lunes, 8 de enero de 2018

EL MELODRAMA SEGÚN HENRY KING (CÓMO LE CONOCÍ/ ESCALARÉ LA MONTAÑA MÁS ALTA/ CABALGATA DE PASIONES)


Recuperar con cierta frecuencia a un cineasta como Henry King, u a otros como Frank Borzage, Edgar G. Ulmer, André de Toth, Anatole Lituak o Joseph H. Lewis -por no salirnos de aquellos realizadores clásicos, americanos o europeos, que alguna vez han trabajado en Estados Unidos- debería ser un ejercicio obligatorio para cualquier crítico o periodista cinematográfico que se precie de serlo. Si durante los años ochenta y noventa la televisión era una fuente de descubrimientos que permitía a cualquier cinéfilo tener acceso, a través de algunos canales públicos, a un amplio catálogo de cine clásico y moderno, desde hace un par de décadas, y a pesar de que las ediciones domésticas e Internet -en este último caso gracias a la desinterada contribución de veteranos coleccionistas de todo el mundo que se han dedicado a atesorar buena parte de la más ignota historia del cine- han permitido rescatar, a quien así lo haya querido, casi cualquier película que se deseara ver -siguen existiendo lagunas, si bien se han visto reducidas considerablemente-, lo cierto es que hoy en día son pocos los que se atreven a descubrir a determinados cineastas más allá -y a veces ni eso- de sus títulos más significativos o evidentes, que no necesariamente son los mejores. Una paradoja todavía más grave si tenemos en cuenta que la filmografía de cualquiera de los realizadores citados se compone de varias decenas de películas y que muchas de estas acostumbran a tener un notable interés.

El cineasta Henry King


En cualquier caso, la tarea no sólo debería consistir en escribir sobre unos determinados cineastas, o sobre los argumentos y personajes que caracterizan a su obra -una tendencia que, de manera tan sorprendente como lamentable, todavía sigue vigente entre buena parte de los profesionales del sector-, sino, sobre todo, en analizar su capacidad para la puesta en escena, indagar en sus métodos y reflexionar -incluso de manera ensayística, siempre que se haga con un mínimo de coherencia- sobre una determinada (e intransferible) manera de afrontar el acto cinematográfico.



Existen, por supuesto, excepciones a esa norma, desde estudios monográficos aparecidos en formato de libro hasta dossieres publicados en revistas más o menos veteranas, pero, como digo, la tarea pendiente sigue siendo analizar los elementos de puesta en escena al modo de, por poner varios ejemplos, obras de referencia como Los proverbios chinos de F.W. Murnau, de Luciano Berriatúa, o del imprescindible volumen que Miguel Marias dedicó a Leo McCarey. 



Sea como fuere, con el artículo que he dedicado a tres films clave de Henry King, recientemente aparecido en la revista digital Transit: cine y otros desvíos, espero haber puesto mi pequeño grano de arena a tan vasta (y necesaria) tarea.