sábado, 29 de octubre de 2011

TWIXT (2011, FRANCIS FORD COPPOLA)

Título Original: Twixt
Año: 2011
Nacionalidad: EE.UU.
Duración: 90 min
Director: Francis Ford Coppola
Guión: Francis Ford Coppola
Actores: Val Kilmer, Bruce Dern, Ben Chaplin, Elle Fanning, Joanne Whalley, David Paymer, Alden Ehrenreich

Sinopsis: Hall Baltimore, un escritor de tercera categoría especializado en "libros de brujas", el cual atraviesa una crisis personal causada por el trágico fallecimiento de su hija y la consiguiente separación de su mujer que esta ha provocado, llega a un pequeño pueblo para presentar su libro de terror más reciente. Baltimore, aunque ignorado mayormente por la clientela de la tienda en la que firma ejemplares de su obra, conoce en esta a Bobby LaGrange, sheriff del lugar que ofrece al escritor la posibilidad de escribir conjuntamente una intensa historia de suspense que refleje un suceso criminal real que ha dejado como víctima a una joven chica no identificada, de cuyo cadáver en la morgue pende una etiqueta con el nombre "Jane Doe". Baltimore aceptará la propuesta de LaGrange, motivado por la posibilidad de organizar pronto la estructura de una nueva novela cuyos derechos puedan ser inmediatamente adquiridos por su editor, recibiendo a cambio un suculento adelanto por su trabajo que le permitiría satisfacer las exigencias económicas de su ex-mujer. Lo que el escritor desconoce es que el proceso de escritura de la historia, y especialmente lo concerniente a la conclusión de ésta, estarán más relacionados de lo que aparentan con su propia vida.


Francis Ford Coppola y Elle Fanning en un momento del rodaje de Twixt


El tenebroso camino que debe recorrer Hall Baltimore es alumbrado por un Poe de ultratumba



El período más incierto y discutible de la filmografía de Coppola, a mi modo de ver, es aquel que empieza con su Drácula, de Bram Stoker (Drácula, 1992) y concluye con su colaboración no acreditada en la desastrosa pos-producción del film de ciencia-ficción Supernova: El fin del universo (Supernova, 2000). Entre ambas quedan la que tal vez pueda considerarse la peor obra del realizador, Jack (1996), y la mejor película surgida a la sombra de los best-seller literarios de John Grisham, Legítima defensa (The Rainmaker, 1997) - no entro a valorar la calidad que pueda tener esta como adaptación, ya que desconozco por completo la obra del escritor -. En cambio, los últimos films de Coppola, probablemente irregulares en su conjunto, pero rabiosamente personales y libres; mucho más modestos económicamente que cualquiera de los otros arriba mencionados, pero mucho más fructíferos artísticamente que aquellos, o bien no se estrenan comercialmente en nuestro país, o bien generan una profunda indiferencia o incomprensión. Los supuestos "seguidores" del cineasta quieren ver más Corleone, porque siempre luce bien en pantalla una historia protagonizada por mafiosos y salpicada por grandes dosis de violencia, pero en cambio son incapaces de ver que la línea que lleva de Joseph Conrad y James George Frazer (cuyas obras dan origen a Apocalypse Now) a Mircea Elíade (su novela Tiempo de un centenario es adaptada en Youth Without Youth) demuestra la coherencia y fijaciones artísticas, a lo largo de toda una errática carrera, del realizador italoamericano, y que de La ley de la calle (Rumble Fish, 1983) a Tetro (2009) no hay tanta distancia como pueda parecer. A Youth Without Youth (2007) y Tetro se les une ahora un film fantástico, Twix, que continúa con la experimentación visual y narrativa de la que hacían gala aquellas, y que prolonga también en sus imágenes el espíritu excéntrico del cineasta (y cuyo punto álgido y más chirriante, quizás, resida en las descontroladas apariciones en Tetro de algunos actores argentinos y, por encima de ellas, en el personaje interpretado en esta por Carmen Maura). Twixt tiene una clara ventaja respecto a las obras anteriores de Coppola: su duración de tan solo 90 minutos, que impide la excesiva dispersión del relato que tenía lugar en aquellas. No es esta la única virtud de la nueva cinta del realizador, a la que he dedicado un texto en KlownsAsesinos.com, y que puede leerse en el siguiente enlace: 


miércoles, 19 de octubre de 2011

IMPRESIONES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINEMA FANTÀSTIC DE CATALUNYA - SITGES 2011 (SEGUNDA PARTE)

