Recuperar con cierta frecuencia a un
cineasta como Henry King, u a otros como Frank Borzage, Edgar G. Ulmer, André
de Toth, Anatole Lituak o Joseph H. Lewis -por no salirnos de aquellos
realizadores clásicos, americanos o europeos, que alguna vez han trabajado en
Estados Unidos- debería ser un ejercicio obligatorio para cualquier crítico o
periodista cinematográfico que se precie de serlo. Si durante los años ochenta
y noventa la televisión era una fuente de descubrimientos que permitía a
cualquier cinéfilo tener acceso, a través de algunos canales públicos, a un
amplio catálogo de cine clásico y moderno, desde hace un par de décadas, y a
pesar de que las ediciones domésticas e Internet -en este último caso gracias a
la desinterada contribución de veteranos coleccionistas de todo el mundo que se
han dedicado a atesorar buena parte de la más ignota historia del cine- han
permitido rescatar, a quien así lo haya querido, casi cualquier película que se
deseara ver -siguen existiendo lagunas, si bien se han visto reducidas
considerablemente-, lo cierto es que hoy en día son pocos los que se atreven a
descubrir a determinados cineastas más allá -y a veces ni eso- de sus títulos
más significativos o evidentes, que no necesariamente son los mejores. Una
paradoja todavía más grave si tenemos en cuenta que la filmografía de
cualquiera de los realizadores citados se compone de varias decenas de
películas y que muchas de estas acostumbran a tener un notable interés.
El cineasta Henry King
En cualquier caso, la tarea no sólo
debería consistir en escribir sobre unos determinados cineastas, o sobre los
argumentos y personajes que caracterizan a su obra -una tendencia que, de
manera tan sorprendente como lamentable, todavía sigue vigente entre buena
parte de los profesionales del sector-, sino, sobre todo, en analizar su
capacidad para la puesta en escena, indagar en sus métodos y reflexionar
-incluso de manera ensayística, siempre que se haga con un mínimo de
coherencia- sobre una determinada (e intransferible) manera de afrontar el
acto cinematográfico.
Existen, por supuesto, excepciones a
esa norma, desde estudios monográficos aparecidos en formato de libro hasta
dossieres publicados en revistas más o menos veteranas, pero, como digo, la
tarea pendiente sigue siendo analizar los elementos de puesta en escena al
modo de, por poner varios ejemplos, obras de referencia como Los proverbios chinos de F.W. Murnau, de
Luciano Berriatúa, o del imprescindible volumen que Miguel Marias dedicó a Leo
McCarey.
Sea como fuere, con el artículo que he dedicado a tres films clave de
Henry King, recientemente aparecido en la revista digital Transit: cine y otros desvíos,
espero haber puesto mi pequeño grano de arena a tan vasta (y necesaria)
tarea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario