viernes, 4 de febrero de 2011

ESTUDIO ALBERT LEWIN (3): LOS ASUNTOS PRIVADOS DE BEL AMI (THE PRIVATE AFFAIRS OF BEL AMI, 1947)

Título Original: The Private Affairs of Bel Ami
Año: 1947
Nacionalidad: EE.UU.
Duración: 112 min
Director: Albert Lewin
Guión: Albert Lewin, según la novela "Bel Ami" de Guy de Maupassant
Actores: George Sanders, Angela Lansbury, Ann Dvorak, John Carradine, Susan Douglas Rubes, Hugo Haas

Sinopsis: Deambulando por las calles de París, Georges Duroy, joven ex soldado cuyo trabajo actual en el ferrocarril apenas le da para vivir, se reencuentra con Charles Forestier, un camarada suyo en el sexto de húsares que actualmente ejerce como jefe de redacción para el importante periódico La vida francesa. Forestier se muestra amistoso con Duroy hasta el punto de proponerle a este que escriba un artículo, acerca de su pasada experiencia como militar, que ambos utilizarán como carta de presentación del segundo para el jefe del rotativo, el Sr. Walter. El camino abierto por Forestier, y pese al escaso talento para la redacción demostrado por Georges, permitirá a este último, animado por su desmedida ambición, iniciar una escalada social en la que las mujeres, que sucumben fácilmente a su atractivo físico (de ahí el apodo "Bel Ami" que le dará una de sus enamoradas), ejercerán un papel indispensable, abriéndole con su ingenua credulidad todas las puertas necesarias que le permitirán alcanzar sus objetivos.


Los asuntos privados de Bel Ami y el cine de Albert Lewin

Los asuntos privados de Bel Ami es una película, muy poco conocida en la actualidad (y todavía menos difundida), que permite comprobar la solidez que alcanzó Albert Lewin en la puesta en escena antes de emprender el que sería su mayor logro cinematográfico, Pandora y el holandés errante.
Las razones por las que Lewin pudo sentirse atraído por el contenido de la novela de Guy de Maupassant saltan a la vista a poco que uno tenga un conocimiento previo de las películas anteriores del realizador: Georges Duroy, el protagonista de la historia de Maupassant, es un personaje cuyo egoísmo para con los demás no parece tener fondo, y en ese aspecto queda directamente vinculado tanto con el pintor Charles Strickland, protagonista de Soberbia (The Moon and Sixpence, 1942), el cual abandona a su familia y entorno social para dedicarse por completo a su gran pasión, la pintura, como con Dorian Gray, el joven y hedonista protagonista de El retrato de Dorian Gray (The Picture of Dorian Gray, 1945), el cual se sirve de los demás para alcanzar sus objetivos. Georges Duroy, por su parte, es un arribista social cuya mezquina actitud tiene como fundamento el afán del personaje por lograr distanciarse de sus poco distinguidos orígenes sociales, pero la narración de Maupassant, a diferencia de las de William Somerset Maugham o Oscar Wilde, no presenta ninguna coartada fantástica y/o mística, con lo que el lector/espectador de la historia siente al personaje más palpable, más crudamente real.



Además, el realizador relaciona de forma directa y consciente a los personajes y situaciones presentes en Los asuntos privados de Bel Ami con los que tenían lugar en Soberbia y en El retrato de Dorian Gray. La presencia de George Sanders en la adaptación de Maupassant, a cargo del personaje de Georges Duroy, permite pensar que Lewin encontró en el actor, y obviamente en su físico, a la encarnación perfecta de cierto tipo de personaje cínico y mezquino, que Sanders bordaba casi con naturalidad, como ya había demostrado en sus dos anteriores colaboraciones con el realizador, al encarnar al pintor Charles Strickland, el protagonista de la obra de Maugham, y al manipulador Lord Henry Wotton de la obra de Wilde. Las relaciones de parentesco entre los tres primeros films del realizador no terminan ahí, evidentemente, y ciñéndome exclusivamente al apartado interpretativo, me parece interesante mencionar la aparición en Los asuntos privados de Bel Ami de dos actores en concreto que parecen encarnar unos determinados roles simbólicos en sus diferentes apariciones en los films de Lewin. Por un lado, la actriz Angela Lansbury, que en El retrato de Dorian Gray encarnaba a Sibyl Vane, que era tanto una mujer como también una personificación del ideal de bondad femenina (entendido este concepto desde el punto de vista masculino, claro está), la cual se suicidaba tras ser cruelmente humillada por Dorian. Lansbury, en Los asuntos privados de Bel Ami, encarna el rol de Clotilde de Marelle, la única mujer a la que Georges Duroy no utilizará descaradamente para su escalada social y política, y a la que el arribista personaje dedicará las únicas y sinceras palabras de amor que saldrán de su boca: "hubiera podido ser feliz a tú lado", justo antes de morir en un duelo con pistola. En ambas películas la actriz encarna a personajes femeninos prácticamente intercambiables uno con otro, y que cargan con el peso de las humillaciones vertidas por sus amados, siendo al mismo tiempo la única posibilidad real que tienen estos últimos, llámense Dorian Gray o Georges Duroy, de salvar sus almas y vivir honradamente.
El actor secundario Richard Fraser, por su parte, y al igual que Angela Lansbury, también aparece consecutivamente en la segunda y en la tercera película de Lewin, encarnando a un personaje, en ambas ocasiones, que parece devenir símbolo de la venganza y, sobre todo, de la justicia Deux ex machina. En El retrato de Dorian Gray, Fraser encarnaba a James Vane, el hermano de la muerta Sibyl, que intentaba infructuosamente asesinar a Dorian Gray, el culpable del trágico suceso. Dorian, pese a que lograba esquivar la muerte que le traía James, no podía evitar percibir a este como a una personificación de la justicia divina, cuya existencia le obsesionaba y atormentaba por las noches. El mismo actor, curiosamente, encarna a un tal Philippe De Cantel en la película que centra nuestra atención en estas líneas, y será el encargado de matar de un tiro, en un duelo, a Georges Duroy, el cual ha adquirido de forma ilegal (y por lo tanto robado) el apellido De Cantel (y el reconocimiento social que este conlleva) del cual espera sacar gran provecho. Cuando el único De Cantel parecía haberse esfumado de la faz de la tierra, allanando de esa forma a Georges el camino que le acercaba a sus objetivos, hace su aparición en el relato el mencionado Philippe, el cual matará a su suplantador, en un acto de justicia (casi) divina. 


Retrato de un arribista: Un hombre contra una gran ciudad. (Dos visiones, diferentes pero complementarias, en torno al mismo personaje)

Trasladar una novela de algo más de 400 páginas (me remito al Bel Ami de bolsillo editado por Alianza Editorial) a una película de poco menos de dos horas de duración no es ya una tarea difícil sino directamente imposible. Consciente de ello, Albert Lewin (a cargo también del guión) emprendió una labor no tanto reductora del material original como habilmente sintetizadora del mismo: esto es, encontró la manera de plantear en su adaptación la mayor parte de los temas presentes en la obra original aunque paradójicamente lo lograra desprendiéndose por completo de pasajes y personajes importantes de la novela.

Como muestra de este esfuerzo del realizador podemos detenernos en el primer capítulo del libro, que en su traslación a la pantalla sufre sutiles pero sustanciosas transformaciones, en lo que puede ser percibido tanto un lógico proceso de síntesis del material literario de partida cuanto un acercamiento a la perspectiva que del mismo tiene el propio Albert Lewin; es decir, un proceso por parte del realizador de apropiación del universo plasmado en la novela.
Para empezar, esta secuencia empieza y concluye con una canción popular, de labios de una cantante callejera, relativa a un personaje llamado Bel Ami. Evidentemente, tanto por que el lector del libro de Maupassant ya conoce de antemano la relación que este apodo tendrá con Georges Duroy, el protagonista de la historia, como por que, a lo largo del film, la canción reaparecerá un buen número de veces, esta canción estará asociada por completo a Duroy, quien es presentado al espectador avanzando por entre las mesas de un bulevar mientras despierta a su paso la admiración de varias mujeres. La letra de la canción habla precisamente de eso, de un hombre que provoca los suspiros de las féminas aunque su frialdad le lleva a abandonarlas con la misma celeridad con que las toma, y define a lo largo del film el comportamiento que del mismo queda patente en las imágenes primorosamente elaboradas por Lewin.
Otro elemento original de esta secuencia, más importante sin duda para entender el universo fílmico de Lewin, y completamente ausente en el libro de Maupassant, es el muñeco llamado Cachiporra (personaje del teatro de títeres parisiense famoso en la época que retrata el film) que Duroy lleva consigo (como veremos después, a todas partes) y que le lleva a decir, observando atentamente al objeto, y en un momento en el que el personaje se queda absorto en sus propios pensamientos frente a su amigo Charles Forestier: - "hay que ir dando porrazos por la vida". La actitud personal que sugiere la frase, relativa a la capacidad arribista que anida en el personaje (y que no tardará en activarse) era planteada de otro modo, en el libro de Maupassant, por el propio Forestier, quien le decía a Georges: "hay que imponerse, y no solicitar". Como puede comprobarse, Lewin encuentra formas afines a su modo de entender el cine para reelaborar el material literario de partida, y la constante aparición de objetos a lo largo del film, como el mencionado Cachiporra, le permitirán expresar rápidamente en imágenes concretas ideas dramáticas complejas o perfilar psicológicamente a algunos personajes. El sentido de algunos de los objetos que aparecen en el film lo detallaré en otro apartado de este escrito.

