Si
bien la década de los sesenta es menos fructífera en lo que a número de
westerns importantes se refiere que los años cuarenta o cincuenta, no es menos
cierto que durante la época en cuestión ven la luz un buen número de películas
pertenecientes al género y que entre ellas se cuentan algunas realmente
excelentes. Por un lado, John Ford continúa
en la cresta de la ola entregando un conjunto de cuatro filmes que, si nos
atenemos a un criterio de calidad y no a uno meramente cronológico, podría mantener
la siguiente e ideal progresión, en un arco de calidad que iría de lo notable a
lo magistral: El sargento negro (Sergeant
Rutledge, 1960), Dos cabalgan juntos
(Two Rode Together, 1961), El gran
combate (Cheyenne Autumn, 1964) y El
hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who Shot Liberty Balance, 1962).
Por otro, unos pocos cineastas fundamentales coetáneos de Ford también
encuentran la manera de prolongar sus respectivas voces en el género. Howard
Hawks entrega la excepcional El
Dorado (ídem, 1966), mientras que Raoul Walsh
hace lo propio con Una trompeta
lejana (A Distant Trumpet, 1964), un buen film que, si bien destaca por sus
notables composiciones en formato panorámico, no se encuentra a la misma altura
en apartados como el interpretativo, encabezado por una inapropiada y desangelada
pareja de actores protagonistas, Troy Donahue y Suzanne Pleshette.
Gordon Douglas, de espaldas, con Alan Ladd y June Allyson en el set de rodaje de The McConnell Story
Un tercer y
más productivo ‘mosquetero’, Henry Hathaway, entrega otros cinco westerns que,
dejando a un lado el titulado Nevada
Smith (ídem, 1966), que no he tenido la oportunidad de ver, van de lo
atractivo, Alaska, tierra de oro (North
to Alaska, 1960) y El póker de la muerte (5 Card Stud, 1968), a lo notable, Los cuatro hijos de Katie Elder (The
Sons of Katie Elder, 1965) y Valor de ley
(True Grit, 1969), además de dirigir tres episodios para el film colectivo La conquista del Oeste (How the West Was
Won, 1962), en el que también participan, con una sola historia cada uno, John
Ford y George Marshall, además de un Richard Thorpe que se limita a aportar unas
breves secuencias de transición.
Gordon Douglas dirigiendo a Joan Weldon en La humanidad en peligro
A
ellos cabe sumar la labor de un veterano como John Sturges, que entrega tres westerns
de relieve, Los siete magníficos (The
Magnificent Seven, 1960), La batalla de
las colinas del whisky (The Hallelujah Trail, 1965) y La hora de las pistolas (Hour of the Gun, 1967), de John Huston con
Los que no perdonan (The Unforgiven,
1960) y Vidas rebeldes (The Misfits,
1961) –film este último que probablemente no pueda ser considerado un ejemplar de puro western– o del más joven y
enérgico Sam Peckinpah con hasta tres películas que sin duda alguna se
encuentran entre lo más destacado de su filmografía, la notable Mayor Dundee (Major Dundee, 1965) y las
excelentes Duelo en la alta sierra (Ride
the High Country, 1962) y Grupo salvaje
(The Wild Bunch, 1969). A todas ellas cabe sumar películas tan interesantes
como Estación comanche (ídem, 1960),
de Budd Boetticher, Cimarrón (Cimarron,
1960), de Anthony Mann, El último
atardecer (The Last Sunset, 1961), de Robert Aldrich, Los profesionales (The Professionals, 1966), de Richard Brooks, La noche de los gigantes (The Stalking
Moon, 1968), de Robert Mulligan, o, por supuesto, las dos películas de un
realizador hoy en día tan olvidado como Gordon Douglas, Río Conchos (Rio Conchos, 1964) y Chuka (ídem, 1967). A la excelente Río Conchos he dedicado una extensa y merecida re/visión en las
páginas de la revista Transit: cine y otros desvíos, exclusivamente centrada en el magnífico partido que el
realizador logra extraer del formato panorámico, probablemente uno de los más
brillantes de la historia del cine.
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