jueves, 15 de mayo de 2014

EL VIENTO SE LEVANTA (KAZE TACHINU, 2013, HAYAO MIYAZAKI)


Desde la serie Lupin (Rupan sansei, 1971-1972) hasta su último filme, El viento se levanta (Kaze Tachinu, 2013), Hayao Miyazaki se ha revelado de forma continuada referente indiscutible para el cine de animación internacional. Once largometrajes, cuatro series de televisión y varios cortometrajes, sin olvidarnos de su labor como productor, o de su profunda influencia en numerosas películas anime de las últimas décadas, confirman el ingenio y la capacidad creativa de quien puede ser considerado uno de los mejores realizadores japoneses en activo, junto a Hirokazu Koreeda y Nobuhiro Suwa (que acostumbran a mantener cierta constancia cualitativa), pero en todo caso muy por encima del demasiado irregular Takeshi Kitano, o del en ocasiones interesante, pero también muy a menudo irritante, cine de Takashi Miike.

Miyazaki retratado junto a varias de sus criaturas

Clásicos del cine en general pueden ser considerados a estas alturas films como la excelente El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no kamikakushi, 2001), las notables Nausicaä del valle del viento (Kaze no tani no Naushika, 1984), Mi vecino Totoro (Tonari no Totoro, 1988), La princesa Mononoke (Mononoke-hime, 1997), El castillo ambulante (Hauru no ugoku shiro, 2004) y Ponyo en el acantilado (Gake no ue no Ponyo, 2008), o la divertida Porco Rosso (Kurenai no buta, 1992), apreciable y muy personal obra del cineasta, aunque en mi opinión inferior en resultados a las otras mencionadas.


No me cabe la menor duda de que El viento se levanta es uno de los films clave del presente año. Durante sus ajustadas dos horas de metraje Miyazaki hace gala una vez más de su elegancia y transparencia en la puesta en escena (de raíz clásica), de su dominio del tempo narrativo (más reposado o más intenso según lo requieran los acontecimientos de la historia), y de su habilidad para manejar de forma expresiva y dramática el color y la iluminación. Aunque el grueso de películas que componen la filmografía del realizador se ha caracterizado por la imaginación que tiene este para describir universos fantásticos, cuando no directamente oníricos, resulta estimulante que Miyazaki haya decidido clausurar su filmografía con un film de registro incuestionablemente más realista y serio, pese a que desde sus primeras imágenes y a lo largo de su metraje se alternen con cierta constancia las secuencias que retratan las vivencias reales de Jirô Horikoshi, un ingeniero aeronáutico, con algunas ensoñaciones que describen las inquietudes o temores íntimos del protagonista.


Tan solo cabe lamentar que, para la ocasión, y pese a entregar una notable última película, Miyazaki no de desmarque totalmente del grueso del cine de animación, y se revele demasiado acomodaticio y conservador a la hora de describir la complejidad de las emociones que conducen a su protagonista (inspirado en un personaje real) a vivir obcecado en diseñar uno de los más mortíferos cazas de guerra de la historia, el Mitsubishi A6M “Zero”, lo que no es precisamente poco para un ser humano. Tal vez sea esta la única limitación importante que impide al cineasta redondear su propuesta.



De todo ello hablo más extensamente en la Panorámica que la revista digital Transit: cine y otros desvíos ha dedicado oportunamente al film de Miyazaki.




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