguien con potestad para decir cosas importantes, y aún más, para decirlas de forma artísticamente “válida”. Por supuesto, todo esto es completamente discutible. El inconveniente, como decía, reside en la relación que tiene que establecerse entre película y espectador, y una exigencia intelectual, en ocasiones muy alta, aunque lo cierto es que no pocas veces este inconveniente reside, en realidad, en la propia película, y en su desafortunada manera de expresarse, por mucho que algunos realizadores acudan con prontitud al cacareado “mi propuesta no se ha entendido”.
En el caso de “Nómadas” nos encontramos con curiosas paradojas, ya que su realizador pretende transgredir un material narrativo de lo más trillado volviéndolo novedoso a ojos del espectador recurriendo a una puesta en escena no convencional, pero, ¿es ésta original?
La sinopsis que precede a esta crítica, mejor o peor, resume en esencia el desarrollo narrativo de la película, pero lo peor de todo es que apenas permite añadir gran cosa a lo ya dicho, lo que viene a significar que nos encontramos ante una película de 90 minutos con un desarrollo argumental más fino que el filo de una hoja, pero claro, ¿desde cuando el cine de autor necesita de guiones sólidos? ha sido una de las dudas razonables que han esgrimido los defensores a ultranza de este cine para justificar su preferencia por el mismo en lugar del (mal llamado) clásico. Para desmentir esto, basta con recordar la cantidad de grandes guionistas que elevaron a sus máximas cimas, por ejemplo, al cine italiano más prestigioso y “intelectual”: el de Fellini, Visconti, Antonioni, Rossellini, y muchos más; o el extraordinario trabajo de depuración estructural y formal llevado a cabo en su obra por el realizador francés Robert Bresson.
Cine de autor, sí, pero elaborado a conciencia.
La película de Gonzalo López-Gallego, indudablemente, está más cerca del cine de autor europeo que del cine comercial norteamericano, pero eso, claro está, no tiene por que dar como resultado una buena película.
Para empezar, el film de Gallego se toma su tiempo, excesivo, para que el espectador conozca a los dos personajes más relevantes de la película, Sara (Diana Lázaro) y Alex (Manuel Sánchez Ramos): durante la primera media hora de película prácticamente sólo observaremos a estos personajes, que no se conocen, y el discurrir de sus respectivas y tristes existencias. El perfil psicológico de los dos viene definido por sus acciones y gestos, no por sus palabras. Alex es un mecánico que parece atrapado entre el retraso mental, el autismo y una tendencia asesina. Sara, por su parte, sale a pasear por las noches o le gustan canciones propias del cine musical clásico, como el “Cheek to cheek”. Ambos sufren de una profunda soledad.
El principal problema de “Nómadas” tiene que ver con un estilo visual que se revela ecléctico pero al mismo tiempo confuso y contradictorio. La película de Gallego pretende aunar la sobriedad narrativa que preside algunas secuencias con una estilización de la imagen preciosista y recargada, y con unos modos que se acercan, en no pocos momentos, a los del video-clip. Una película que me viene a la mente viendo el film de Gallego es la excelente “Mala Sangre” (Mauvais Sang, 1985, Leos Carax), una de las mejores películas de los años 80, que hacía alarde de una inventiva formal poco frecuente: también era, en esencia, una extraña historia de amor, y también tenía un estilo visual indudablemente moderno. “Nómadas” quiere ser moderna y original, pero a cualquier precio: Gallego utiliza con excesiva frecuencia planos estáticos de cosas, objetos, fragmentos de lugares, etc., que al principio del film tienen una cierta razón de ser por que definen el contexto espacial y vital de los personajes, pero conforme avanza la película Gallego demuestra que está excesivamente embelesado con esos planos, que trabaja estéticamente a conciencia (el uso estético del desenfoque; objetos que no aparecen encuadrados de forma limpia, sino recortados o insinuados, pero siempre componiendo con otros elementos del encuadre, de tal forma que esos “desencuadres” devengan, pese a todo, bonitos), pero que no tienen funcionalidad narrativa alguna: terminan convirtiéndose en bellos bodegones, y poco más.