 Georges observa la figura de Cachiporra


En todo caso, y dejando de lado por un momento las diferencias más importantes que se dan entre el libro de Maupassant y la adaptación cinematográfica de Lewin, escritor y realizador parecen compartir una opinión muy similar acerca de Georges Duroy, el protagonista de la historia: Guy de Maupassant define a su protagonista en el primer capítulo del libro de forma rápida y contundente: "se asemejaba al malo de las novelas populares". Por su parte, finalizados los títulos de crédito iniciales, y precediendo al primer plano del film, Lewin intercala un texto que deja las cosas claras al espectador desde el principio y que dice lo siguiente: "This is the history of a scoundrel", cuya traducción al castellano vendría a ser aproximadamente algo así como "Esta es la historia de un canalla" (o de un sinvergüenza).
Si a Maupassant y a Lewin les merece esta opinión el protagonista de sus respectivas narraciones no es por otra razón que por el frío y consciente arribismo que muestra el personaje desde el principio, obteniendo siempre el mayor beneficio de cualquier persona que se cruce en su camino, pero especialmente de las mujeres, a las que seduce con facilidad absoluta y que le facilitan una escalada social, económica y política de gran envergadura.
La mezquina actitud del protagonista, en todo caso, nace de su afán (o así lo justifica el mismo Georges delante de Clotilde, la única mujer que le aprecia verdaderamente) por lograr distanciarse de sus poco distinguidos orígenes como hijo de campesinos. Georges defiende sus desmedidas ambiciones y define su lucha como la de "un hombre contra una gran ciudad. Debo conquistar o ser conquistado".

Será precisamente Clotilde, el personaje femenino clave de la historia (aunque de ella Georges no obtenga los mismos beneficios que de las otras mujeres que aparecen en la narración), la que demuestre conocer a su amado mejor de lo que este se conoce a si mismo, y lo demuestre acotando con una sola frase las ambiciones de Georges: "Cuando te cases querrás que sea en la Iglesia de la Madeleine, en presencia de la gente más importante de París, y querrás mirar desde la Plaza de la Concordia a la Cámara de los Diputados, donde radica tu futuro". La inspiración para esa frase, pronunciada por Clotilde hacia la mitad del film, la extrae Lewin del capítulo final del libro de Maupassant, en cuyas páginas el escritor describe el desarrollo de la boda que une a Georges con Suzanne Walter, la hija del Sr. Walter, el jefe del rotativo para el que trabaja Georges, en la mencionada Iglesia de la Madeleine. Acontecimiento (que, repito, solo tiene lugar en la novela de Maupassant) con el que el protagonista pone el broche de oro final a sus aspiraciones personales, alcanzando un estatus social que le proporcionará un gran poder político y económico, y enlace que, por cierto, Georges pactará (más bien forzará) con los padres de Suzanne de una manera harto despreciable: una vez la joven e ingenua Suzanne ha sucumbido a los encantos de Georges, y ante la negativa de los padres de la chica a que esta contraiga matrimonio con su pretendiente, Duroy procederá a secuestrarla, de forma consentida por la misma, para debilitar la posición defensiva adoptada por el Sr. Walter: en la época descrita en el libro de Maupassant, un secuestro de este tipo equivalía a la perdida de la virginidad (o inocencia, si se prefiere) de la joven raptada, lo que podía ocasionar, a familias de prestigio como los propios Walter, daños irreparables para su imagen pública y, por consiguiente, una pérdida de su respetabilidad, convirtiéndose el acontecimiento en una vergüenza familiar. El chantaje orquestado por Georges surte efecto, y Maupassant abandona al personaje (y con él la narración) cuando este ha alcanzado su objetivo final, aunque, como dice una frase atribuida a Jesús (y posteriormente también a Blaise Pascal), "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?". Esta frase, que no por casualidad Lewin pone en boca de un predicador callejero en un momento de su versión de El retrato de Dorian Gray, se convierte en todo un reflejo de la actitud moralista que Lewin muestra hacia sus personajes, a los que prefiere redimir a través de la muerte antes que condenar en vida. Si esto ya era así en Soberbia y en El Retrato de Dorian Gray, en Los asuntos privados de Bel Ami es todavía más evidente, pues Lewin elimina de su película el final del libro de Maupassant (y en consecuencia una parte significativa de los acontecimientos que acaban conduciendo al mismo), y en su lugar genera a Philippe De Cantel, un personaje, del que ya he hablado líneas arriba, que ejercerá de Deux ex machina matando a Georges en un tenebroso duelo. El misterioso reaparecido morirá también por efecto de los disparos de Georges, aumentando con ello esa sensación que tiene el espectador de que el acontecimiento del que ha sido testigo era inevitable y obedecía a los designios de una voluntad superior, muda pero no ciega ante los seres humanos y sus actos.

Mientras que Maupassant abandona a Georges a su suerte cuando este, aparentemente, ha logrado su mayor triunfo, la boda con Suzanne (aunque el escritor permite un último conato de lucidez al personaje, que reflexiona acerca de la existencia probablemente más feliz que hubiera experimentado junto a Clotilde), Lewin, por su parte, decide salvar el alma de su personaje, antes de su definitiva condena, a través de la muerte en el duelo. Muerte que, por cierto, aunque inesperada para el resto de personajes de la narración, Lewin ya anticipaba y sugería al espectador más atento en la primera secuencia del film, la del reencuentro de Georges con Charles Forestier, un viejo compañero de armas en el sexto de húsares, el cual, ante la preocupante situación económica de Duroy, le decía "Hay una vacante en la Vida Francesa. Acaban de matar a un reportero en un duelo". Oportunidad laboral que Georges cogerá al vuelo, y que se convertirá en vehículo de la fatalidad que acabará con la vida de este, condenando de antemano las decisiones posteriores del personaje: al final del film, Georges morirá en las mismas circunstancias violentas sufridas por el desconocido reportero al que sustituirá en la redacción del periódico.

Llegados a este punto, también me parece interesante señalar que la escalada social de Georges, aparte de verse sustentada en sus efectivas mentiras a las mujeres, también obliga al personaje a suplantar (a veces simbólicamente, otras veces literalmente) la posición laboral o la personalidad de otros personajes. En los párrafos anteriores he señalado tanto la usurpación del apellido De Cantel por parte de Georges como su sustitución, en el periódico La vida francesa, de un periodista llamado Marambó fallecido en un duelo.
A la muerte de su amigo Charles Forestier, Georges (aunque promocionado a estos efectos por aquel) pasará a ser el jefe de redacción del rotativo, y será un tal Laroche-Mathieu el que jugará a provocarle dirigiéndose insistentemente a él por el nombre de Forestier, insinuando de ese modo al resto de compañeros de la redacción el arribismo descarado de su nuevo superior.

La auténtica salvación del alma de Georges le viene ofrecida a este, tanto en el libro como en la película, por Clotilde, la mujer que, después de haber reflejado en las pocas palabras señaladas líneas arriba las ambiciones de su amado, le dice: "Tal vez podrías luchar mejor conmigo a tu lado". Un ofrecimiento que conlleva para Georges la posibilidad de alcanzar una posición social respetable con medios más honrados (y también con más esfuerzo), de los que este tiene pensados, pero que provocará una cauta y distanciada respuesta del personaje: "Tal vez".

Dos visiones (la de Maupassant y la de Lewin), diferentes pero complementarias, en torno a un mismo personaje que se erige en claro producto y símbolo de la sociedad cínica y hipócrita (en la que, por encima de todo, importan las apariencias) en la que vive inmerso.