Con los siguientes seis films doy por terminado mi recorrido por el 44 Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya - Sitges 2011. En breve publicaré también una crítica de Twixt, el nuevo y notable film fantástico realizado por Francis Ford Coppola, el cual sorprendentemente - y pese a resultar muy coherente con la carrera anterior del realizador -, ha gozado por un lado de la acogida de unos pocos, y por el otro de la incomprensión de muchos de los asistentes a los dos pases del film en el festival. Contrariedades típicas de un festival - y de un público - muy dado a ellas.


A Letter to Momo (Momo e no tegami, Hiroyuki Okiura, 2011) 
Desconozco la anterior película de Okiura como realizador, el afamado anime Jin-Rô, pero lo cierto es que su más reciente trabajo, A Letter to Momo, me ha sorprendido gratamente, pues se trata de un film de animación que consigue acercarse con brillantez al espíritu más característico de las grandes fantasías del Studio Ghibli y del genial Hayao Miyazaki. En esencia, A Letter to Momo desarrolla un clásico viaje iniciático - el que deberá experimentar la pequeña Momo del título para superar la reciente muerte de su padre y, de ese modo, dar un primer paso hacia la madurez -, aunque evidentemente, en el film de Okiura la realidad más reconocible termina por ceder su lugar a un universo de fantasía desbordada en el que campan a sus anchas los personajes y acontecimientos imprevisibles. El relato da inicio cuando Momo y su madre abandonan Tokyo y se trasladan a vivir a la isla japonesa de Shio, y en sus primeros compases predominan los acontecimientos costumbristas y la descripción realista - y de una serenidad muy japonesa - del entorno en el que se va a desarrollar el resto de la historia. El tempo narrativo, el tono dramático, y la precisión de las composiciones visuales escogidas por Okiura durante este fragmento, recuerdan en cierto modo a las imágenes más características del cine de Yasujiro Ozu, Mikio Naruse o Akira Kurosawa, aquellas que describen el fluir y la armonía de la vida - sin pasar por alto la presencia de la muerte - de una determinada comunidad. Es a partir del encuentro de Momo con tres diablillos, Mame, Iwa y Kawa, que logran escapar de su encierro milenario gracias a una acción de la joven, cuando A Letter to Momo entra de pleno en el universo más reconocible de films como El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no kamikakushi, 2001) o El castillo ambulante (Hauru no ugoku shiro, 2004). Quizá el único pero que se pueda poner al film se encuentre en la demasiado alargada, frenética e hipertrofiada carrera que tiene lugar hacia el final del relato, aunque esté muy en consonancia con el vértigo narrativo  presente en los clímax dramáticos de clásicos del anime como La princesa Mononoke (Mononoke-hime, 1997) y Akira (Katsuhiro Otomo, 1988).
El elaborado y muy detallista acabado visual del film, y un exquisito trabajo con el color, consecuencia de 7 largos años de desarrollo, consiguen que A Letter to Momo sea muy probablemente la mejor cinta animada de este 2011 que ya acaba, logrando plantar cara con su extraordinaria animación tradicional a los mejores exponentes actuales de la animación digital.





