Aunque
no queda del todo claro qué posición ocupa en la actualidad Kenji Mizoguchi
dentro de la cinematografía japonesa, o cuál es su grado de influencia en los
cineastas contemporáneos –su distancia respecto a las figuras (y al cine) de
Yasujiro Ozu o Akira Kurosawa parece considerable: a él no se le suele
mencionar, mientras que no son pocos los realizadores que siguen proclamando su
admiración por el cine de sus coetáneos, si bien entre sus paisanos la balanza
se inclina decididamente por Ozu–, lo que sí salta a la vista es con que
facilidad se otorga la categoría de obra maestra (o casi) a un sorprendente número
de estrenos recientes. Y también la habilidad con la que se suele eludir la
justificación razonada de semejantes valoraciones en aras de eso que se suele
llamar “ensayo”, una práctica que en no pocas ocasiones no conduce a ningún lado.
No
es por ello de extrañar que debuts tan correctos (y perfectamente discutibles)
como el de Tarde para la ira (2016),
de Raúl Arévalo, o pretenciosidades tan
esteticistas y faltas de sustancia como Knight
of Cups (2015), de Terrence Malick, sean consideradas por algunos “obras
maestras” o, peor aún, “obras de arte”. Es decir, que sus ideas
cinematográficas, así como su constancia, podrían codearse sin problemas, supuestamente,
con las de, por ejemplo –y señalo dos referentes más o menos afines a los
géneros y/o pretensiones artísticas de las películas mencionadas–, obras como El demonio de las armas (Deadly Is the
Female, 1950), de Joseph H. Lewis, o Fellini
8½ (8½, 1963), de Federico Fellini.
El realizador Kenji Mizoguchi en un momento del rodaje de La calle de la vergüenza
La
anterior reflexión viene a cuento de la Re/visión que la revista digital Transit: cine y otros desvíos me ha permitido dedicar a La calle de la vergüenza (Akasen chitai,
1956), de Kenji Mizoguchi, una de esas raras películas que a pesar de estar
filmadas con una precisión casi quirúrgica gozan de una particular autonomía en
lo que se refiere a su estatus creativo: su rigor estético y su capacidad de
experimentación van cogidos de la mano y son fruto de la madurez, no de una
necesidad de epatar al espectador o de situarse a cualquier precio por encima
de su intelecto. Pocas son las películas actuales que se acercan al elevado
vuelo artístico de Mizoguchi en este film. Quien quiera averiguar qué
procedimientos estéticos narrativos y estéticos lo singularizan puede visitar
el siguiente enlace:
Introducción a LA CALLE DE LA VERGÜENZA - FILMOTECA SANT JOAN
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=HmsbVPy_UX4