Hay en esa elaboración una cierta estética del vacío, pero en un sentido mucho menos positivo que en un film de Bresson, Garrel o Haneke; si habitualmente el vacío, en las películas de estos directores, es hiriente, y aumenta la sensación de desazón del espectador, en la película de Gallego el espectador más bien admira la bonitas composiciones o el desenfoque de un plano, o un entrecortado montaje de acciones al modo de un video-clip. Por otro lado, y lo que es peor, el “vacío existencial” de los personajes va acompañado de cancioncillas que se pretenden atmosféricas y que sólo consiguen desviar al director de lo que debería interesarle: el silencio y la sensación de soledad: hay una falta de determinación en el empeño del director.
En algunos momentos de “Nómadas”, la definición simple de los personajes naufraga por completo: cuando, para definirlos, se opta por el silencio habitual de los mismos, se corre el peligro de que cuando estos hablen el espectador se vea sorprendido negativamente: es el caso del personaje más agresivo del film, uno de los dos tipos con los que se topa Sara, que parece expresarse, fundamentalmente, con gritos cortos y exagerados, que prácticamente caricaturizan al personaje en su maldad.
Otras imágenes, de tipo poético, son más bien relamidas; ej.: en la secuencia en la que Alex es agredido violentamente por los secuestradores de Sara, Gallego inserta unos planos de Alex, tendido desnudo y en posición fetal sobre un manto de leche, reaccionando con el movimiento de su cuerpo a los golpes que le son propinados en la “realidad”. Los planos parecen sugerir desde una desprotección física del personaje hasta, quizá, su infantilismo mental, pero la imagen genera un efecto narrativo ambiguo: se anula la violencia física del momento a cambio de una “performance visual”, consecuencia de aquella, percibida desde el interior de la mente del personaje que recibe los golpes.
En alguna ocasión se ha hablado de cierta influencia lynchiana en las imágenes de la película, y esto puede resultar aceptablemente positivo en relación a algunos momentos concretos, como aquel que muestra a Sara en su casa elaborando toda una peculiar gestualidad corporal con el fin de lograr sintonizar la señal de un televisor. El momento puede recordar, sin ir más lejos, a ciertas secuencias del primer film de David Lynch, “Cabeza Borradora”. Pero este tipo de parecidos son extraordinariamente habituales en los realizadores actuales, que acaban recurriendo a ellos por la simpatía que les provocan los realizadores a los que admiran, antes que por verdadera necesidad.
Hay dos momentos, construidos en cierto modo de forma similar, en los que se pueden ver con claridad los pros y los contras del film de Gallego: en el primero de ellos, y tras la paliza que le han propinado los dos tipos, Alex, desnudo en el lavabo, observa sus heridas y, poco a poco, parece ir cargándose de rabia al ritmo de una conocida composición de Mozart que también tiene una progresión sonora: música utilizada en muchas películas como un cliché melódico antes que por su adhesión a las imágenes; Gallego emplea una música trágica en un momento que es dramático, pero no trágico, del mismo modo que Tarsem Singh emplea ésta misma música en el efectista inicio de “The Fall”, con resultados igual de inapropiados, cuando el espectador ni tan solo sabe lo que está ocurriendo, ni en que medida afecta eso, ni a quién, pero bueno...
En un lado más positivo tenemos otra secuencia, también construida en torno a una progresión sonora más simple, de guitarra eléctrica, y también más acorde con la naturaleza de la situación que tiene lugar: Uno de los dos tipos que han secuestrado a Sara consigue arrancar triunfalmente el motor de su coche, después de haberlas pasado putas, momentos antes, ya que el mismo había dejado de funcionar. Los estilizados y calculados gestos del actor (por ello mismo falsos, irreales) y su alegría al oír el arranque del motor, acompañados de la música, cohesionan positivamente. Pero todo resulta ser un sueño, fruto de la fuga mental momentánea del personaje, cuya realidad es espeluznante, ya que tiene que matar a Sara (cuyo destino en manos de ambos tipos es, de todos modos, verdaderamente incierto para el espectador), por que el coche en el que viajan ha dejado de funcionar.