Aunque
con bastantes semanas de retraso, hago constar por fin en este blog el largo (y
forzosamente incompleto) artículo que elaboré para Transit: cine y otros desvíos en torno a la corta filmografía de
Luis Aller, uno de los cineastas españoles más ignotos que uno pueda llegar a
imaginar. Y, créanme, se cuentan por decenas los realizadores patrios que a
pesar de su trayectoria (más o menos larga según el caso) carecen de los
méritos que Aller ha sabido finalmente concretar con su segundo largometraje, Transeúntes (2015), rodado (y sobre todo
montado) a lo largo de nada menos que veintidós años. Su visión, desde luego,
se aleja considerablemente de lo que se puede entender por relato convencional,
pero no porque carezca de él sino porque sus referentes son algo más
particulares, caso del cine que Jean-Luc Godard rodó en los años ochenta o de
aquellas innovadoras películas que intentaron en los años veinte dar una visión
global de la vida en un determinado núcleo urbano, ya fuera el de varias
ciudades soviéticas –Kiev, Járkov, Odessa y Moscú– en El hombre de la cámara (Chelovek s kino-apparatom, 1929), de Dziga
Vertov, o la capital de Alemania, Berlín, en Berlín, sinfonía de una ciudad (Berlin: Die Sinfonie der Grosstadt,
1927), de Walter Ruttmann.
El cineasta Luis Aller
Pero,
sintomáticamente, es esa condición de outsider, de creador a contracorriente,
la que condena automáticamente a Aller al ostracismo. Una marginación que otros
no padecen, caso de Albert Serra, porque, hábiles comerciantes como son (aunque
no lo parezcan), han sabido garantizarse la protección incondicional de unos
paladines que se precian de saber ‘descubrir talentos’ pero que en realidad
sobreviven gracias a ellos. Lo irónico del asunto es que allí donde el cine de
Serra no ha inventado absolutamente nada y carece de una capacidad
experimentadora a la altura de su escasa leyenda –algo lógico, pues él mismo
afirma que hace ‘cine puro’ pero desprecia sin la menor credibilidad el auténtico cine puro, que no es
precisamente el suyo–, la obra de otros crece con el tiempo –porque son mucho
más sofisticados y sensatos y han sabido afrontar dilemas creativos de
envergadura, caso de José Luis Guerín– porque no necesitan hacer feos a la constante
revisión (o incluso al descubrimiento) de todo tipo de cine para evolucionar: a Guerin se
le puede ver habitualmente en los cines de Barcelona viendo, y esto lo puedo
afirmar de primera mano, las más variadas propuestas, incluidos ciertos
clásicos que, más allá de que le gusten más o menos, el cineasta no tiene
reparo alguno en conocer o asimilar.
Aller y un cartel de Transeúntes
No
toda la singularidad cinematográfica es sinónimo de calidad o originalidad. Lamentablemente,
Transeúntes, que es auténticamente genuina y tiene logros más que
suficientes, sólo pudo gozar hace
unos meses de unos pocos pases en los cines de Barcelona o en otras ciudades
españolas, pero de nada que se parezca ni tan siquiera un poco a lo que debería
ser una carrera comercial normal. Quien quiera aproximarse a este realizador
desconocido, auténtico francotirador del cine patrio, puede visitar el
siguiente enlace:
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