Las tentaciones de San Antonio: un hombre y cinco mujeres

En la primera secuencia del film, mientras Georges Duroy manipula despreocupadamente la figura de Cachiporra que ha comprado en un bazar, su amigo Charles Forestier, que envidia la capacidad innata del otro para atraer a las mujeres, le deja caer con respecto a estas que "en París su influencia es muy grande". Georges reflexiona un momento acerca de las palabras de Forestier mientras continúa observando a Cachiporra, y al poco susurra para sus adentros la frase "hay que ir dando porrazos por la vida". El significado de la frase de Forestier y el de la de Georges se encadenarán en la mente de este último con tanta intensidad que devendrán singular fuerza motriz y lema vital de Duroy durante el resto de su existencia.
En la secuencia inmediatamente posterior, en la que tiene lugar la cena en sociedad a la que ha sido invitado Georges por su amigo Forestier instantes antes, quedará demostrada la capacidad que tiene el protagonista para atraer las miradas de las mujeres cuando, durante el desarrollo de la misma, Cachiporra se convierta en tema de conversación general, generando entre los presentes opiniones de todo tipo, y Clotilde termine por preguntarle a Georges que opinión le merece el personaje en cuestión, siendo su respuesta que "Le tengo respeto. No me parece fácil ser un canalla con éxito. Lo que más me choca de Cachiporra es su predisposición amorosa." Reflexión de Georges que pretende adular a las mujeres presentes en la cena, y que atraerá irremediablemente hacia el personaje la atención de las mismas; cinco en total: Clotilde de Marelle (la única mujer que le quiere de verdad y con la que reconocerá, hacia el final del film, que junto a ella "podría haber sido feliz"), Madeleine Forestier (esposa de su amigo Charles y, a la muerte de este, primer peldaño en la escalada social que ambiciona Georges, quien se casará con ella), Madame Walter y su hija Suzanne (engatusará a la primera para, después de comprar un apellido noble en desuso, aspirar desvergonzadamente al matrimonio con la segunda y, de ese modo, dar un paso más, casi definitivo, en su escalada social), y Marie de Varenne (la única mujer que resistirá estoicamente los halagos románticos de Georges).

Georges Duroy rodeado de mujeres en el cartel de una retrospectiva dedicada a los films de Albert Lewin


A lo largo del film proliferan las secuencias que muestran los avances amorosos de Georges con las mujeres arriba descritas, pero hay un fragmento, pasada la primera hora de metraje, en el que el complejo entramado de relaciones sentimentales que teje Georges Duroy a su alrededor adquiere casi la consistencia de una tela de araña; veamos: después de casarse con Madeleine Forestier, Georges coincide con Clotilde en un evento. Madeleine permite a Georges que acompañe a Clotilde hasta una calesa, pues respeta a la que considera una buena amiga suya. Una vez Georges despide a Clotilde, no sin antes reconocer ante la mujer que junto a ella seguramente hubiera alcanzado la felicidad, el vehículo desaparece mostrando al otro lado de la calle a Madame Walter, la mujer del propietario del periódico en el que trabaja Georges. Este inicia un descarado y afectado galanteo ante la madura mujer, cuya coquetería y vanidad femenina la hacen sucumbir ante la seguridad de Georges, quien consigue que esta le cite al día siguiente en la catedral de Notre-Dame. Tras su éxito con Madame Walter, Georges tendrá el siguiente pensamiento: "Acabo de encender una llama en una vieja chimenea llena de hollín". Mientras Georges espera, al día siguiente, a la Sra. Walter en la catedral de Notre-Dame, aparece la joven y atractiva Marie de Varenne, la mujer del organista ciego de la catedral (Georges ha conocido a este matrimonio durante el transcurso de la cena que tiene lugar en la segunda secuencia del film), a la que también intentará conquistar, sin lograrlo, pese a que sabe de antemano, y así se lo hace saber a la mujer, que "no sé por qué, pero no es usted como las demás mujeres. Se me antojan increíblemente estúpidas. Se las puede cautivar con una sonrisa, una mirada, un cumplido; cualquier cosa que afecte su vanidad. Son tontas, pero usted es diferente. Comprendí enseguida que no se dejaba impresionar fácilmente". La impenetrable coraza de la mujer, lejos de desagradar a Georges, llevan a este a decirle que "Creo que es usted la única mujer buena que he conocido"; aunque esta declaración, lejos de, quizás, dotar a Georges de cierta humanidad, y también de capacidad de persuasión, puede ser la enésima artimaña del hombre por vencer las reticencias de la mujer, la cual, antes de despedirse de aquel le espeta un contundente "me da usted lástima. Hay millones de mujeres buenas". En apenas unos minutos, en un alarde de densidad narrativa, Lewin ha encadenado los líos amorosos que Georges mantiene de forma consecutiva con cuatro de las cinco mujeres que sustentan la narración: un prodigio, pues sólo una de ellas se resiste a sus encantos, digno de las aventuras galantes (reales o ficticias) descritas por Giacomo Casanova en sus Memorias.

