lunes, 24 de noviembre de 2014

EN MEMORIA DE JOSÉ MARÍA LATORRE (1945-2014)


Esta misma mañana he leído con gran pesar en el blog de Tomás Fernández Valentí la noticia del fallecimiento de José María Latorre. Hace escasamente un mes se podía leer lo siguiente en el breve texto que encabezaba la sección Pantalla digital del número de noviembre de la revista Dirigido Por: “José María Latorre va a faltar a su cita mensual con los lectores de esta sección por un leve problema de salud del cual esperamos se restablezca pronto”. Latorre falleció repentinamente el pasado viernes 14 de noviembre, y la noticia de su pérdida, lamentablemente, no parece haber gozado de una difusión a la altura de la relevancia cultural que ciertamente tenía –y tiene– un escritor y crítico cinematográfico de su envergadura  –a mi entender una figura clave del panorama cultural español de los últimos cuarenta años–, que también se erigió, tal vez sin él pretenderlo, en un verdadero faro en la niebla para un buen número de aficionados al cine y a la cultura en general. Sus conocimientos sobre música, literatura y cine eran sencillamente extraordinarios –una sonora bofetada en la cara de esa “modernidad líquida” que nos rodea y que tan profundamente ha analizado en los últimos tiempos el filósofo polaco Zygmunt Bauman–, y su afán, genuino y sensato, por intentar transmitir estos a las nuevas generaciones de todo punto incuestionable, como ha quedado sobradamente demostrado en el tiempo no solo a través de sus frecuentes ensayos y artículos publicados en libros o revistas, sino también en sus recomendaciones literarias mensualmente publicadas en la revista Imágenes de Actualidad, o en aquel blog suyo –desaparecido unos diez años atrás, cuando Latorre decide cerrarlo al verse incapaz de frenar los frecuentes e indiscriminados ataques de Spam que sufría la página– en el que los usuarios protagonizaban profundos debates culturales en los que intervenía el propio escritor, y gracias a los que yo mismo llegué a conocer, sin ir más lejos, obras literarias tan extraordinarias como El hombre sin atributos, de Robert Musil, La muerte de Virgilio, de Hermann Broch, o Los últimos días de la humanidad, de Karl Kraus.

El escritor y crítico de cine José María Latorre



Resulta verdaderamente difícil intentar reflejar en unas pocas palabras la excepcional importancia que Latorre ha tenido en España como crítico de cine, pero también, y de forma especialmente señalada, como escritor de gran literatura. Labor esta última, desde mi punto de vista,  que nunca ha estado lo suficientemente reconocida.
He tenido el placer de leer sus 44 novelas (y recopilaciones de cuentos) –y también gran parte de sus ensayos, críticas y literatura sobre cine– y creo que la calidad media que tenían sus trabajos es sencillamente apabullante. En este sentido, no conozco a nadie a su altura dentro del panorama cultural español actual. Gran literatura me parecen “School Bus”, “Huida de la ciudad araña”, “Miércoles de ceniza”, “Sangre es el nombre del amor”, “Osario”, “Las trece campanadas”, “La noche transfigurada”, “Treinta y cinco milímetros de Franco”, “Los teatros imaginarios”, “El hombre de las leyendas”, “Los jardines de Beatriz”, “El año de la celebración de la carne”, “Visita de tinieblas”, “El silencio”, “Fragmentos de eternidad”, o su último trabajo, “Música muerta y otros relatos”, publicado este mismo año 2014. Por no hablar de algunos de sus libros de cine, sencillamente imprescindibles y que bien merecerían ser urgentemente reeditados: “El cine fantástico”, “Nino Rota, la imagen de la música” o “La vuelta al mundo en 80 aventuras”.
Desconozco si Latorre ha dejado alguna obra huérfana de publicación, pero espero que de ser así ese trabajo (o trabajos) pueda llegar a ver la luz algún día, aunque sea a titulo póstumo. Y cuanto antes mejor. José María Latorre bien se lo merece.

Una parte significativa de las novelas, cuentos y ensayos críticos de Latorre

Con las líneas anteriores tan solo he pretendido rendir un pequeño y sentido homenaje a quien de forma incondicional considero una de las grandes figuras culturales españolas de las últimas décadas. Descansa en paz, José María Latorre. Mi más sentido pésame para sus familiares y amigos. Un fuerte abrazo desde Barcelona.


jueves, 13 de noviembre de 2014

THE SAGA OF ANATAHAN (1953, JOSEF VON STERNBERG)


Título Original: The Saga of Anatahan
Año: 1953
Nacionalidad: Japón
Duración: 92 min
Director: Josef Von Sternberg
Guión: Josef Von Sternberg y Tatsuo Asano (sin acreditar), según la novela de Michiro Maruyama, traducida del japonés al inglés por Younghill Kang
Actores: Akemi Negishi, Tadashi Suganuma, Kisaburo Sawamura, Shôji Nakayama, Jun Fujikawa, Hiroshi Kondô

