Título Original: The
Roaring Twenties
Año:
1939
Nacionalidad:
EE.UU.
Duración:
106 min
Director:
Raoul Walsh
Guión:
Jerry Wald, Richard Macaulay y Robert Rossen, según una historia original de
Mark Hellinger
Actores: James Cagney, Priscilla Lane, Humphrey Bogart,
Gladys George, Jeffrey Lynn, Frank McHugh
En el año 1939 se rodaron un buen número de magníficas películas: Caballero sin espada (Mr. Smith Goes to
Washington), de Frank Capra, Gunga Din (ídem),
de George Stevens, La jungla en armas
(The Real Glory), de Henry Hathaway, Tierra de audaces (Jesse James), de Henry
King, Sólo los ángeles tienen alas (Only Angels Have Wings), de Howard Hawks, La regla del juego (La règle du jeu), de
Jean Renoir, La diligencia
(Stagecoach) y El joven Lincoln
(Young Mr. Lincoln), ambas de John Ford, Historia
del último crisantemo (Zangiku Monogatari), de Kenji Mizoguchi, la primera
versión de Tú y yo (Love Affair), de Leo
MccCarey, Suprema decisión (Sans
Lendemain), de Max Ophüls, Medianoche
(Midnight), de Mitchell Leisen, o The
Whole Family Works (Hataraku Ikka) y Sinceridad
(Magokoro), de Mikio Naruse. Todas ellas magníficos exponentes de sus
respectivos géneros, desde el cine de aventuras al drama humanista, pasando por
el western, el melodrama o el biopic histórico.
A estas cabría añadir, sin duda alguna, Los violentos años veinte, una de las películas fundamentales del
cine negro, género que experimentó su verdadera época dorada desde principios
de los años treinta hasta bien entrada la década de los sesenta, para
transfigurarse casi por completo durante los años setenta en algo más parecido
al thriller urbano o al relato policial, con las notables excepciones que han
supuesto, de forma puntual, revisiones tales (o puestas al día) de sus códigos
narrativos como la magistral Uno de los
nuestros (Goodfellas, 1990, Martin Scorsese) o la notable serie de
televisión Los Soprano (The Sopranos,
1999-2007, David Chase).
El cineasta Raoul Walsh
En cualquier caso, siempre es buen momento para
revisar cualquiera de los títulos mencionados, y en lo que respecta al film de
Walsh conviene decir que esto sería así aunque solo fuera por la magistral
clase de puesta en escena y de nervio narrativo que supone su visionado: Walsh
demuestra, secuencia a secuencia, y plano a plano, un talento innato para
insuflar continúo dinamismo al relato que tiene entre manos a través de un
auténtico despliegue de movimientos de cámara (en muchas ocasiones casi
imperceptibles para el espectador, de lo integrados que aparecen en el
conjunto), del movimiento de los actores por el decorado, de las efectivas
elipsis narrativas, o de una ausencia casi absoluta de los tiempos muertos. Los violentos años veinte es, por todo
ello, un largometraje poderosamente denso y sintético, además de un relato
épico y trágico. De todo ello hablo extensamente en una re/visión del film
publicada recientemente en Transit: ciney otros desvíos.
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