Curiosamente, y pese al calculado y egoísta comportamiento que en todo momento mostrará Georges con los demás, no solo Clotilde percibirá en él a un hombre víctima de sus impulsos, sino que Madame Walter, en una especie de arrebato místico, se obsesionará en el film de Lewin con un cuadro titulado La tentación de San Antonio, pintado por Max Ernst (1), en el que la mujer cree ver reflejado al propio Georges enfrentándose a las tentaciones más usuales para el ser humano: el triunfo social, el sexo y el dinero. Y esa visión de Georges como víctima de su entorno social coincidirá plenamente con la opinión que al marido ciego de Marie de Varenne le merece Cachiporra"Pega a todos cuantos se le oponen. Pero su brutalidad no es propiamente suya, le es impuesta. Yo tengo mi teoría sobre eso: Quienes se abandonan al mal ya no son espíritus libres. Son marionetas del diablo. Y eso somos todos: marionetas. A menos que creamos en Dios." Como se puede comprobar, Lewin refleja el alma de su protagonista, de forma indirecta, a través de las palabras de un hombre ciego (es decir, alguien que puede ver más allá de las meras apariencias) reflexionando acerca de un popular personaje del teatro de títeres, y también a través de un cuadro surrealista en el que se muestra a un santo enfrentado a tentaciones muy mundanas.

La tentación de San Antonio (1945), de Max Ernst 


La tentación de San Antonio, de Ernst, en el film de Lewin


Madame Walter, un personaje obsesionado con el cuadro y su significado...


...y que ve en el propio Georges a un San Antonio abandonándose a las debilidades humanas



Personajes definidos a través de los objetos
Como he venido insistiendo con los análisis de Soberbia y de El retrato de Dorian Gray, una de las características más relevantes del cine de Albert Lewin la encontramos en la proliferación de objetos que se da en sus películas y en el provecho que sabe extraer el cineasta de los mismos. Los asuntos privados de Bel Ami no es, en este sentido, una excepción; más bien todo lo contrario, pues la película destaca por ser la que con más insistencia recurre a los objetos para revelar al espectador, con su presencia en pantalla, el interior de los personajes.

La figura de Cachiporra que Georges ha comprado en un mercadillo, y que enseña a su amigo Forestier en la primera secuencia del film, cuando tiene lugar el reencuentro de ambos amigos, se convertirá en el objeto clave a lo largo del film, pues de tanto observar a la figura y al garrote que esta porta, Georges llegará a la conclusión de que "hay que ir dando porrazos por la vida", con lo que puede afirmarse que su arribismo y su forma de aprovecharse de los demás tienen su origen en una figura de mercadillo [sic].

Cachiporra



Otra figura, la un diablillo con la lengua fuera, aparecerá en, por lo menos, dos ocasiones a lo largo del film. En la primera de ellas, su aparición en pantalla devendrá un sardónico comentario y burla en torno a los torpes intentos de Georges por escribir un artículo que pueda llamar la atención del director del periódico en el que trabaja Forestier: por mucho que quiera llegar a ser un figura relevante en París, Duroy no tiene talento literario. Otra aparición de la misma figura tiene lugar hacia el final del film, en una secuencia en la que Georges defiende ante Clotilde su manera cínica de ver la vida. Lewin dedica un plano a ambos personajes y entre ambos sitúa al diablillo burlón, que en cierta manera parece materializar la filosofía vital, también burlona, de Duroy y erigirse en obstáculo para la relación ideal de este con Clotilde, la única mujer que podría reconducirle en la vida y, de ese modo, salvar su alma.


Bolas de papel amontonadas que reflejan los intentos frustrados de Georges por escribir un artículo para el periódico y la figura de una diablillo con la lengua fuera que parece burlarse de todo ello


Georges y Clotilde mantienen una tensa conversación y una caricatura de Georges transformado en Cachiporra (sobre la mesa) parece interponerse entre ellos...


...del mismo modo que también separa a la pareja la figura del diablillo con la lengua fuera en otro plano de la misma secuencia


Existen otros objetos, caso del juego del boliche o de unas cartas y un sombrero, que acentúan todavía más en ciertas secuencias el aspecto calculador del protagonista.
El juego del boliche tiene una aparición muy interesante en una secuencia que transcurre en la redacción del periódico, en la que Forestier informa a Georges de que el avance de su enfermedad (el personaje tiene los pulmones muy débiles) le obliga, por orden del médico, a abandonar París para irse a vivir a un clima más saludable como el que se encuentra en Cannes. Aunque Georges, a través de sus palabras, intenta restar importancia al dramatismo de las palabras de Forestier, su actitud, al seguir jugando al boliche mientras recibe la noticia, determina los auténticos sentimientos del personaje, que se encuentra muy lejos de empatizar con la cercana muerte de su teórico amigo, cuyo final vital percibe como una verdadera oportunidad de ascenso social: Forestier le informa de que, cuando decidió "enchufar" a Georges en el periódico no estaba haciendo otra cosa que promocionar a su sucesor, y, por otro lado, la que devendrá viuda de este, Madeleine, puede proporcionar, boda mediante, sustanciosas ventajas de todo tipo a Duroy.

Respecto a las cartas y el sombrero, Georges jugará a lanzar despreocupadamente las primeras al interior del segundo en una secuencia en la que, ya casado con Madeleine, revelará a ésta la manera en la que puede uno apoderarse de un apellido noble que perteneciera a una familia ya extinguida. Es cuando Georges aparenta una mayor despreocupación (ya sea jugando al boliche o con las cartas y el sombrero) cuando el personaje calcula con mayor precisión los pasos a dar para alcanzar sus objetivos.

Georges lanza despreocupadamente cartas al interior de su sombrero mientras desvela a Madeleine los pasos que tiene que dar para obtener un apellido noble que le pueda proporcionar prestigio social



A este pequeño muestrario de objetos que aparecen en determinados instantes del film, a los que caben añadir algunos otros a los que aludo en algunos momentos de este texto, como el cuadro La tentación de San Antonio que obsesiona a Madame Walter, o la foto de Madeleine que Charles Forestier tiene en su despacho en el periódico, se pueden sumar otros, como por ejemplo la pitillera de Georges (para la que Clotilde, después de tomar las medidas interiores de la misma, encargará un retrato suyo con unas dimensiones que lo hagan encajar en el objeto, con la finalidad de que su amado pueda recordarla a ella siempre que lo abra), una navaja de afeitar (que aparece en una excelente secuencia en la que Georges se asea con ella mientras lee una carta de Clotilde en la que esta le expresa el amor sin límites que siente hacia él, y que finalizará cuando el protagonista, con la máxima frialdad, decida limpiar la suciedad de la navaja en la propia carta), o un paraguas (con el que Georges se cobijará estúpidamente de la lluvia durante el duelo que dará por concluida su existencia, como si con ello hubiera pretendido defenderse de una muerte que ya presentía). Evidentemente, todavía existen en el film más objetos cuyo uso expresivo reviste interés, pero doy por concluido mi repaso de los mismos con los ya mencionados.

Clotilde, sentada junto a un retrato de su amado Georges (a su izquierda), escribe una carta en la que refleja sus encendidos y honestos sentimientos de amor hacia este...


...y Georges, que lee la carta mientras se afeita, limpiará su navaja con la declaración de amor de Clotilde, una mujer a la que humilla, pese a apreciarla, por que no puede proporcionarle ventajas políticas o económicas de ningún tipo



Huellas de la autoría de Albert Lewin en Los asuntos privados de Bel Ami

En los análisis dedicados tanto a Soberbia como a El retrato de Dorian Gray, aparte de incidir en algunos aspectos temáticos y/o formales característicos del cine de Albert Lewin, también he intentado insistir en la importancia que adquieren en sus films la formulación visual de situaciones dramáticas muy concretas que, observadas con detenimiento, se revelan claves para entender la forma que tiene el realizador de entender su profesión. Por un lado, los objetos juegan un papel relevante en el cine de Lewin, y por otro, no menos importante, la configuración, a nivel visual y dramático, de triángulos emocionales (y en ocasiones cuartetos, como ocurre en algunos instantes de la película que nos ocupa) es una figura de estilo recurrente en sus películas. Pues bien, el paradigma del cine de Lewin tiene lugar cuando ambas facetas se yuxtaponen, dando como resultado una situación en la que el susodicho triángulo emocional es formado por dos personajes físicamente presentes en pantalla, y un tercero ausente en la misma, pero evocado a través de un objeto (usualmente una fotografía, un retrato o una imagen) vinculado con él. En esta situación (que se repite en, por lo menos, sus tres primeras películas) hallamos el verdadero núcleo del cine de Lewin, pues la misma siempre anticipa acontecimientos importantes que van a tener lugar en la narración.