 Carátula del DVD editado por Films Sans Frontières


La trayectoria cinematográfica de Josef Von Sternberg abarca cuatro décadas –de 1925, año en que dirige su primera y notable película, The Salvation Hunters, a 1957, cuando pone fin a su filmografía con la meramente correcta Amor a reacción (Jet Pilot, 1957)–, y en ella se encuentran motivos suficientes para considerar al cineasta austríaco como uno de los grandes creadores de la historia del cine. De Sternberg cabe destacar el excepcional partido que lograba extraer de todos los recursos propios del lenguaje cinematográfico –incluidos el sonido y la música–, y de forma especialmente significativa su dominio de la pantomima –presente tanto en sus films mudos como en los sonoros, como bien demuestra la propia The Saga of Anatahan–; su capacidad para condensar el relato a través de poderosas y sugerentes elipsis; un completo dominio de los ritmos de la narración; su sugerente uso del fuera de campo, o una indiscutible habilidad para recrear atmósferas –sensuales, opresivas, turbadoras– mediante brillantes juegos de luces y sombras. De hecho, cabe destacar que los prolegómenos de la iluminación no resultaban en absoluto ajenos al cineasta, pues si bien éste siempre contó con la colaboración de magníficos directores de fotografía –de Bert Glennon (La ley del hampa, La última orden, La Venus rubia, Capricho imperial) a Lee Garmes (Marruecos, Fatalidad, Una tragedia humana, El expreso de Shanghai), pasando por Harold Rosson (Los muelles de Nueva York), Günther Rittau (El ángel azul) o Lucien Ballard (Crimen y cástigo)–, no es menos cierto que en el film que aquí nos ocupa él personalmente tomó las riendas de la iluminación obteniendo unos resultados visualmente tan destacables como los de aquellos. 

  Von Sternberg en un momento del rodaje de La elegante pecadora (Exquisite Sinner, 1926), del que fue reemplazado por Phil Rosen


En definitiva, el de Sternberg era, y sigue siendo, un arte eminentemente cinematográfico, que poco (o nada) tiene de novelístico o teatral. En las imprescindibles memorias del realizador, publicadas en España bajo el titulo Diversión en una lavandería china (Ediciones JC Clementine, 2002), Sternberg decía lo siguiente acerca de The Saga of Anatahan, un film que el consideraba concebido “en condiciones ejemplares”: “Luché contra viento y marea en busca de esas condiciones y pensé que las encontraría en Japón, donde hice mi mejor película, conocida bajo distintos títulos: The Saga of Anatahan o The Last Woman on Earth” (…) “Yo mismo me encargué de la maqueta del equipo eléctrico, de los proyectores indirectos, del andamiaje para las cámaras, del sistema de calefacción que nos permitiera distribuir calor tropical, de la maquinaria que produce viento y lluvia” (…) “Nada fue fácil, tuvimos que construir varias cosas desde el principio y modificar otras, como el sistema de impresión de sonido y los mecanismos de la cámara”. Mi recomendación hacia este poco difundido film es absoluta, y al mismo he dedicado una extensa revisión, publicada recientemente en la revista digital Transit: Cine y otros desvíos, que puede leerse en el siguiente enlace: 

lunes, 3 de noviembre de 2014

DOSSIER ESPECIAL TRANSIT LA PELI QUE HABITO


Con bastante retraso por mi parte doy aviso en este blog de la publicación en Transit. Cine y otros desvíos de un curioso y heterogéneo dossier especial apropiadamente titulado La peli que habito, en el que un buen número de colaboradores de la revista intentan dar respuesta a una pregunta que sin duda alguna se las trae: ¿Qué película escogerías para quedarte a vivir?. Mi contribución al mismo consiste en una pequeña reflexión en torno al documental de Alan Resnais Toute la mémoire du monde (1956). Por su parte, Adrian Martin se ha encargado de La partida (Le départ, Jerzy Skolimowski, 1967); Óscar Brox de Friday Night Lights (creador: Peter Berg, 2006-2011); Faustino Sánchez de Manhattan (Woody Allen, 1977); Roger Koza de La vida útil (Federico Veiroj, 2010); Covadonga G. Lahera de Regreso al futuro (Back to the Future, Robert Zemeckis, 1985); Raúl Pedraz de Father and Daughter (Michael Dudok de Wit, 2000); Cristina Álvarez López de Fanny y Alexander (Fanny och Alexander, Ingmar Bergman, 1982); Alexis Kossiakoff de Big Fish (Tim Burton, 2003); Manuel Ortega de Plan diabólico (Seconds, John Frankenheimer, 1966); Daniel Trapiello González de La ventana indiscreta (Rear Window, Alfred Hitchcock, 1954); Andrea Morán de Embracing (Ni tsutsumarete, Naomi Kawase, 1992); Sergio Morera de La aventura (L’avventura, Michelangelo Antonioni, 1960); Ana Aitana Fernández de Malas tierras (Badlands, Terrence Malick, 1973); Antoni Peris Grao de El mundo en sus manos (The World in his Hands, Raoul Walsh, 1952); Carles Matamoros Balasch de Una película hablada (Un filme falado, Manoel de Oliveira, 2003); Daniel de Partearroyo de La mujer del aviador (La femme de l’aviateur, Eric Rohmer, 1981); Francisca Pageo de El mago de Oz (The Wizard of Oz, Victor Fleming, 1939) y Endika Rey de Dos en la carretera (Two for the Road, Stanley Donen, 1967). Otros cinco colaboradores no han querido ser tan específicos en su elección y han optado por una entrada algo diferente: Roberto Amaba y Cloe Masotta coinciden sorprendentemente en la elección de un mismo titulo –There’s no place like home–  para sus respectivos y diferentes textos, mientras que Carlos Losilla bautiza al suyo como Vivir en tránsito, Ricardo Adalia Martín opta por Vivir en un western y Mónica Jordán Paredes disfruta soñando con un Paisaje sureño.

Buster Keaton a punto de entrar en una pantalla de cine (El moderno Sherlock Holmes, 1924)