viernes, 2 de noviembre de 2012

COSMOPOLIS (2012, DAVID CRONENBERG)


Título Original: Cosmopolis
Año: 2012
Nacionalidad: Canadá/Francia/Portugal/Italia
Duración: 109 min
Director: David Cronenberg
Guión: David Cronenberg, según la novela Cosmópolis, de Don DeLillo
Actores: Robert Pattinson, Sarah Gadon, Paul Giamatti, Kevin Durand, Abdul Ayoola, Juliette Binoche



Sinopsis: Eric Packer, asesor de inversiones y multimillonario a sus 28 años, será testigo, desde el interior de una limusina y a lo largo de una conflictiva jornada en la ciudad de Nueva York, de una serie de convulsos acontecimientos que parecen anunciar importantes y trascendentes cambios para una sociedad capitalista que con sus reglas condiciona fríamente las existencias de los individuos y de la que él mismo es una figura representativa, quizá condenada a una inesperada pero necesaria extinción.



Cronenberg y Pattinson en un momento del rodaje de Cosmopolis


Hay que reconocer que el descalabro sufrido en la taquilla española por el más reciente film de Cronenberg era más que predecible: al ya de por sí antipático material literario que le sirve de base, la prestigiosa e interesante novela homónima de Don DeLillo, hay que sumar el casi nulo reclamo que supone para los espectadores adultos de nuestro país la figura de su cabeza de cartel, el famoso y mediocre actor inglés Robert Pattinson, siempre que este no encabeza el cartel, claro está, de la enésima entrega cinematográfica de la saga Crepúsculo: la cifras del box office nacional así lo indican, pues ni Cosmopolis ni Bel Ami, historia de un seductor (2012) han logrado, a pocas semanas vista de sus respectivos estrenos, más que pasar de puntillas por las salas.

En todo caso, la presencia de Pattinson en el film se revela coherente respecto a cierto tipo de rostro cronenbergiano, previamente asentado por los peculiares rasgos físicos de intérpretes como James Woods, Oliver Reed, Christopher Walken, Elias Koteas o Peter Weller, y la pobre respuesta de los espectadores en taquilla no debe impedir reconocer que Cosmopolis atesora un notable interés como obra, pese a sus obvias imperfecciones y aristas, y logra erigirse en un lúcido y complejo estudio de las reglas económicas, sociales y políticas que rigen el mundo occidental contemporáneo, quizá tan solo superado en los últimos años por los resultados de la excelente La cuestión humana (La question humaine, 2007), de Nikolas Klotz.

Aunque todavía es demasiado pronto para evaluar la importancia que pueda tener Cosmopolis en el conjunto de la filmografía del canadiense, se acaba de publicar en la revista online Transit: cine y otros desvíos, un artículo mío acerca de este personal film, en mi opinión igual de respetuoso con el original literario y con los estilemas temáticos y visuales más representativos del propio realizador.


domingo, 14 de octubre de 2012

IMPRESIONES DEL FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINEMA FANTÀSTIC DE CATALUNYA - SITGES 2012 (SEGUNDA PARTE)




COSMÓPOLIS (David Cronenberg, 2012, Francia/Canadá/Portugal/Italia)

"Dejaremos que se exprese". Esta es la respuesta que recibe Eric Packer (Robert Pattinson) al preguntar a un médico, en una de sus acostumbradas revisiones físicas diarias, si piensa hacer algo respecto a un pequeño bulto o pústula que ha aparecido en su cuerpo recientemente. A Cronenberg siempre le han fascinado los cuerpos que se expresan, y en Cosmópolis hay varios que debido a ello sufren severas transformaciones a lo largo del relato: el cuerpo de Eric, por supuesto, pero también el de ese gran cuerpo que es la ciudad de Nueva York, la cual sufre alteraciones físicas a consecuencia del trascendental cambio mental que se ha operado en sus habitantes, y también en ese sofisticado cuerpo tecnológico, una limusina que parece tener vida propia, con la que el protagonista pretende atravesar de punta a punta la ciudad el día menos indicado para ello: se suceden los atentados contra personajes relevantes de la economía, la política, etc., el presidente de los Estados Unidos está de visita en la ciudad, y como consecuencia se ha desplegado por las calles todo un complejo y opresivo mecanismo de seguridad para salvaguardar su seguridad, un cantante de rap con conciencia social ha fallecido, y el multitudinario seguimiento en el exterior de su comitiva fúnebre está ocasionando atascos...en fin, toda una serie de acontecimientos que ocasionarán que el trayecto en limusina de Eric devenga toda una alucinada odisea física y mental a la altura de nuestros tiempos (es decir, sin heroicidades de ningún tipo), pero barnizada con una densa capa de cinismo, frialdad y mala leche.

Los tiempos que nos han tocado vivir, marcados por la falta de unos objetivos vitales concretos (antes más evidentes) para los habitantes de una gran ciudad, la presencia cada vez mayor de la abstracción en la vida (sobre todo mental) de las personas, la confusión existencial, la fusión entre el ser humano y la tecnología, y también  la relación entre poder y tecnología, la alienación del individuo, la distancia emocional que, lenta pero inexorablemente, se ha impuesto entre las personas..., todo ello queda reflejado convenientemente en el mundo abstracto que recrean las imágenes de Cosmópolis: un mundo lamentablemente fracasado.

Cronenberg sale considerablemente airoso de su adaptación del Cosmópolis literario de Don DeLillo, y lo hace, en primer lugar, gracias a su sobrio y sutil, pero también elocuente, trabajo de puesta en escena. El realizador es capaz de transformar por momentos el interior de la limusina en la que viaja Eric, gracias a la sabia elección de una posición de cámara, de un ángulo, en todo un escenario digno del cine de ciencia-ficción. También consigue que los constantes destrozos (expresiones del cuerpo, decía líneas arriba) que sufre la limusina en su lento avance por las calles de la ciudad se conviertan en todo un símbolo visual de los cambios en la sociedad que están por llegar. Si esos cambios serán para beneficio de todos o no, esto sólo el tiempo lo dirá.

En líneas generales, Cosmópolis me parece un buen film, y también una atractiva adaptación cinematográfica de un material literario algo complicado, pese a que Cronenberg parezca estrellarse un poco en su manera de afrontar el tramo final del relato: pretendiendo ser excesivamente fiel a las palabras de DeLillo, el realizador consigue anular el efecto perturbador que unos diálogos y una situación (el encuentro final de Eric con el extraño Benno Levin) tenían en el libro, y que devienen paradójicamente lo peor del film, tanto porque la situación mencionada deviene excesivamente estirada, como porque la interpretación de Paul Giamatti, el actor que da vida a Benno, resulta un poco excesiva. La secuencia deviene un buen ejemplo, en todo caso, de que en ocasiones el exceso de literalidad en la traslación de un relato escrito al cine puede hacer colisionar  negativamente dos lenguajes distintos, y a veces opuestos.



ANTIVIRAL (Brandon Cronenberg, 2012, Canadá/Eua.)

Es cierto que en ocasiones las comparaciones pueden ser odiosas, pero no menos cierto es también que a veces resultan completamente inevitables. Es el caso de David y Brandon Cronenberg, padre e hijo respectivamente, pues ¿cómo evitar no pensar en las primeras películas del primero (especialmente en Stereo, Crimes of the future, Vinieron de dentro de..., o Rabia) mientras se contemplan las imágenes de Antiviral, la ópera prima del segundo, teniendo en cuenta que las similitudes entre ellas superan con amplitud la presencia de elementos que las diferencien?. Porque, no nos engañemos, en el caso de que Antiviral viniera dirigida por otro realizador, seguirían siendo una gran mayoría los que la considerarían descendencia cinematográfica directa del creador de todo un corpus fílmico que ha sido merecedor de ser etiquetado con la expresión, completamente asentada entre los cinéfilos y los críticos, de "cine de la nueva carne". 

Es precisamente ese etiquetado, esa adscripción incondicional a un universo creativo ajeno (por mucho que la transferencia se efectúe en este caso entre padre e hijo), el que me ha resultado tan profundamente molesto durante la proyección de Antiviral (película que, pese a todo, parece ser que ha sorprendido gratamente al público del Festival de Sitges), obra cuya puesta en escena se revela excesivamente autoconsciente y autocomplaciente, encorsetada en unos elementos visuales y conceptuales (que con el tiempo han devenido clichés) surgidos en su momento de la mente de un creador original capaz de aportar elementos nuevos al cine fantástico, un género que en aquel momento (los, para algunos, maravillosos años 70), estaba excesivamente anquilosado, y para el cual, no tan en el fondo, resultaban más trascendentales las innovadoras aportaciones de Cronenberg, Lynch, Weir o Tarkovsky, que las de un sinfín de películas de terror, reverenciadas continuamente desde entonces, y que, lo digo claramente, nunca han sido para tanto.

Lo peor del film de Brandon Cronenberg es que repite, casi cuarenta años después de aquellas primeras obras de su padre, toda una serie de defectos (de fondo, pero sobre todo de forma) que David fue corrigiendo progresivamente hasta alumbrar la que sería la primera obra verdaderamente notable de su filmografía, Cromosoma 3.

Antiviral carece de auténtica fluidez narrativa, y en ocasiones deviene incluso torpe en su puesta en escena (Ej: el joven realizador escoge posiciones de cámara, para filmar las repetidas ocasiones en las que el protagonista del relato, Syd March, se encuentra con sus compañeros de trabajo en una cola para comer, que dotan a los encuadres de un evidente acartonamiento, visual en primer lugar, pero que incluso se contagia a la labor de los propios actores), y Brandon Cronenberg estira excesivamente el metraje de un relato, hasta alcanzar casi las dos horas, que su padre jamás alargó más allá de la hora y media. A estos importantes defectos se suman la acumulación excesiva de encuadres que buscan la simetría visual; la creación de una atmósfera fría y distante, aséptica, en la que convergen la blancura de diversos elementos (de la fotografía, de los decorados, del vestuario), y que a estas alturas, y en si misma considerada, no tiene nada de original - pues todo ello ya resultaba mucho más perturbador en, por ejemplo, ese gran film que es De la vida de las marionetas (Aus dem Leben der Marionetten, 1980), de Ingmar Bergman -; la poco destacada labor de los interpretes - y, por favor, no confundir aquí la frialdad que exigen sus roles con la más pura inexpresividad de la que hacen gala, pues las primeras obras de David también pecaban de lo mismo, y el realizador, en cambio, corrigió sus errores primerizos en este sentido con su primer trabajo de dirección de actores verdaderamente destacable en Cromosoma 3 -, y la nula tensión que desprende el film prácticamente durante todo el metraje, terminan pesando demasiado y se convierten en un auténtico lastre para una película que en todo momento anda con los pies atados.

Por supuesto, que la primera obra de Brandon Cronenberg me parezca casi exenta de interés (y utilizo el casi, porque sería injusto evitar mencionar, aunque sea de pasada, que existen en ella algunos planos atractivos) no implica que este no tenga derecho a mostrar flaquezas y titubeos en su puesta de largo cinematográfica. Por mi parte, solo espero que el realizador reaccione a tiempo y decida, sino dejar de lado el cine fantástico - pues lo más probable es que sus próximos films se decanten hacia este género -, si, por lo menos, el dejar de vivir cinematográficamente a la sombra de su padre.



VOUS N´AVEZ ENCORE RIEN VU (Alain Resnais y Bruno Podalydès, 2012, Francia/Alemania)

Era previsible. Era previsible, digo, que un realizador como el gran Alain Resnais, que ya ha alcanzado los noventa años de edad, pero que todavía no ha perdido un ápice de su lucidez creativa, llegara a Sitges 2012 con un film, que ha pasado mayormente desapercibido (como reflejaba claramente la poca asistencia de público a la sala en la que se ha proyectado), y sorprendiera nuevamente a sus seguidores, que somos pocos pero bien organizados (como dijo respecto a los seguidores de Jerry Lewis el presentador del  documental Method to the Madness of Jerry Lewis, que ha podido verse también en esta edición del festival), el mismo año en que ha llegado a las salas españolas - y con tres años de retraso - su anterior trabajo, el notable, pero a todas luces más lúdico y divertido, Las malas hierbas (Les Herbes folles, 2009). Porque sorprende y fascina que un realizador de edad tan avanzada se enfrasque a estas alturas en el rodaje de un film tan denso, laberíntico y complejo como este, el título original del cual, traducido al castellano, vendría a ser algo así como "ustedes todavía no han visto nada de nada": realmente, es el colmo. Porque la propuesta es dura, lo suficientemente dura, a decir verdad, como para que un espectador que no permanezca con los sentidos completamente despejados durante los primeros quince minutos de proyección (veloces, retorcidos, incluso algo farragosos en un primer visionado), en los que adquieren la misma importancia  las imágenes y los diálogos, pero por encima de ellos la labor con el montaje, termine completamente desorientado y aturdido durante la hora y media restante de metraje. 

En Vous n´avez encore rien Resnais adapta, con la colaboración de Laurent Herbiet, dos textos teatrales del dramaturgo francés Jean Anouilh: por un lado Eurydice (1941), y por el otro Cher Antoine ou l´amour raté (1969). Desconozco ambas obras, así como toda la producción restante de Anouilh, pero conozco lo suficiente los largometrajes de ficción del realizador francés como para ser consciente de que este se apodera del material original y lo adapta por completo a sus intereses personales, dando lugar a una obra que deviene un auténtico resumen de las tendencias narrativas y formales que le han acompañado a lo largo de su dilatada carrera.

Los laberintos de la memoria, la confusión de identidades, las complejidades (y el infierno) del amor, la inquietante presencia (y certeza) de la muerte, la utilización de las propiedades menos exploradas del montaje cinematográfico para romper a conciencia la cronología temporal (jugando con los saltos entre pasado, presente y futuro) y/o espacial de una secuencia (un personaje puede transitar por un decorado determinado en un plano, y al siguiente aparecer repentinamente en otro, sin aparente solución de continuidad), la confusión entre realidad y ficción, o entre el actor y su personaje, el papel que juega el azar en la vida de las personas... En fin, toda una serie de temas, densos y complejos - y no cito todos los que debería -, que el realizador siempre ha manejado con acierto, y que encuentran su exponente más perfecto y complejo en la filmografía de Resnais en una obra tan lejana, y sin embargo tan libre, radical y moderna, como El año pasado en Marienbad (L´année dernière à Marienbad, 1961).

Vous n´avez encore rien es un notable film de Resnais, y también una de las obras imprescindibles de este Festival de Sitges 2012.



PIETA (Kim Ki-duk, 2012, Corea del Sur)

Kim Ki-duk ha rodado un total de 18 películas en tan solo 16 años de carrera: un excelente ritmo de trabajo que, incomprensiblemente, no ha permitido al cineasta alcanzar algo parecido a la madurez creativa. Porque el cine del coreano lleva exactamente ese tiempo, 18 años, siendo exageradamente igual a si mismo, prácticamente inamovible en sus planteamientos narrativos y estéticos. Si algo certifican las imágenes de Pieta es precisamente el estancamiento creativo de un artista que se muerde la cola constantemente con cada nuevo film que alumbra. La isla (Seom, 2000) y Hierro 3 (Bin-jip, 2004), siguen pareciéndome sus dos obras más atractivas, sin ser en absoluto obras maestras, y me sugieren la presencia tras las cámaras de alguien con una imaginación y una poética propias, intransferible.  Y eso es bueno, aunque no suficiente, porque lo cierto es que, mayormente, las películas de Ki-duk funcionan mucho mejor en el circuito de festivales que en su estreno comercial en salas y, quizá por ello, el cineasta ha devenido un artista excesivamente pagado de sí mismo. 

Porque en Pieta se le ve descaradamente el plumero. En este relato centrado en un desalmado tipo, Lee Kang-do, que trabaja como cobrador de deudas - y como mutilador de cualquiera que no pueda pagarlas - que, llegado un buen día, se tropieza con una mujer que dice ser su madre, a la que nunca conoció,  y la cual se empeñará en redimir la existencia de un hijo al que nunca dio afecto o amor, Ki-duk despliega todo su característico muestrario de personajes al límite, violencia contundente, imágenes con pretensiones poéticas, y un guión construido transparentemente, secuencia a secuencia y de forma excesivamente obvia, para funcionar como parábola moral. Si todo ello podrá gustar más o menos, dependiendo de los intereses de cada espectador, lo que ya no debería ser contemplado a estas alturas bajo un prisma tan subjetivo es la labor de puesta en escena visual de ese material por parte del realizador. 

Una labor que, en esta ocasión todavía más que en sus anteriores películas, resulta a todas luces insuficiente para alguien con tanta experiencia acumulada: Ki-duk parece recurrir por defecto, durante toda la película, a una planificación de indudable eficacia narrativa, pero extraordinariamente monótona en su factura, y de una arquitectura visual, generalmente, muy pedestre y desaliñada. El uso en ocasiones de unos feísimos zooms que no vienen a cuento, o de una cámara en mano muy torpe, se convierten en otros importantes lastres que, sumados a un trabajo con la edición de imagen y sonido de una tosquedad un tanto vergonzosa, terminan por dejar por los suelos este film que, si algo demuestra con claridad, como decía líneas arriba, es el estancamiento creativo de su artífice: la fórmula Ki-duk está caduca, y, o mucho me equivoco, o al cineasta ya solo le queda reinventarse en sus próximas obras o dejarse morir lentamente.



MEKONG HOTEL (Apichatpong Weerasethakul, 2012, Tailandia/Reino Unido)

No soy la persona más indicada para escribir acerca del cine de Apichatpong Weerasethakul, lo reconozco. Después de haber visto sus reconocidas - por algunos críticos - Tropical Malady (Sud pralad, 2004) y Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas (Loong Boonmee raleuk chat, 2010), y ahora este Mekong Hotel destinado a pasar mucho más desapercibido que aquellas, ya no me pueden quedar dudas al respecto: el cine del tailandés no me gusta, no encuentro en él frecuentes motivos de regocijo (más allá de alguna imagen, alguna secuencia), y en general no satisface ni a mi sensibilidad como espectador ni a mi intelecto, y aunque el problema tiendo a achacarlo antes al nulo interés cinematográfico que creo se esconde en sus propuestas que a mi sensibilidad personal, lo cierto es que no me extrañaría darme cuenta en algún momento futuro de que en realidad el problema reside en mi: ya no puedo ser mínimamente objetivo al respecto. 

Tanto si las imágenes de este film navegan entre la realidad y la ficción, como si por momentos el cineasta coquetea con el fantástico, pues en algunos instantes aparecen vampiros (o fantasmas), el resultado final me deja tan frío y indiferente que apenas veo necesario descifrar el posible sentido que puedan tener las imágenes de Mekong Hotel, y eso que creo haber entendido mayormente la configuración visual de la obra, su razón de ser (es importante tener en cuenta la condición de cuaderno de notas que tiene este breve film, en el que Weerasethakul acumula apuntes e ideas para una obra futura de mayor enjundia) y pese a todo el conjunto me sigue pareciendo tan endeble, vacío y estéril, que pretender darle al mismo más importancia de la que tiene -es decir, para mi ninguna- todavía acabaría jugando a su favor, a favor de Apichatpong.



WOLF CHILDREN (Okami kodomo no ame to yuki, Mamoru Hosoda, 2012, Japón)

No he visto ni La chica que saltaba a través del tiempo (Toki o kakeru shôjo, 2006) ni tampoco Summer Wars (Samâ uôzu, 2009), los dos trabajos anteriores de Mamoru Hosoda - también los más famosos -, pero el último de ellos, Wolf Children, me ha causado una buena impresión, pues en reglas generales se trata de un interesante film de animación. Este cuento fantástico narra la historia de dos niños, los Yuki y Ame del título original en japonés, hijos de un hombre lobo y de una humana, que a la muerte del padre serán cuidados por la madre hasta que ambos alcancen una edad lo suficientemente adulta como para poder decidir por sí mismos si prefieren continuar viviendo como humanos o como lobos.

Lo mejor de este punto de partida es que Hosoda se ríe, y no poco, de las convenciones más acusadas de los films con licántropos, los cuales siempre (o casi siempre) han aparecido asociados al cine de horror. Para empezar, la primera transformación que veremos en el film, la del padre de los pequeños protagonistas, resulta sencilla, bella y poética, completamente alejada de la viscosidad, violencia y turbación que acompaña a estos momentos en obras como En compañía de lobos (The Company of Wolves, 1984), de Neil Jordan, o Un hombre lobo americano en Londres (An American Werewolf in London, 1981), de John Landis, por poner tan solo dos ejemplos muy conocidos de este subgénero. A continuación, la madre de los niños, al serle desvelada la auténtica naturaleza de su amado, lejos de sentirse horrorizada, se deja besar y hacer el amor por este con la mayor naturalidad, justo después de haberse operado ante ella una transformación completa, en una relación carnal que en cualquier película de imagen real sería catalogada fácilmente como zoofílica...
Por supuesto, el film de Mamoru Hosoda nunca sobrepasa determinadas fronteras morales, pues al fin y al cabo Wolf Children es un relato que narra el tránsito de dos niños de la infancia a la madurez, y que puede ser disfrutado por pequeños y adultos a partes prácticamente iguales.

De apariencia amable, pero con un espíritu por momentos ciertamente transgresor (sirvan los ejemplos arriba mencionados), Wolf Children es un anime de apariencia visual más sencilla, y de tono narrativo también más blando, que la mayor parte de obras del gran Hayao Miyazaki, a las que no logra igualar en resultados artísticos. El film tiene, como por lo demás tantas películas en la actualidad, una duración algo excesiva para el sencillo relato que lo sustenta. Una media hora menos de metraje no le hubiera venido nada mal, porque aunque Mamoru Hosoda mantiene en todo momento la calidad visual de su obra, lo cierto es que pasada la primera hora de metraje, que es también la más sorprendente y divertida, el relato tiende un poco a la dispersión. De todas formas, Wolf Children es un film recomendable, y sus resultados artísticos quedan por encima de no pocas películas vistas en esta edición del Festival de Sitges. Como curiosidad recordar que ahora hace exactamente un año se proyectaba en el mismo Sitges otro anime, el notable A Letter to Momo (Momo e no tegami, 2011), de Hiroyuki Okiura, que a estas alturas todavía no ha sido estrenado en nuestro país en salas comerciales ni tampoco en formatos domésticos. Una verdadera pena, pues probablemente Wolf Children no lo tendrá mucho más fácil.



SEVEN PSYCHOPATHS (Martin McDonagh, 2012, Reino Unido)

Sam Rockwell, Colin Farrell, Christopher Walken, Harry Dean Stanton, Tom Waits y Woody Harrelson encabezan el llamativo y atractivo reparto de Seven Psychopaths, segundo largometraje del realizador inglés Martin McDonagh tras su exitosa Escondidos en Brujas (In Bruges, 2008). Ellos son también los que se apoderan por completo de los personajes y diálogos de esta comedia de acción, instrascedente y más bienintencionada de lo que su supuesto tono irreverente puede dar a entender, y consiguen con su buen hacer que el conjunto resulte agradable y divertido, sin más, pues la comicidad del film nace con frecuencia antes como consecuencia de la imparable locuacidad de los personajes (en esencia nos encontramos ante un film de humor verbal) que no de una sencilla puesta en escena que McDonagh, en casi todo momento, supedita por completo a la labor de su entregado elenco de actores.

La premisa argumental de Seven Psychopaths es, digámoslo ya, una auténtica chorrada: Marty (Colin Farrell) pretende escribir un guión para una película a la que piensa titular Siete psicópatas. El problema es que se encuentra bastante atascado creativamente y no consigue progresar en la escritura, por lo que su amigo Billy (Sam Rockwell) intentará ayudarle buscando material para la redacción del guión, siendo su primer paso en este sentido poner un anuncio en una revista en el que se buscan candidatos con un claro perfil psicopático. Por otro lado, Billy tiene montado un negocio con Hans (Christopher Walken) consistente en secuestrar a lindos perritos, propiedad de gente adinerada, que luego devuelven a sus amos para, de ese modo, llevarse una recompensa. Pero, en su último secuestro, Billy ha errado el tiro, escogiendo como víctima de sus trapicheos al amado perro de un gánster llamado Charlie (Woody Harrelson), el cual, al enterarse de lo ocurrido, iniciará una caza sin cuartel para recuperar a su mascota y eliminar a los secuestradores.

Hay quien, en su proyección en Sitges, ha empleado el término tarantinización a la hora de hablar del registro del film (supongo que en referencia a los diálogos, el humor, la manera de mostrar la violencia, y también de caracterizar a los personajes que son propios del cine de Tarantino), pero lo cierto es que el verdadero referente de McDonagh, y una de las causas probables de los flojos resultados artísticos de Seven Psychopaths, parece ser antes el cine del también inglés, y muy mediocre realizador, Guy Ritchie, que el del más talentoso realizador de Reservoir Dogs (1992).
El momento más curioso de la proyección ha venido dado por uno de los diálogos del film, que ha funcionado como reflejo (¿voluntario?) del actual panorama económico internacional, sintonizando instantáneamente con los asistentes al Auditori, que lo han celebrado con calurosos aplausos: Hans acude a un hospital para visitar a su mujer, y esta le pide con dulzura que abandone de una vez por todas sus trapicheos y sus robos, recomendándole acto seguido que intente buscar un trabajo normal o, mejor incluso, que se ponga al servicio del gobierno. Hans reacciona con estupor ante semejante propuesta, pues como él bien dice, como puede dejar de robar...si decide ponerse a trabajar para el gobierno. No hacen falta añadir más comentarios al respecto, pero es una lástima que semejante apunte jocoso se diluya casi por completo en el conjunto de un film cuyo desarrollo posterior se revela lúdico, es cierto, pero también desprovisto de mordiente.



LOOPER (Rian Johnson, 2012, Eua./China)

El poco convincente desarrollo inicial de Looper no permite augurar nada bueno para el tercer largometraje de Rian Johnson: durante aproximadamente cuarenta minutos, el realizador (y también guionista) traza, de forma harto irregular e inconsistente, las líneas básicas de un relato que pretende mezclar el thriller de acción, el relato de ciencia-ficción, y el drama personal de su protagonista, Joe          (Joseph Gordon Levitt), un tipo que trabaja como asesino a sueldo encargado de eliminar en el pasado, y gracias al uso de unas máquinas del tiempo, a víctimas que alguien quiere eliminar en un futuro en el que los asesinatos estarán prohibidos. A los que se ganan la vida de tal modo se les conoce como loopers.

Lamentablemente, en ese tiempo ninguna de las tres vertientes del relato deviene especialmente satisfactoria: Johnson vuelve falsamente enrevesada la historia, acumula atropelladamente, en secuencias demasiado breves, las pinceladas que describen determinados aspectos del futuro inminente, su coqueteo con la ciencia-ficción a lo Blade Runner (1982) o Minority Report (2002) resulta bastante tímido y impostado, y además poco provechoso visualmente para el desarrollo posterior del film, y encima el realizador demuestra tener poco pulso para las secuencias de acción. Afortunadamente, una vez superado el importante bache que supone el tercio inicial del relato, el interés de Looper aumenta lo suficiente como para hacer de esta una obra estimable. A partir de que la acción del film se traslada mayormente a la casa de campo en la que viven Sara (Emily Blunt) y su pequeño hijo Cid (Pierce Gagnon), el relato gana en interés y cohesión, y tiende hacia una mayor linealidad y sencillez narrativa: se agradece que no haya tanta profusión de saltos en el tiempo y cambios de escenario, los cuales, por lo demás, terminan por no aportar nada a la historia.
Joe tiene una importante misión que cumplir en la casa, y Johnson consigue empezar a armonizar  de forma atractiva las tres vertientes del relato, logrando al mismo tiempo sugerentes apuntes fantásticos (especialmente los referentes a ciertos poderes telequinéticos) y  momentos de tensión y suspense mejor resueltos de lo acostumbrado en el primer tramo de Looper. Como guinda, Johson consigue cerrar el relato de forma más que satisfactoria, con un final lógico dramáticamente y al mismo tiempo redentor para el protagonista.

Una lástima que el realizador no consiga quitarse de encima ciertos tics que arrastra desde Brick (2005), su primer film. Especialmente molestos resultan esa tendencia suya a manejar relatos esencialmente sencillos de forma falsamente compleja (¿o cabría decir posmoderna?), y también su forma de hacer concesiones cara a la galería: ¿De qué otra forma puede ser tomada la secuencia, que tiene lugar hacia el final de Looper, en la que Bruce Willis se lía a tiros, de forma más bien poco seria y al estilo de su famoso John McClane de La Jungla de Cristal (Die Hard, 1988), con todo un ejército de enemigos? Como gritó un entusiasmado espectador durante la proyección del film en el Auditori de Sitges: "Yipi ka yei", es cierto, pero el momento sobraba, pues esta no era la película apropiada para ello.



VIDA EN SOMBRAS (Llorenç Llobet-Gràcia, 1948, España)

Lo tenía claro desde que se anunció la programación completa del Festival de Sitges 2012: una de las citas ineludibles del certamen sería la proyección, en el cine Prado, de una copia restaurada de Vida en sombras, la única y gran película del realizador catalán Llorenç Llobet-Gràcia. La reciente restauración, segunda del film que se lleva a cabo, partiendo siempre de copias en 16 mm, resulta excelente. Como bien dijo Ferrán Alberich en su presentación de la obra, la copia que se iba a proyectar mostraba una clara mejoría en la imagen, pero sobre todo en la calidad del sonido, respecto a las copias que habían circulado tiempo atrás.

Obra de gran calado cinematográfico, por el rico y complejo despliegue de recursos visuales y narrativos de los que hace gala Llobet-Gràcia durante un denso metraje que apenas alcanza los 80 minutos de duración, Vida en sombras se convierte en una clase magistral de cine, en la que tiene cabida prácticamente todo lo que uno pueda imaginar: elipsis narrativas constantes, que dotan de espesor y gran capacidad de sugerencia al relato; magistrales movimientos de cámara; uno uso rico, sofisticado y expresivo de la iluminación; gran capacidad para alternar los diversos registros dramáticos de la historia (melodrama, tragedia, comedia), controlando siempre que los cambios de tono beneficien al conjunto y no se erijan en excentricidades gratuitas (ej: las dos agradecidas y divertidas intervenciones como criada de Mary Santpere, en sendas secuencias de gran tensión psicológica para el protagonista); ejemplar demostración de cuándo y por qué elegir un ángulo de cámara o una escala de plano determinados; manejo brillante del fuera de campo, del plano-secuencia, del fundido a negro o del fundido encadenado; concienzuda estructura musical del film, la cual subraya la cualidad melo del relato y se apoya constantemente en el uso de la música extradiegética; y en fin, un sinfín de elementos más que el realizador reúne en una obra de poderoso equilibrio y armonía.

Quien todavía no haya visto Vida en sombras y quiera hacerlo, tiene una buena oportunidad el próximo sábado 27 de octubre a las 19:30h., pues la Filmoteca de Catalunya le dedicará una sesión incluida en sus Jornadas de Patrimonio Audiovisual, que además son gratuitas. La proyección, en esta ocasión, irá precedida de una presentación a cargo también del mismo Ferrán Alberich, al que acompañarán Rosa Cardona, Beatriu Llobet, Nacho Melero, Tomàs Pladevall y Joan Vidal.

Y para quien tenga interés en ampliar sus conocimientos acerca de este film, le recomiendo la lectura de un extenso artículo, que incluye el análisis de ciertos aspectos formales de la obra, que escribí  no hace mucho para la revista online Transit: cine y otros desvíos, y que puede consultarse aquí.



POST TENEBRAS LUX (Carlos Reygadas, 2012, México, Francia, Países Bajos, Alemania)

Hay en este Post Tenebras Lux una secuencia fascinante, que se repite al inicio y al final del film: una especie de diablo rojo y fosforescente, que porta un maletín en una de sus manos, entra  de noche y silenciosamente en casa de los protagonistas, un hombre llamado Juan y su esposa Natalia, y ante la sorprendida mirada de uno de los hijos pequeños de la pareja, se cuela en la habitación del matrimonio, cerrando la puerta tras de sí.

Una posible interpretación para tan fantástica aparición, y a la vista de los acontecimientos anteriores y posteriores en la vida de la pareja que muestra el relato, vendría a ser algo así como "el mal se ha instalado en la cotidianidad de los personajes". Pero créanme si les digo que he decidido empezar estas impresiones acerca de la obra de Reygadas con un espíritu positivo simplemente por destacar algún elemento de un film claramente lamentable. Y es que desgraciadamente, entre el público asiduo a festivales también se ha instalado   un diablo -no sé si rojo, pero diablo al fin y al cabo-, cuya malévola influencia impulsa a muchos a aupar a la peli bizarra o rarita de turno en detrimento de films con un planteamiento más convencional, pero en no pocas ocasiones con resultados artísticos y con ideas de puesta en escena más sólidos y destacables. Sin ir más lejos, y para darnos cuenta de que clase de público asistía a la proyección del film de Reygadas, justo a mi lado tenía sentada a una pareja bastante particular, que aparte de hablar continuamente de sus preocupaciones personales, cenaban dentro de la sala, con unos palillos chinos, un par de platos de comida rápida comprados en el exterior, mientras intentaban orientar correctamente sus manos en la oscuridad gracias a la retroiluminación de sus móviles..., sin lugar a dudas, ambos podrían haber formado parte perfectamente de la galería de personajes extravagantes que desfilan por las imágenes de este film. Por supuesto, y afortunadamente desdiciendo en parte mis palabras anteriores, la mayor parte de espectadores se comportaban con absoluta normalidad.

Y es que perdonen que me salga por la tangente, pero casi nadie ha abandonado la sala durante la proyección de una obra que claramente se prestaba a ello: sin ir más lejos, dos años atrás el famoso Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas (2010) provocaba auténticas deserciones en el mismo Festival de Sitges. Me permito apuntar que tal resistencia del público ante las  inenarrables imágenes del film tenía algo de "desafío", quizás consecuencia directa de la respuesta de Ángel Sala, el director del festival, al ser preguntado meses atrás acerca de si la obra de Reygadas estaría en esta edición: "si os la traigo, luego no vengáis a buscarme para insultarme".

Porque, a todas luces, Post Tenebras Lux es un mal film, en el que Reygadas demuestra plano a plano, secuencia a secuencia, su ineptitud como realizador de altos vuelos (por mucho que precisamente por esta obra haya recibido un premio a la mejor dirección en el último Festival de Cannes: los premios en la actualidad, en cualquier disciplina, han dejado de tener cualquier valor digno de mención). El mexicano exhibe continuamente su sorprendente incapacidad para dirigir actores: ya se trate de interpretes profesionales o directamente amateur, la labor del conjunto actoral en el film es totalmente execrable, como execrables son sus resultados en cualquier otro sentido: desde una estructura narrativa (que la tiene) francamente lamentable -y quizás con pretensiones de lograr erigirse en parábola moral o algo similar- y unos diálogos indignos de un artista con un poco de talento, hasta unas pretensiones poéticas que no calan en absoluto (la fotografía del film, en la que adquieren un papel destacado el uso esteticista de ciertos filtros de luz, de marcados objetivos angulares y también de elementos que provocan dobleces en la imagen, parecen el producto de alguien que experimenta con la batería de efectos que vienen incorporados en su cámara digital recién comprada, y a quien cualquier manipulación de la imagen le parece lo suficientemente buena). 

Eso sí, aparte de las curiosas imágenes del diablo rojo y fosforescente mencionadas líneas arriba, Post Tenebras Lux cuenta con otra imagen digna de un festival dedicado al cine fantástico como el de Sitges: un hombre se arranca con sus manos y de cuajo su propia cabeza, para acto seguido caer desplomado al suelo. Que pena que Reygadas prefiera perder su tiempo (y hacernos perder el nuestro) con bizarradas como esta, en lugar de intentar hacer buen cine.

Por suerte, existe al menos un gran cultivador del onirismo mexicano: estoy hablando del escritor Juan Rulfo y de su genial novela breve Pedro Páramo.



martes, 9 de octubre de 2012

IMPRESIONES DEL FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINEMA FANTÀSTIC DE CATALUNYA - SITGES 2012 (PRIMERA PARTE)







NAMELESS GANGSTER: RULES OF THE TIME (Bumchoiwaui junjaeng, Yun Jong-bin, 2012, Corea del sur)

A estas alturas hay reconocer que resulta sorprendente la extraordinaria velocidad con la que los realizadores de Corea del Sur, año trás año y desde hace poco más de una década, han logrado dar forma a una cinematográfica nacional con unas señas de identidad ya plenamente identificables para el espectador interesado por el cine asiático, y entre las que se encuentran algunas que definen la idiosincrasia cultural de todo un país, tales como un particular y en ocasiones muy negro sentido del humor, una descripción del ámbito familiar surcoreano nada autocomplaciente, y una forma de concebir las escenas de acción y violencia que se diferencia claramente de la que identifica a los films de, por ejemplo, Hong Kong o Japón. Estos elementos, junto a otros también característicos, vuelven a hacer acto de presencia, con meridiana transparencia, en Nameless Gangster: Rules of the time, la crónica de todo un estrambótico superviviente y arribista social quien, a principios de los años ochenta, pretende aprovechar ciertas oportunidades que se plantan frente a su camino para dejar atrás su condición de ciudadano de clase media/baja y pasar directamente a la primera línea de fuego de la emergente mafia surcoreana. 

Al igual que en los thrillers de Bong Joon-ho (Memories of murder, Salinui chueok, 2003), Kim Jee-woon, (Encontré al diablo, Akmareul boatda, 2010), o Na Hong-jin (The Yellow Sea, Hwanghae, 2010), Nameless Gangster: Rules of the time renuncia en buena medida a cierto tipo de verosimilitud dramática plenamente anclada en el imaginario occidental, lo que lleva a su realizador, Yun Jong-bin, a asumir sin complejos, siguiendo los pasos de sus camaradas de profesión, un tono para la narración que báscula libremente y sin prejuicios - en muchas ocasiones dentro de una misma secuencia y sin aparente solución de continuidad - entre lo dramático y lo trágico, por un lado, y lo abiertamente paródico y/o jocoso por el otro, aunque opte también, en contrapartida, por alejarse de la concepción de la puesta en escena más moderna y sofisticada que acostumbran a presentar los films de aquellos. La más bien humilde labor en la planificación de Jong-bin tiene la virtud y también la limitación de presentar en todo momento una corrección sin alardes y una supeditación casi total al acto de, simplemente, narrar una historia (lo cual no es poco) que resulta finalmente contraproducente a la hora de valorar los resultados artísticos del film por encima de la calidad media que debería presentar un film comercial como este.

En general, Nameless Gangster: Rules of the time cumple con ciertas expectativas, aunque la falta de ideas de puesta en escena más brillantes impidan que este pueda devenir con los años un auténtico clásico del thriller de su país. La ambigua y por momentos descacharrante caracterización que del excéntrico protagonista lleva a cabo el excelente actor Choi Min-sik (sobre cuyos hombros Jong-bin deja reposar, quizá con excesiva comodidad, gran parte del peso y la efectividad del relato), la atractiva fotografía del film, que retrata con acierto la suciedad y sordidez de los ambientes por los que se mueven los personajes, y algunos momentos de violencia, se convierten en lo mejor de una función que también hubiera requerido, para que el relato ganara en densidad dramática, de una descripción más detallada y esforzada de las razones del protagonista para actuar como actúa, todo muy ligeramente justificado por el amor que siente el personaje hacia su mujer e hijos, los cuales, paradójicamente, apenas hacen acto de presencia a lo largo de un film cuya duración alcanza nada menos que las dos horas y cuarto, tiempo más que suficiente para desarrollar de forma más convincente un relato que hunde sus raíces en el muy fructífero y tradicional, a nivel internacional, cine de gánsters.



FOR LOVE´S SAKE (Ai to makoto, Takashi Miike, 2012, Japón)

Conviene dejarlo claro desde el principio: For Love´s Sake forma parte del nutrido conjunto de obras de Miike que apenas pueden ser verdaderamente disfrutados por un espectador que carezca de una mínima atracción por lo bizarro y lo directamente freak. Es decir, el film se acerca claramente, pese a la elegancia visual alejada de aquellas de la que hace gala, al espíritu que ánima obras tan alocadas del realizador como Gozu (2003) o Yatterman (2009), entre muchas otras de su filmografía, aunque también conviene dejar claro que nunca desciende a los execrables resultados artísticos de aquellas, por lo que resulta moderadamente disfrutable para los que, como yo, prefieren con mucho los films de aliento más clásico de Miike, entres los que se encuentran títulos tan interesantes como Cementerio Yakuza (2001), Hara-kiri: Muerte de un samurai (2011), o la algo más irregular 13 asesinos (2010). De hecho, lo más preocupante de la filmografía de Miike es que este, con cerca de noventa largometrajes a sus espaldas, rodados en apenas veinte años (¡¡!!), todavía no haya logrado una obra verdaderamente rotunda y memorable, aunque está claro que el realizador, que en la actualidad apenas sobrepasa los cincuenta años de existencia, aún debería tener tiempo de sobra para ello, y también para redondear su carrera, a estas alturas ya legendaria, con otros cien títulos más. Veremos.

For Love´s Sake adapta con espíritu de musical un manga, Ai to makoto, publicado originalmente en Japón entre 1973 y 1976, y que durante esa misma década ya conoció diversas adaptaciones a la televisión y al cine de imagen real. Si este aspecto, el ser una adaptación en imagen real de un manga, ya condiciona la obra en ciertos sentidos, no lo hace menos el que los personajes, en diversos momentos del film, expresen sus sentimientos más íntimos echándose a cantar y bailar abruptamente, como si de una versión asiática de On connaît la chanson (Alain Resnais, 1997) se tratara. Esto, lejos de ser malo, resulta, durante aproximadamente la primer media hora de proyección, la baza más atractiva y divertida del film: cada uno de los personajes principales tiene su correspondiente número musical en el que expresa o justifica sus sentimientos hacia si mismo y hacia los demás: Makoto Taiga (Satoshi Tsumabuki), el protagonista, dice sentir verdadera pasión por las peleas callejeras; la bella Ai, por su parte, siente que debe reconducir, a través de su amor, el camino de Makoto, pues cuando ambos eran tan solo unos niños Makoto auxilió a Ai en un accidente; un estudiante miope, que en un momento del film asegura que sus gafas de "cuatro ojos" forman parte indisociable de su cuerpo, y que ejercerá de principal adversario amoroso de Makoto, expresará, en el que tal vez sea el número musical más genuino y divertido de todo el film, su apasionado amor por Ai ; y los padre de esta también bailaran y cantaran dentro de su burgués hogar expresando sus anhelos personales y los buenos deseos para con su hija. Tan sencilla trama, salpicada con algunos personajes más, que fundamentalmente devienen adversarios amorosos de Makoto o de Ai (una violenta estudiante que siente celos de la desmedida devoción de Ai por aquel, a quien ella también ama; un estudiante prematuramente envejecido a causa de una enfermedad que siente celos de Makoto, ya que él, a su vez, está enamorado de la estudiante mencionada, y por la cual se enfrentará en varias peleas muy violentas con su adversario), se alarga hasta los 135 minutos, una duración a todas luces excesiva teniendo en cuenta que el film se dispersa excesivamente pasada la media hora inicial de proyección y apenas recupera ocasionalmente el interés, dejando como resultado una obra excesivamente frívola y desangelada que queda, prácticamente, en tierra de nadie dentro de la filmografía de Miike: ni se trata de un buen film ni de una obra completamente execrable, pues si algo tiene a favor For Love´s Sake es su atractiva envoltura estética y la, como ya he dicho antes, elegante puesta en escena del realizador, que demuestra que en ciertos aspectos su cine evoluciona favorablemente.

Veremos que nos deparará la segunda cita con Miike de Sitges 2012, Ace Attorney, nada más y nada menos que la adaptación en imagen real de un videojuego de Nintendo.



HOLY MOTORS (Leos Carax, 2012, Francia/Alemania)

El nuevo film de Leos Carax atesora una virtud que se ha echado realmente en falta durante la primera mitad del 45 Festival de Sitges, y esta no es otra que su brillante capacidad para sorprender continuamente al espectador, de resultar imprevisible durante todo su metraje. Esta capacidad para captar la atención del espectador está asociada, indudablemente, a la originalidad de la premisa (el protagonista de Holy Motors es un hombre, interpretado por el camaleónico actor francés Denis Lavant, que viaja en limusina y que cada vez que desciende del vehículo lo hace transformado en un personaje diferente), pero sobre todo al extraordinario talento que demuestra el realizador a la hora de plasmar en pantalla toda una serie de pequeñas historias que se expresan a si mismas gracias a elaboradas y sofisticadas ideas de puesta en escena. Realmente, Carax recupera en esta ocasión la gran creatividad que demostró más de dos décadas atrás con Mala sangre (Mauvais sang, 1986), su mejor película hasta la fecha, aunque todavía sea demasiado pronto para considerar a Holy Motors  una obra a la altura de aquella. Solo el tiempo y los sucesivos visionados despejarán esta duda, porque, desde luego, esta es una cinta cuya riqueza conceptual exige una progresiva adaptación/asimilación  por parte del espectador.

De momento, bastará con mencionar la extraña habilidad que demuestra Carax para efectuar alteraciones constantes, y a lo largo de casi dos horas, en el tono dramático de las diferentes historias, para mutar de piel casi sin solución de continuidad, gracias en parte a las sensacionales prestaciones interpretativas de un Lavant que bien podría ser todo un Lon Chaney del cine de nuestros tiempos, o por lo menos un interprete tan perturbador en sus transformaciones frente a la cámara como lo eran estas en las películas silentes del norteamericano.

Holy Motors es puro cine mudo en muchos instantes, tiene estética de cómic francés en muchos otros, parece cine social en otros tantos,   y también una comedia rodada por un Jacques Tati del planeta Marte, un relato de ciencia-ficción, una parábola social de nuestro tiempos, un relato acerca de la confusión de identidades en el mundo moderno, una performance futurista que parece especular con las posibilidades que ofrecerá la tecnología para multiplicar las identidades del ser humano (convirtiéndose este en un ser de fantasía, por ejemplo), o para experimentar las relaciones sexuales de un modo inesperado, o un drama familiar... y también parece ser un mero simulacro de todo ello, pues Carax, gamberro irreverente, parece reírse en todo momento de las expectativas demasiado relajadas, demasiado acomodadas, que tiene el espectador de cine actual (ej: Lavant, transformado en un convencional padre de familia, regresa a su casa, esperando reencontrarse con su esposa e hijos, pero al entrar en su hogar el espectador descubrirá estupefacto, en uno de mis momentos favoritos del film, que estos, en realidad, son unos simios), el cual quizás haya perdido cierta capacidad para  dejarse  seducir y sorprender, sana y desprejuiciadamente, con las infinitas y lúdicas posibilidades que todavía oculta el séptimo arte, las cuales aguardan a ser exploradas como es debido por los cineastas más inquietos de nuestro tiempo.

Film divertido, triste, violento, inquietante, y muchas otras cosas, pero sobre todo imaginativo, las diferentes capas que amagan la auténtica naturaleza de Holy Motors están destinadas a ser separadas, desmenuzadas, analizadas, por multitud de textos en los próximos días, meses o años, pero por suerte para nosotros, y para Carax, su quintaesencia difícilmente podrá ser imitada, pues nos encontramos ante otros de esos raros films únicos que aparecen de vez en cuando en el marco del Festival de Sitges: The Turin Horse (2011), del húngaro Béla Tarr, el año pasado, o Independencia (2009), del filipino Raya Martín, hace ya cuatro. Sin duda alguna, una de las revelaciones de esta edición del festival, y en mi opinión, si tiene lugar alguna más en lo días que restan para dar por concluido el mismo, está vendrá cogida de la mano de autores tan consagrados como David Cronenberg o Alain Resnais.




RESERVOIR DOGS (Quentin Tarantino, 1992, Eua.)

De auténtica sesión grindhouse puede calificarse a la proyección que ha dedicado Sitges, con motivo de su vigésimo aniversario, a la ópera prima de Tarantino. Si uno, en su inocencia, esperaba ver las imágenes de este film, hoy ya plenamente consolidado como clásico del cine contemporáneo, en una copia restaurada o algo similar, se encuentra ante la sorpresa de poder contemplar el mismo en una copia en 35mm cuyo celuloide presenta un deterioro notable, cabe suponer que como consecuencia de innumerables proyecciones. Decisión que, lejos de resultar provocativa, ha demostrado finalmente ser todo un acierto, convirtiendo el pase en toda una sesión con espíritu grindhouse - que hubiera hecho las delicias, sin la menor duda, del propio Tarantino - en el que se ha puesto de relieve que el buen cine siempre tiene la capacidad de absorber al espectador de pura cepa (aquel que veía en vhs, una y otra vez, grandes películas sin el formato de pantalla original, con grandes desperfectos en la imagen, con el color deteriorado, etc.) hasta el punto de hacerle olvidar por completo las imperfecciones de una proyección.

El film, por su parte, demuestra haber superado ampliamente la prueba del tiempo, pues uno contempla la cuidadosa puesta en escena del realizador, y se deja llevar por sus excelentes diálogos, prácticamente con el mismo entusiasmo que cuando tuvo lugar su primer visionado de la obra. Porque, ciertamente, Reservoir Dogs tal vez siga siendo la obra más redonda de todas las del cineasta. No se trata de una obra maestra, ni falta que le hace, pero uno debería esforzarse bastante para encontrar aristas significativas que supusieran un lastre para el film. El guión funciona a la perfección; Tarantino controla con precisión el tono y el ritmo del relato; los diálogos tienen una elocuencia que pocos realizadores de las últimas décadas han logrado igualar, pese a los muchos que lo han intentado; la puesta en escena del realizador demuestra una madurez y consistencia que muchos no alcanzan en toda una carrera; el elenco interpretativo es espléndido y no tiene fisuras, y la dirección de actores por parte de Tarantino se muestra férrea en todo momento. En definitiva, y pese a los notables logros del realizador que suponen films como Pulp Fiction (1994), Jackie Brown (1997) o Malditos bastardos (2009) - no tanto en la irregular Death Proof (2007), o en la que me parece la peor de sus obras, Kill Bill (2003-2004) - a uno le gustaría ver de nuevo al realizador lidiando con presupuestos más modestos y con metrajes más reducidos. A buen seguro que la experiencia resultante devendría harto interesante.

Quien quiera leer un texto más amplio sobre Reservoir Dogs, escrito por un servidor unos tres años atrás, puede consultar el siguiente enlace: http://www.klownsasesinos.com/pelicula/reservoir-dogs-1992/



MOTORWAY (Che sau, Soi Cheang, 2012, Hong Kong)

Dos años atrás, Soi Cheang presentó en Sitges su film Accident (Yi ngoi, 2009), un poco original pero en cambio estilizado y moderadamente entretenido thriller, que parece encontrar ahora una prolongación más bien poco atractiva en Motorway, un relato de acción reducido narrativamente a su expresión más nimia: un joven policía, diestro en la conduccíón de vehículos, encuentra su apropiado némesis, al otro lado de la ley, en la figura de un misterioso y legendario conductor que acostumbra a ofrecer sus servicios a peligrosos criminales. Con la ayuda de su mentor en la policía (interpretado por Anthony Wong, un conocido rostro del cine hongkonés), el protagonista aprenderá a tener un pleno control del volante y también diversos trucos de conducción que le permitirán enfrentarse con éxito a su rival. El asunto adoptará un cauce personal cuando, en uno de los diversos enfrentamientos entre los antagonistas que salpican el relato, resulte muerto en la carretera el mentor y amigo del joven policía.

Aunque la excusa para el film resulte tan válida como cualquier otra, lo cierto es que las imágenes de Motorway apenas generan adhesión por parte del espectador: se conoce tan poco de los tres personajes masculinos que sustentan el relato (a los que hay que añadir un personaje femenino todavía más anecdótico) que incluso el misterio o el suspense permanecen ausentes de la función. Las persecuciones automovilísticas, tan abundantes que conforman el grueso del metraje - y acompañadas de una música electrónica pretendidamente sofisticada y atmosférica - apenas generan tensión en el espectador, que contempla las mismas con pasividad y no poca frialdad. Ninguna de ellas resulta  especialmente memorable, aunque evidentemente existan algunos planos en Motorway espectaculares por si solos, y en general hacen añorar las brillantes secuencias de acción sobre ruedas presentes en films como Driver (The Driver, Walter Hill, 1978) o Ronin (John Frankenheimer, 1998). En definitiva, Motorway es un filme mediocre.



METHOD TO THE MADNESS OF JERRY LEWIS (Gregg Barson, 2011, Eua.)

Method to the madness of Jerry Lewis es un buen documental, aunque en su conjunto no consiga alcanzar la condición de retrato ideal del extraordinario cómico norteamericano. Gregg Barson, su realizador, persigue un objetivo muy claro, que no es otro que reivindicar la figura de Jerry Lewis y, con un poco de suerte, atraer hacia su arte y figura el interés de las generaciones más jóvenes, un arte eminentemente audiovisual que se aleja enormemente del humor verbal practicado en la actualidad por un sinfín de realizadores norteamericanos, tanto en cine como en televisión. En ese sentido, el objetivo de Barson es alcanzado con holgura, resultando especialmente atractivos los fragmentos que definen la alianza profesional de Lewis con el cantante y actor Dean Martin, o aquellos en los que el humorista no deja de insistir en que la eficacia de su humor se sustenta tanto en lo visual como en lo auditivo (iluminando Barson al espectador sobre el sentido de las palabras de Lewis al recurrir a un magistral fragmento de una de las grandes obras del artista, El profesor chiflado, 1963), así como en una meticulosa elaboración, casi instintiva en el caso de Lewis, de un elemento totalmente imprescindible en el arte cinematográfico, y en este caso humorístico, el del tempo en las acciones, gestos, expresiones, etc. que dan forma a un gag efectivo y plenamente divertido.

También destacan la aparición de numerosas personalidades del cine y la televisión norteamericanos que se sienten en deuda con Lewis, bien sea por las horas de placer que les ha proporcionado el visionado de sus films o shows diversos (es el caso de Steven Spielberg, Quentin Tarantino, Woody Harrelson, entre otros), o bien por la influencia  que su estilo humorístico ha ejercido sobre su trabajo profesional (Chevy Chase, Billy Crystal, Eddie Murphy, Jerry Seinfeld, John Landis, Carl Reiner). Lástima que Barson no se atreva a entrar en detalle en los aspectos más oscuros de la personalidad de Lewis, y tan solo mencione de forma muy esquinada alguna arista en la vida del artista, quien ya en su momento, cuando escribió sus memorias, Jerry Lewis por Jerry Lewis (edición española a cargo de Parsifal Ediciones, 1991) se refirió a las mismas citando a Epicuro: "he dedicado toda mi vida a la luz, permitidme dejar esta parte a la sombra".
Una lástima, porque con su inclusión Barson hubiera logrado un documental más complejo y rico, pero por el momento tan solo queda decir: otra vez será.

Por mi parte, y en referencia a la influencia que Lewis - a quien admiro -  ha ejercido en el humor norteamericano contemporáneo, tan solo me queda añadir lo siguiente: que el gran artista apadrinara en su momento la nueva versión de El profesor chiflado interpretada por Eddie Murphy solo puede recordarnos un conocido dicho popular: nadie es perfecto.