En Los asuntos privados de Bel Ami, la secuencia que merece nuestra atención es aquella en la que Charles Forestier comunica a Georges Duroy, reunidos ambos en el despacho que tiene el primero en la redacción del periódico para el que ejerce como jefe de redacción, su inmediata partida, por prescripción médica, para Cannes. Ya en el reencuentro de los dos personajes que tiene lugar en la primera secuencia del film, Forestier menciona a su amigo el frágil estado de sus pulmones, pero será en ésta cuando anuncie tanto el estado irrevocable de su enfermedad como sus intenciones de convertir a Duroy en su sucesor en el periódico. Duroy, que juega al boliche mientras escucha las palabras de Forestier, quita leña al asunto, pero Lewin se encarga de recordar al espectador cuales son las verdaderas intenciones del protagonista de su historia al incluir, en el encuadre que muestra la conversación entre Forestier y Duroy, una fotografía de Madeleine, la mujer del primero, separando visualmente a los dos amigos. Dicho de otro modo, la imagen de Madeleine termina configurando el triángulo emocional Charles - Madeleine - Georges, y al mismo tiempo divide la imagen y, por lo tanto, la amistad de los dos hombres. Ninguno de ellos menciona a Madeleine en esta secuencia, y a Forestier parecen escapársele en todo momento, a lo largo de la película, los avances amorosos de Georges con su esposa, pero Lewin deja claro que este último, pese a aparentar jugar despreocupadamente al boliche, en realidad tiene la mente puesta en la cercana muerte de su amigo y en la posibilidad que le brindará esta de contraer matrimonio con una mujer que le puede proporcionar prestigio económico, social y político, como pase previo a otro matrimonio, el suyo con Suzanne Walter, la hija del director del periódico, que le aupará definitivamente en su escalada social.

Georges juega despreocupadamente al boliche (que lleva en su mano derecha) mientras escucha los motivos de salud por los que su amigo Charles Forestier deberá abandonar París para dirigirse a Cannes, un lugar de clima más templado...


...y Lewin separa a los amigos al incluir, en un plano que los muestra a ambos, una fotografía de Madeleine (sobre la mesa), la esposa de Charles: la frágil salud de este último, y su consiguiente e inevitable muerte, hacen pensar a Georges que eso le pondrá en bandeja de plata la posibilidad de una boda de conveniencia con Madeleine



Finalizo mi análisis de Los asuntos privados de Bel Ami (obviamente parcial, pues se puede extraer mucho más jugo de esta obra) haciendo constar que, si algo me parece evidente en el film, después de varios visionados del mismo, es lo compacto y coherente que resulta este a nivel narrativo y formal: no sobra ni tampoco se echa en falta un solo plano en el film de Lewin, quien parece hacer suya la máxima del cine clásico norteamericano de "un plano, una idea". Un concepto del cine que, desgraciadamente, se echa en falta en el grueso del cine contemporáneo, el cual, pese a todo, a terminado por sepultar en el olvido a cineastas, como el propio Albert Lewin, muy superiores ya en su época a la mayor parte de los que ejercen la profesión hoy en día.




(1) Es evidente que, con la inclusión en el film de La tentación de San Antonio, de Max Ernst, Albert Lewin se permite un voluntario y consciente gesto anacrónico que tiene la intención de reforzar en la mente del espectador la opinión que de Georges Duroy tienen algunos personajes de la narración, y incluso el propio realizador: alguien víctima de su entorno, y que sucumbe con facilidad a las ambiciones humanas más características, pese a (o debido a) sus humildes orígenes como campesino. La acción de la película tiene lugar en París en 1880, pero Max Ernst nació en 1891 y pintó el cuadro en 1945, es decir, únicamente dos años antes de que Lewin filmara Los asuntos privados de Bel Ami.


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