miércoles, 24 de febrero de 2010

BARRAVENTO (ÍDEM, 1962, GLAUBER ROCHA)

Título Original: Barravento
Año: 1962
Nacionalidad: Brasil
Duración: 78 Min.
Director: Glauber Rocha
Guión: Luiz Paulino Dos Santos, Glauber Rocha, Jose Teles
Actores: Antonio Pitanga, Luiza Maranhäo, Lucy de Carvalho, Aldo Teixeira, Lidio Silva, Edmundo Albuquerque.

Sinopsis: Película que retrata de forma entre antropológica y mística a los habitantes de una comunidad de pescadores de Bahía, en Brasil, y su manera de entablar relaciones de afecto, los conflictos que surgen entre ellos y como los resuelven, sus tabúes sexuales y religiosos, la  influencia que el mar, los rituales y los dioses ejercen en sus vidas, etc.


El primer largometraje dirigido por Glauber Rocha es, además, uno de los referentes obligados en cualquier crónica acerca del Cinema Nuovo Brasileño; probablemente de una importancia similar a la que tiene el film “Vidas Secas”, de Nelson Pereira Dos Santos. 

Rocha es un cineasta que recorre un extraño sendero creativo, iniciado notablemente con la película que nos ocupa, para ir perdiendo a marchas forzadas, con sus siguientes largometrajes, la frescura y inventiva de “Barravento”: a este film le siguen las notables “Dios y Diablo en la Tierra del Sol, 1964” y “Tierra en Trance, 1967”, menos espontáneas formalmente, más calculadas intelectualmente y mucho más politizadas y conscientes de la “autoría” de su director, pero sólo un par de años más tarde Rocha empieza a dar muestras de un verdadero agotamiento formal con el film “Antonio Das Mortes, 1969”, y alcanza el punto más bajo de su carrera con la radical, sí, pero olvidable “La Edad de la Tierra, 1980”.



La progresiva decadencia de Rocha expone, con transparencia, uno de los aspectos negativos que puede conllevar el auto-adjudicarse uno mismo la etiqueta de “autor” cinematográfico, etiqueta que, por lo demás, sólo unos pocos han sabido defender, a lo largo y ancho del globo y a lo largo de la Historia del cine, de forma apropiada: la eclosión de los Nuevos Cines alrededor del mundo no propició únicamente el parto de grandes directores, también dio pie a no pocos creadores mediocres que eran capaz de aniquilar cualquier sentido de la narrativa con tal de parecer “originales” y “creativos”.
En todo caso, “Barravento” es un excelente film, poético, pero al mismo tiempo con un coherente sentido de la narrativa: hay un hilo argumental que el espectador sigue sin excesivos problemas, pero eso no impide a Rocha concebir cada secuencia de una forma muy particular. Lo primero que sorprende es el desarrollado sentido de la musicalidad cinematográfica que exhibe el director brasileño, ligado tanto al uso de músicas folklóricas que definen la cultura que visualiza, como al ritmo de montaje que imprime a las imágenes que relaciona con las mismas. Una de las principales intenciones de Rocha es, indudablemente, la de dar forma a un film profundamente brasileño, que hable, de forma sugerente, de las raíces de un pueblo: el mestizaje racial (fruto de la previa colonización), el uso de rituales mágicos que tienen la finalidad de depurar el espíritu de una persona, el misticismo, la necesidad de que exista el progreso dentro de los restringidos márgenes de una sociedad con costumbres muy arraigadas, etc.



Glauber Rocha crea unas poéticas imágenes para su película, que recuerda en algunos momentos a “Tabú”, una de las grandes películas de Friedrich Wilhelm Murnau, centrada en la vida en una pequeña isla haitiana, y que narraba la trágica historia de amor prohibido que vivían sus principales protagonistas. Las imágenes y la música, conviene insistir en ello, son las principales razones de ser de “Barravento”, que deja de lado en gran parte de su metraje el uso de diálogos entre los personajes.
Cuando los dos antagonistas masculinos de la narración se enzarzan en una pelea, Rocha filma la situación de forma profundamente simbólica: no es una pelea “real”, en la que lo actores “simulen” los golpes que se propinan mutuamente, sino que, directamente, el realizador concibe una simulación asumida, en la que los luchadores esquivan los golpes y se mueven ágilmente al ritmo de la capoeira, un tipo de lucha que más bien es una forma de expresión, ya que igual de importantes en ella son la faceta musical y de expresión corporal, la faceta oral y la faceta tradicional. Este aspecto formal quedará más desarrollado en posteriores películas de Rocha, como las citadas “Dios y Diablo en la Tierra del Sol, 1964” y “Tierra en Trance, 1967”: en ambas, las peleas son visualizadas como si de una lucha entre fuerzas antagónicas (que entran directamente en el territorio del mito) se tratara. Uno de los dos personajes femeninos importantes de la película es una chica joven de piel blanca fruto del amor entre un hombre blanco y una mujer negra, y a la que se somete reiteradamente a rituales mágicos y purificadores en forma de danzas impulsadas por ritmos obsesivos que sumergen a sus participantes en trances mentales. Momentos en los que el ritmo de montaje de los planos y la iluminación especial del rostro de la chica a purificar (con luces tamizadas pero directas al rostro de la actriz, que expresan la turbación interior del personaje y al mismo tiempo configuran una atmósfera visual mágica y embrujadora) se revelan tan importantes como la propia música.



“Barravento” es una de esas películas un tanto esquivas para el crítico, ya que su fuerza poética, nacida del poder de las imágenes de Rocha, es difícilmente trasladable a meras palabras: hay que verla, y además con una mirada limpia de prejuicios cinematográficos anclados en las tradiciones narrativas imperantes en el cine mundial, hoy igual que ayer, o quizá, y debido a la globalización, más que ayer.
No abunda el cine puro, ni dentro de los pequeños márgenes del cine brasileño, ni en los mucho más grandes de los países más importantes en lo que a industria cinematográfica se refiere.

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