LO IMPOSIBLE (The Impossible, Juan Antonio Bayona, 2012, España)

Tengo que reconocerlo: después de la mediocre El orfanato (2007), mis expectativas personales respecto al segundo largometraje de J.A. Bayona eran más bien pocas, y justo después de haber asistido al pase matinal del mismo en Sitges 2012, y a tenor del resultado final que arroja el film, apenas puedo permitirme cambiar de opinión. Lo imposible se ajusta punto por punto a los parámetros habituales en aquellas producciones que buscan - a cara descubierta y sin compasión, y en el orden que cada uno prefiera-  el éxito desmedido en la taquilla, el reconocimiento de prestigiosos galardones cinematográficos, llegar al corazoncito (y si es posible arrebatárselo) de los espectadores, y dar la falsa impresión, gracias a la autoinducida inercia mediática que las acompaña, de que su realizador es un fenómeno artístico nacional sin parangón, y de que nadie puede/debe perderse el acontecimiento cinematográfico de gran magnitud que representa el estreno en salas de su obra.

Siendo honestos, el film tiene sus incuestionables virtudes: en primer lugar, posiblemente estemos hablando, en su vertiente técnica, del film visualmente más espectacular de la historia del cine español. Y esto puede significar, en un plazo de tiempo más o menos breve, y como también demuestra el auge del cine de animación español en estos momentos, que el cine de nuestro país alcance finalmente una excelencia técnica, que desde muchos atrás parece haber sido exclusiva en toda Europa de la poderosa industria cinematográfica francesa. Por otro lado, tanto Naomi Watts como Ewan McGregor defienden con profesionalidad sus respectivos roles principales, los cuales les exigen un trabajo físico y emocional que se intuye agotador, y además aparecen muy bien secundados por el pequeño actor Tom Holland, quien interpreta con convicción al hijo mayor de la pareja. Y ya por último, la fotografía de Óscar Faura presenta una factura técnica a la altura del cine comercial de gran espectáculo norteamericano.

Todo lo dicho es bueno en si mismo considerado, pero no logra dotar de auténtica alma y interés humano a un film que opta en todo momento antes por sacrificar la autenticidad de las emociones de los personajes en beneficio del sensacionalismo emocional más descarado (ya se sabe, la madre coraje...) y de las convenciones narrativas más anquilosadas de las que ha hecho gala durante décadas el cine-espectáculo más rancio. Con el pretexto de estar basada en hechos reales, Lo Imposible pretende vendernos descaradamente todo un arsenal de convenciones narrativas, y de personajes y emociones arquetípicos, como si fueran nuevos, complejos o dignos de interés. Todo esto ya lo hemos visto mil y una veces anteriormente en el cine, a veces con mejores resultados, a veces con peores, pero casi siempre con pretensiones artísticas bastante más modestas. Bayona y sus productores pretenden ofrecer gato por liebre al espectador, o lo que es lo mismo, venden un producto comercial cuya existencia obedece a las leyes más elementales de la mercadotecnia bajo la apariencia engañosa de cine de altos vuelos artísticos: pocos días antes, y en el mismo marco del Festival de Sitges, ha podido verse un film en cuyas imágenes se encuentra todo el cine que la obra de Bayona no sabe o no puede ofrecer: se trata de Holy Motors, de Leos Carax.



E.T. EL EXTRATERRESTRE (E.T. The Extra-terrestrial, Steven Spielberg, 1982, Eua.)

¿Qué duda puede existir a estas alturas de que Spielberg es el cineasta vivo más influyente de las últimas cinco décadas? Como si afirmar lo anterior no se sostuviera lo suficiente por si solo, la proyección de la versión restaurada en alta definición de E.T., para algunos todo un clásico del cine contemporáneo, ha sido programada por los organizadores del Festival de Sitges justo después del pase matinal de Lo imposible, realizada por uno de los descendientes claros del realizador norteamericano, lo que en ningún modo debe ser considerado como una mera coincidencia. En Sitges, las coincidencias en la programación raramente pueden ser consideradas como tales. 

Mi motivación personal para asistir al pase de homenaje al film de Spielberg ha sido reencontrarme con una obra que tan solo había visto una vez en mi vida, poco más de veinte años atrás, es decir en mi infancia, o dicho de otro modo, en el momento idóneo para acercarse al mismo y verlo con los ojos apropiados. Lo cierto es que, por lo que recuerdo, aquel primer visionado no logró impresionarme demasiado, aunque llegado el momento llegué a implicarme emocionalmente en el relato cuando E.T. parecía estar a punto de pasar a lo que algunos llaman “mejor vida”.

Esto ha sido así porque de la primera época de Spielberg - cineasta al que aprecio en ocasiones, pero en otras no tanto - siempre he preferido, con bastante diferencia, films como El diablo sobre ruedas (1971), Tiburón (1975), En busca del arca perdida (1981) o Indiana Jones y el templo maldito (1984). No es que E.T. me parezca el peor film posible, pues es innegable que dispersas a lo largo de su metraje se encuentran algunas ideas cinematográficas interesantes, pero también es cierto que como fábula acerca del tránsito que todo ser humano debe realizar de la infancia a la madurez, el relato carece en casi todo momento de la dureza y mordiente que si atesoran otros films que plantean para sus pequeños protagonistas un pathos similar al de Elliott (Henry Thomas) en el relato de Spielberg, caso de obras maestras como Los contrabandistas de Moonfleet (Moonfleet, 1955), de Fritz Lang, o de Viento en las velas (A High Wind in Jamaica, 1965), de Alexander McKendrick, o si me apuran incluso de la extraordinaria El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no kamikakushi, 2001), de Hayao Miyazaki.

E.T. es un film clave en la filmografía de Spielberg porque en él el cineasta impuso ya definitivamente, como marca de la casa, una serie de conceptos, narrativos y también estilísticos, muchos de los cuales ya habían hecho acto de presencia en sus anteriores obras, especialmente en Encuentros en la tercera fase (1977), que definen con transparencia lo que hoy en día puede ser considerado como spielbergiano, y cuyos rasgos más significativos, tal vez, vendrían a ser un tono narrativo algo blando y en ocasiones incluso lacrimógeno, el dar siempre que puede un aspecto de fábula o cuento a los relatos que decide llevar a la gran pantalla (aspecto al que suele contribuir decisivamente la marcada y reconocible forma que tiene el cineasta de iluminar algunas secuencias de sus films, con la ayuda indispensable de excelentes directores de fotografía), situar como epicentro dramático del relato la importancia que adquiere para los protagonistas de cada uno de ellos la necesidad de preservar su entorno familiar, hacer avanzar en muchas ocasiones el relato mediante una progresión por bloques, que llegan a funcionar de forma autónoma, y que no siempre engarzan convenientemente en una unidad narrativa verdaderamente sólida, o dar una importancia generalmente desmedida al acompañamiento de las imágenes por parte de una música extradiegética que no solo no pasa desapercibida para el espectador sino que pretende manipular activamente, como si el cineasta desconfiara de la elocuencia de sus imágenes, las emociones del mismo. De la unión de todos estos elementos acostumbran a salir, o bien obras interesantes, pese a sus defectos, como Minority Report (2002), Munich (2005) o War Horse (2011), o cintas tan endebles como Amistad (1997) o Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio (2011).

Lo mejor de E.T. se encuentra, en mi opinión, en ciertas ideas poéticas meritorias, como la milagrosa resurrección de E.T. como consecuencia del acto de fe por parte del pequeño Elliott para la recuperación de su amigo alienígena, el cual aparentemente ha fallecido. Una situación dramática que Spielberg no necesita justificar recurriendo a elementos que pretendan dotar de verosimilitud al momento, ya que la idea funciona por si sola en el mismo sentido maravilloso, mágico, que otros milagros cinematográficos, caso de los que tienen lugar en films como La palabra (Ordet, 1955), de Carl Theodor Dreyer, o  Stars in my Crown (1950), de Jacques Tourneur.

A ello se suman algunas imágenes o momentos divertidos, caso de la monumental borrachera de E.T. al beberse varias latas de cerveza, o el plano en el que el alienígena, oculto al modo de un fantasma bajo una sábana blanca, posa para una foto de halloween junto a sus dos nuevos amigos, Elliot y su hermano, ante la cámara de la madre de los niños. El flash de la cámara deslumbra de tal modo al asombrado E.T. que este cae de bruces al suelo. Tal vez E.T. no sea un mal film, pero lo cierto que el momento apropiado para ver esta obra de Spielberg es en la infancia, cuando uno sintoniza más apropiadamente con su tono narrativo dulzón y carente de malicia. De todos modos, de ahí a elevar a este curioso y simpático film a un pedestal del séptimo arte creo que media todo un abismo, y obras más trascendentales de la historia del cine no parecen provocar, injustamente a mi modo de ver, tantos vítores y atención mediática cuando tiene lugar una nueva proyección de los mismos.



ACE ATTORNEY (Gyakuten saiban, Takashi Miike, 2012, Japón)

Hay ocasiones, en el transcurso de un festival como el de Sitges, en las que uno se siente dentro de una proyección no muy diferente a como lo haría el mismísimo E.T. El extraterrestre. Con Ace Attorney, del inefable Takashi Miike, uno puede llegar a sentirse así. Adaptación en imagen real de un conocido y muy exitoso videojuego de Nintendo, el film de Miike vendría a ser una mezcla muy sui géneris entre los relatos judiciales propios de clásicos como Anatomía de un asesinato (Anatomy of a Murder, 1960), de Otto Preminger, y la reflexión, en clave de ciencia-ficción especulativa - un poco a la manera de Minority Report (Steven Spielberg, 2002) - en torno a los mecanismos de la justicia y a la relatividad de conceptos como verdad y mentira en un entorno judicial. Así dicho, todo parece muy digno y muy serio, pero desde el primer minuto de metraje uno es consciente de haber pisado un territorio harto resbaladizo para el espectador occidental: el del humor japonés claramente localista, casi, casi el mismo que hacía insoportable el visionado de Yatterman (2009), también de Miike.

