sábado, 9 de septiembre de 2017

DUNKERQUE (DUNKIRK, 2017, CHRISTOPHER NOLAN)


Aunque tal vez de manera inesperada, la nueva película de Christopher Nolan, Dunkerque, ha venido generando a lo largo del último mes y medio algo que cada día resulta más extraño de ver entre la crítica cinematográfica: debate. Si bien prácticamente nadie se ha atrevido a cuestionar las virtudes técnicas o escenográficas del film, en lo que concierne a su fidelidad histórica las pegas han sido considerables. Nada extraño si tenemos en cuenta que la película viene firmada por un cineasta popular y considerablemente taquillero, pues dicha ausencia de fidelidad a los acontecimientos reales nunca ha impedido admirar algunas de las mejores obras que el cine bélico ha entregado a lo largo de su historia, desde El gran desfile (The Big Parade, 1925), de King Vidor, hasta La infancia de Iván (Ivanovo detstvo, 1962), de Andrei Tarkovsky y Eduard Abalov; desde Objetivo: Birmania (Objective, Burma!, 1945), de Raoul Walsh, hasta La colina de los diablos de acero (Men in War, 1957), de Anthony Mann. Nolan lo ha dejado bien claro en alguna entrevista: para él, Dunkerque es un thriller que transcurre en un marco bélico, lo que vendría a ser lo mismo que afirmar que Dunkerque es una ficción que transcurre en un marco real y entre cuyos objetivos principales no existe pretensión alguna de ser absolutamente fiel al mismo. Sin embargo algunos, intentando subjetivar la visión que ofrece el film en función de intereses puramente personales –y otorgándole por ello mismo una orientación que jamás ha estado en el punto de mira de su artífice–, han restado importancia a sus logros relativizando (o tal vez sería mejor decir “distorsionando”) una visión artística que resulta tan legítima como cualquier otra.

 Nolan en un momento del rodaje de Dunkerque

En cualquier caso, la nueva propuesta de Nolan se ha erigido sin dificultades en uno de los estrenos más interesantes de un año, el presente, que, eso sí, quedará marcado para siempre por la memorable labor de David Lynch con la inigualable tercera temporada de Twin Peaks –el medio televisivo y el cinematográfico no deberían ser los mismos tras semejante alarde de audacia e inventiva audiovisuales–, codeándose sin problemas con algunas de las mejores producciones que, ya sea en salas comerciales o gracias a su pase en algún festival, han podido verse en los últimos meses: Silencio (Silence, 2016), de Martin Scorsese, Z, la ciudad perdida (The Lost City of Z, 2016), de James Gray, Loving (2016), de Jeff Nichols, Nocturama (2016), de Bertrand Bonello, Personal Shopper (2016), de Olivier Assayas, o Le secret de la chambre noire (2016), de Kiyoshi Kurosawa.


Aprovechando que el cine Phenomena de Barcelona tiene previsto ofrecer en breve una nueva oportunidad para ver Dunkerque en 70mm –del 18 al 24 de septiembre–, recupero ahora en este blog un artículo mío sobre la película que la revista digital Transit:cine y otros desvíos publicó a principios del mes de agosto. 


domingo, 4 de junio de 2017

Z, LA CIUDAD PERDIDA (THE LOST CITY OF Z, 2016, JAMES GRAY)


Es posible que, de todos los géneros populares que el cine ha dado a lo largo de su historia, el de aventuras sea el más maltratado y/o deformado por las nuevas reglas del mercantilismo hollywoodiense. En consecuencia, si uno tuviera que seleccionar un solo referente de la última década que pudiera situarse a la altura de clásicos indiscutibles como El ladrón de Bagdad (The Thief of Bagdad, 1924) o El mundo en sus manos (The World in His Arms, 1952), ambas de Raoul Walsh, Los contrabandistas de Moonfleet (Moonfleet, 1955) o el díptico El tigre de Isnapur (Der Tiger von Eschnapur, 1959) y La tumba india (Das indische Grabmal 1959), dirigidas por Fritz Lang, Viento en las velas (A High Wind in Jamaica, 1965), de Alexander Mackendrick, o incluso En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981), de Steven Spielberg película que, para bien o para mal, y junto a Star Wars: Episodio IV –Una nueva esperanza– (Star Wars, 1977), de George Lucas, lo cambió casi todo para el cine comercial, lo más probable es que no hallara ningún ejemplo válido. 

James Gray y Robert Pattinson en pleno rodaje de Z, la ciudad perdida
 
Es por esa razón, así como por muchas otras que expongo en el artículo que le he dedicado en Transit: cine y otros desvíos, que no me duelen prendas a la hora de considerar a Z, la ciudad perdida (The Lost City of Z, 2016), de James Gray, como un inesperado pero absoluto logro. Lamentablemente, las bajas recaudaciones que este tipo de producciones suelen generar actualmente en taquilla pues ahora se las considera demasiado artísticas, razón por la que ni siquiera vienen respaldadas por una estrategia comercial que les otorgue una visibilidad a la altura de las circunstancias, impiden que propuestas similares puedan recibir luz verde de los estudios con mayor frecuencia. La genuina película de Gray devuelve parte de su esplendor perdido a un tipo de narración que merecería volar a una altura artística bastante por encima de lo que suelen ofrecer ciertos (y adocenados) productos actuales por todos conocidos.


 

martes, 21 de febrero de 2017

INLAND EMPIRE (2006, DAVID LYNCH)


Cada cierto tiempo el cine fantástico logra reinventarse por medio de propuestas que, a su particular manera, revolucionan el lenguaje cinematográfico. Lo importante en estos casos no es tanto sorprender al espectador con eso que suele llamarse originalidad sino hacerlo por medio de una articulación formal que multiplique las lecturas que un mismo material permite. Lynch lo ha venido haciendo desde el inicio de su carrera, con obras como Cabeza borradora, Terciopelo azul o Carretera perdida, pero Inland Empire, que no necesariamente es mejor que la segunda y la tercera, es probablemente su pieza más rotunda en lo que se refiere a su compleja configuración (visual, sonora, estructural) de un mundo mental y onírico. También es la obra en la que el cineasta mejor deja entrever, especialmente a los que conocen otras ramificaciones de su obra (sus discos, cuadros o incluso ese curioso libro titulado Atrapa al pez dorado), la importancia que su afición por la meditación trascendental ha desempeñado en lo que a su relación con (y aprehensión de) la existencia se refiere.

Lynch en un momento del rodaje de Inland Empire

Es posible –y seguramente correcto– interpretar el itinerario de Inland Empire como un retorcido desvarío mental que la trastornada psique de su protagonista, Nikki Grace (Laura Dern), inventa para afrontar un determinado conflicto personal, pero quizá sea todavía más poderosa la lectura espiritual que determinados y numerosos elementos del film posibilitan. De todo ello hablo extensamente en mi reciente acercamiento a la última obra de Lynch, publicado en la revista digital Transit: cine y otros desvíos. Último eslabón de su filmografía hasta que, claro está, en mayo de este mismo año se produzca su esperado retorno televisivo al universo de Twin Peaks.