Aunque
tal vez de manera inesperada, la nueva película de Christopher Nolan, Dunkerque, ha venido generando a lo
largo del último mes y medio algo que cada día resulta más extraño de ver entre
la crítica cinematográfica: debate. Si bien prácticamente nadie se ha atrevido
a cuestionar las virtudes técnicas o escenográficas del film, en lo que
concierne a su fidelidad histórica las pegas han sido considerables. Nada
extraño si tenemos en cuenta que la película viene firmada por un cineasta
popular y considerablemente taquillero, pues dicha ausencia de fidelidad a los
acontecimientos reales nunca ha impedido admirar algunas de las mejores obras
que el cine bélico ha entregado a lo largo de su historia, desde El gran desfile (The Big Parade, 1925),
de King Vidor, hasta La infancia de Iván
(Ivanovo detstvo, 1962), de Andrei Tarkovsky y Eduard Abalov; desde Objetivo: Birmania (Objective, Burma!,
1945), de Raoul Walsh, hasta La colina de
los diablos de acero (Men in War, 1957), de Anthony Mann. Nolan lo ha
dejado bien claro en alguna entrevista: para él, Dunkerque es un thriller que transcurre en un marco bélico, lo que
vendría a ser lo mismo que afirmar que Dunkerque
es una ficción que transcurre en un marco real y entre cuyos objetivos principales no
existe pretensión alguna de ser absolutamente fiel al mismo. Sin embargo
algunos, intentando subjetivar la visión que ofrece el film en función de
intereses puramente personales –y otorgándole por ello mismo una orientación
que jamás ha estado en el punto de mira de su artífice–, han restado importancia
a sus logros relativizando (o tal vez sería mejor decir “distorsionando”) una
visión artística que resulta tan legítima como cualquier otra.
Nolan en un momento del rodaje de Dunkerque
En
cualquier caso, la nueva propuesta de Nolan se ha erigido sin dificultades en
uno de los estrenos más interesantes de un año, el presente, que, eso sí,
quedará marcado para siempre por la memorable labor de David Lynch con la
inigualable tercera temporada de Twin
Peaks –el medio televisivo y el cinematográfico no deberían ser los mismos tras
semejante alarde de audacia e inventiva audiovisuales–, codeándose sin
problemas con algunas de las mejores producciones que, ya sea en salas
comerciales o gracias a su pase en algún festival, han podido verse en los últimos
meses: Silencio (Silence, 2016), de
Martin Scorsese, Z, la ciudad perdida
(The Lost City of Z, 2016), de James Gray, Loving
(2016), de Jeff Nichols, Nocturama
(2016), de Bertrand Bonello, Personal
Shopper (2016), de Olivier Assayas, o Le
secret de la chambre noire (2016), de Kiyoshi Kurosawa.
Aprovechando que el
cine Phenomena de Barcelona tiene previsto ofrecer en breve una nueva
oportunidad para ver Dunkerque en
70mm –del 18 al 24 de septiembre–, recupero ahora en este blog un artículo mío
sobre la película que la revista digital Transit:cine y otros desvíos publicó a principios del mes de agosto.
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