La trama del film es voluntariamente convencional y repleta de tópicos acerca de las falsas apariencias, de personajes que no son quienes dicen ser, de revelaciones asombrosas e inesperadas cuando el juicio está a punto de alcanzar su conclusión, etc.; en fin, todo un arsenal de convenciones narrativas propias del cine judicial, un subgénero cinematográfico muy amplio, y que en no pocas ocasiones, en su vertiente más seria, puede llegar a ser extraordinariamente aburrido y tedioso, algo a lo que tampoco logra escapar esta Ace Attorney, pese a que Miike intente dinamitar en todo momento la supuesta seriedad de los acontecimientos con todo un arsenal de personajes extravagantes y situaciones surrealistas, conjunto que probablemente alcanza su apogeo cuando en un momento del film el abogado Phoenix Wright, heroico protagonista del mismo, decide interrogar a conciencia a un loro con la finalidad de que este le proporcione una información decisiva que le permita inculpar con éxito a un sospechoso de asesinato. Miike, como en tantas otras ocasiones durante los últimos años, demuestra que puede llegar a ser un realizador muy elegante y concienzudo a la hora de planificar un film, patente todo ello en su meritoria forma de emplear el formato panorámico y de organizar a los actores en el espacio dramático, además del acertado partido estético y dramático que extrae de la fotografía de Masakazu Oka. Lástima que todo ello no termine conduciendo a buen puerto a este Ace Attorney de difícil digestión, como he dicho antes, para un espectador poco receptivo al humor (por no decir pura estupidez) del que hace gala el film constantemente. Aunque ahora que lo pienso, a lo mejor mi negativa percepción de Ace Attorney podría ser fruto de un sentido del humor algo estancado por mi parte, pues en la sala en la que se ha proyectado no pocos espectadores se descacharraban de risa y aplaudían a rabiar con las ocurrencias del cineasta.



THE LORDS OF SALEM (Rob Zombie, 2012, Eua./Reino Unido/Canadá)

Parece ser que la nueva película de Rob Zombie está destinada a provocar división de opiniones entre los fans declarados del realizador, los cuales creen, después de haber asistido a la proyección de su última obra hasta la fecha, que este se ha vuelto excesivamente elegante en la puesta en escena y comedido en la narración como para saber estar a la altura de las expectativas generadas por los resultados artísticos de sus films anteriores. En cambio, los que tengan, como yo, unas expectativas más bien bajas en relación a su The Lords of Salem, quizá puedan llevarse una sorpresa moderadamente agradable, pues el film, sin pretender apartarse en lo más mínimo de los parámetros implantados en la década de los 70 en el cine de terror por ciertos clásicos del género, como El exorcista (1973), La profecía (1976) o, de forma más trascendental para el film de Zombie, La semilla del diablo (1968), logra convertirse, pese a sus ocasionales excesos visuales (especialmente los lisérgicos quince minutos finales, que ponen en evidencia a un Zombie excesivamente pagado de si mismo) y a ciertas incoherencias narrativas, en un atractivo exponente del cine de brujería. 

Si The Lords of Salem resulta un film de terror efectivo es debido, sobre todo, a la personal imaginería visual que despliega el realizador desde el primer momento (la fotografía y la decoración de los diferentes espacios en los que tienen lugar la acción del relato resulta generalmente atractiva, y, lo que es mejor, atmósferica), y por el elegante y clásico trabajo de puesta en escena del que hace gala Zombie en muchos instantes, y con el que logra alejarse, manifiestamente y para bien, de los excesos gore y la voluntad visualmente explícita de la que hacían gala las escenas más terroríficas de sus anteriores obras, especialmente La casa de los 1.000 cadáveres (2003) y Los renegados del diablo (2005).

Lo más interesante de The Lords of Salem no se encuentra en la supuesta capacidad terrorífica del relato (más bien poco destacado en este sentido, por excesivamente obvio, y por recurrir el realizador en algunos momentos, de forma molesta, a los consabidos sustos fáciles), sino en como ilustra Zombie el deslizamiento progresivo y cada vez más profundo que experimenta la protagonista del film, Heidi Hawthorne (Sheri Moon Zombie), desde la realidad cotidiana más anodina hasta un mundo onírico que no puede controlar pero que parece interactuar con ella, y todo ello como consecuencia del influjo maligno de unas brujas quemadas en la hoguera en 1692, pero todavía con la capacidad suficiente como para buscar nuevas víctimas, cientos de años más tarde, gracias a la misteriosa difusión por las ondas de radio de una extraña música compuesta, aparentemente, por un grupo llamado, precisamente, The Lords of Salem.

Las mejores escenas del film son aquellas que Zombie logra resolver de forma más elegante, sin recurrir a elementos especialmente rebuscados, y pienso concretamente en dos secuencias, aunque afortunadamente no son las únicas: por un lado, la secuencia en la que Francis Matthias (Bruce Davison), un experto en historia de la brujería, es invitado a "tomar el té" por las tres brujas que, bajo una apariencia humana normal, protegen a Heidi, y que concluye de la forma más esperada posible para cualquier buen conocedor del género, pero en la que el realizador demuestra buena mano para la dirección de actores y también un buen pulso para generar tensión y inquietud. Y en segundo lugar, la secuencia que transcurre justamente a continuación de la anterior, y en la que Herman (Ken Foree) un buen amigo de Heidi, acude a buscar a esta a su casa, para irse luego juntos a un concierto, y se tropieza inesperadamente con las tres brujas sentadas, cual centinelas, en las escaleras que conducen a la habitación en la que reposa la chica. En ambos momentos, Zombie crea mal rollo sin necesidad de recurrir a los efectos chirriantes, pero por esta misma razón la mayoría de sus fans se han sentido decepcionados, pues esperaban baños de sangre y unas cuantas raciones de sexo gratuito. Que se le va a hacer, algunos aficionados al género nunca maduraran...

Por último, mencionar lo curioso que resulta que la imagen que se erige práctica e inesperadamente en leit motiv visual de The Lords of Salem - pues se repite en varias ocasiones - corresponda a un plano de Heidi durmiendo en una habitación extrañamente decorada, pero en la que destaca especialmente una gran reproducción fotográfica, situada sobre su cama, de la imagen más icónica del cine del gran Georges Méliès, la del gran ojo de la Luna perforado por un cohete espacial. ¿Quizá una declaración de intenciones por parte de Zombie?, ¿o tal vez se trate una advertencia subliminal dirigida al espectador de su obra, para que este asuma, durante una hora y media, una suspensión voluntaria de la incredulidad, quizá necesaria para no buscarle tres pies al gato y disfrutar sin prejuicios de su relato terrorífico, pero sobre todo onírico? Quién sabe...cosas más extrañas se han visto en el cine fantástico y no por ello se les han caído los anillos a los fans más acérrimos del género.



HEADSHOT (Pen-Ek Ratanaruang, 2011, Tailandia/Francia)

Anteriormente a Headshot había visto tres películas de Pen-Ek Ratanaruang: el thriller Seis nueve (Ruang talok 69, 1999), el drama existencial Vidas truncadas (Ruang rak noi nid mahasan, 2003) y el film fantástico Nymph (Nang mai, 2009). Ninguna de ellas me había convencido en absoluto respecto al talento cinematográfico de su realizador, pero, desde luego, su última obra tampoco me hará cambiar de opinión, pues me ha parecido en esencia tan aburrida, vacía y pretenciosa como aquellas, de las que me gustaría revisar algún día, eso sí, Vidas truncadas, la única que me pareció curiosa en ciertos aspectos.

Con Headshot uno se encuentra ante un film de esos que parecen concebidos a conciencia, secuencia a secuencia, y plano a plano, para gustar a un determinado sector del público asiduo a los festivales de cine. Thriller de diseño, en el peor sentido de la expresión, en el que su director parece mirarse al ombligo constantemente para asombrarse ante su propia genialidad. Ratanaruang tiene en principio unas intenciones respetables: atrapar la esencia del film noir norteamericano clásico (el de Tourneur, Siodmak, Siegel, Mann, etc.), adaptarla a su cultura tailandesa, y construir con ello un thriller contemporáneo que refleje algunas de las claves de nuestros tiempos (la corrupción política, la crisis de identidad personal de los individuos, el vacío existencial, la desorientación emocional de las masas, etc.: en definitiva, radiografiar nuestra sociedad de un modo similar a como DeLillo y Cronenberg lo hacen en su Cosmópolis), pero por el camino deja de lado completamente aspectos tan importantes para su film como la creación de una atmósfera apropiada y verdaderamente noir, un ritmo narrativo convincente, o la acumulación de detalles narrativos o visuales que doten de espesor al conjunto. Quizá el olvido de todo ello por parte del realizador sea consecuencia directa de su ensimismamiento con ideas visuales pretendidamente cool (al inicio del film, el protagonista recibe un disparo en la cabeza, y al recuperar la conciencia su visión le devuelve las imágenes que contempla en posición invertida, es decir, como si el personaje se encontrara, literalmente, boca abajo), pero que no rebasan en ningún momento la más pura superficialidad. Headshot es, no me cabe la menor duda, uno de los peores thrillers que he visto en los últimos años, por mucho que Ratanaruang pretenda estérilmente envolver su obra bajo una artificiosa apariencia de cine de arte y ensayo.