Aunque hace ya muchos años que los premios Oscar perdieron todo su
sentido (si es que alguna vez lo
tuvieron), cabe decir que la inminente celebración de su nonagésima edición se
antoja más prometedora que de costumbre debido a la calidad media que exhiben
algunas de las nominadas en categoría de mejor película. De hecho, esta podría
ser la única edición reciente en la que, a pesar del exagerado número de
convocadas -nueve desde que la Academia decidió que cinco eran pocas-, varios
de los films merezcan ser recordados en el futuro. Desde las para mí
irreprochables Dunkerque (Dunkirk,
2017), de Christopher Nolan, y El hilo
invisible (Phantom Thread, 2017), de Paul Thomas Anderson, hasta las notables
Los archivos del Pentágono (The Post,
2017), de Steven Spielberg, y Tres
anuncios a las afueras (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, 2017),
de Martin McDonagh, o incluso la inesperadamente interesante Call Me by Your Name (2017), de Luca Guadagnino.
El cineasta Paul Thomas Anderson
Harina de otro costal me parecen esas otras candidatas que, dado el
actual contexto socio-cultural en el que lo políticamente correcto (aliado
inequívoco del pensamiento único) amenaza con sofocar cualquier atisbo de
transgresión, representan a un determinado
tipo de cine que ahora casi parece obligado nominar o premiar, caso de la
mediocre Déjame salir (Get Out,
2017), de Jordan Peele -galardonable por cuestiones raciales-, de la correcta La forma del agua (The Shape of Water,
2017), de Guillermo del Toro -película que hace unos años no hubiera recibido
la misma atención pero cuyo discurso es ahora interesante porque cualquier
minoría racial, social o sexual puede verse fácilmente reflejada con él-, o de Lady Bird (2017), de Greta Gerwig,
irregular comedia de regusto alleniano que, presupuestada en 10 millones,
representa junto a las mucho más logradas The
Florida Project (2017), de Sean Baker,
y Yo, Tonya (I, Tonya, 2017),
de Craig Gillespie, que han costado, respectivamente, 2 y 11 millones de dólares
y aspiran a uno y a tres premios, la cuota "obligatoria" de
nominaciones al cine indie (dándose
además la circunstancia, casual o no, de que en los tres casos existe una
elevada componente femenina). Algo no muy diferente en realidad de lo que
ocurre con la novena candidata, El
instante más oscuro (Darkest Hour, 2017), de Joe Wright, inevitable ejemplo
de cine de qualité que funciona aceptablemente bien cuando su realizador se
deja de filigranas visuales insustanciales, concentrándose por tanto en los
personajes y sus diálogos, pero que cuando incurre en ellas se revela
considerablemente irritante.
En cualquier caso, es a El hilo
invisible, octavo largometraje dirigido hasta la fecha por Anderson, a la
que he dedicado un artículo, recientemente publicado en la revista digital de
cine Transit: cine y otros desvíos, que los interesados podrán leer en el
siguiente enlace:
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