Drive (Nicolas Winding Refn, 2011) 

De hipnótico, electrizante, y estilizado, muy estilizado, puede calificarse al nuevo film del danés Nicolas Winding Refn, un persuasivo y melancólico thriller romántico en el que su realizador logra armonizar de forma precisa los intermitentes fogonazos de violencia y la sensibilidad dramática que demandan el guión del iraní Hossein Amini - quien adapta a su vez la novela Drive (publicada en España por RBA Publicaciones), del escritor norteamericano de novela negra James Sallis -, y en el que Refn consigue un perfecto equilibrio entre clasicismo y modernidad, sin por ello dejar de apoyarse en una estructura narrativa convencional que el elaborado aparato formal del film trasciende en todo momento.
Es posible que el film recuerde en ciertos aspectos a obras como Pickpocket (Robert Bresson, 1959) o El silencio de un hombre (Le samouraï, Jean-Pierre Melville 1967), pero la obra precedente que encuentro más cercana a la de Winding Refn bien podría ser Posibilidad de escape (Light Sleeper, Paul Schrader, 1992), pues el camello John LeTour (Willem Dafoe) que protagoniza este último film anhela conseguir, al igual que el especialista conductor de coches de Drive, una redención espiritual por la vía del amor, y ambos personajes, además de revestir sus figuras de similar misterio y carácter mítico, parecen flotar a la deriva por el mundo sin poner nunca los pies en el suelo.
La evidente brillantez fotográfica del film, obra del operador Newton Thomas Siegel, no entra en conflicto en ningún momento con una planificación y un ritmo narrativo mucho más sobrios, y dota de auténtica personalidad visual a Drive. Winding Refn es un auténtico esteta, como ya demostró anteriormente en películas tan refinadamente elaboradas, pero también artificiosas y discutibles, como Bronson (2008) y Valhalla Rising (2009) - ambas vistas en el marco del Festival de Sitges dos ediciones atrás -, pero el realizador ha logrado con Drive su primera obra realmente convincente, una obra en la que todo encaja a la perfección, desde la precisa definición de todos y cada uno de los personajes del relato - muchos de ellos verdaderamente despreciables, pero a los que no se les niega, en algunos casos, su parte de humanidad -, hasta las muy ajustadas interpretaciones de todo el elenco interpretativo - encabezado por un silencioso Ryan Gosling, al que secundan brillantemente los ascendentes Carey Mulligan y Oscar Isaac, y otros actores mucho más curtidos, caso de Ron Perlman, Bryan Cranston y Albert Brooks - pasando por una banda sonora, compuesta por Cliff Martinez, que armoniza a la perfección con las bellas imágenes del film, elevando el visionado del mismo a la categoría de experiencia sensorial, siempre y cuando el cine en el que este sea visionado reúna las condiciones de proyección (visuales, sonoras) más óptimas, como así ocurrió en el Auditori de Sitges. Veremos que respuesta en taquilla obtiene este magnético film cuando se estrene en los cines españoles a finales de noviembre. 





El callejón (Antonio Trashorras, 2011) 
Es evidente que El callejón, puesta de largo en el largometraje del crítico de cine Antonio Trashorras, es un film realizado con mucha ilusión y buenas intenciones, aunque, por desgracia, ambos ingredientes por si solos no consigan que la calidad global que arroja la cinta no alcance los mínimos exigibles. En las imágenes de El callejón se percibe claramente, y de forma constante, el esfuerzo de Trashorras por dotar de lógica narrativa - y también expresiva - a la planificación y a las posiciones de cámara que elige en cada secuencia, pues al fin y al cabo el cineasta tiene en mente, por encima de todo, un cierto tipo de cine clásico de terror y suspense. También resulta elogiable su intento de alcanzar durante gran parte del metraje una cierta tensión narrativa a partir, esencialmente, de un espacio (una solitaria lavandería a medianoche) y dos personajes (una chica cubana y un chico colombiano, los dos atractivos, él esperando en la calle para acabar con la vida de ella, objetivo que tan solo la puerta de cristal de la lavandería, cerrada, le impide alcanzar), pero ello no resulta suficiente para contrarrestar la excesiva falsedad de un decorado de estudio que no funciona de ningún modo - y es que nada en él resulta verosímil, ni tan siquiera la tímida manera de mojar las demasiado nuevas baldosas de cartón-piedra de la calle -, ni el poco atractivo juego de iluminación que pretende crear - sin conseguirlo en ningún momento - una atmósfera a lo Mario Bava, ni la poca entidad de unos diálogos que parecen escritos por un adolescente algo ingenuo, sorprendido porque un productor está dispuesto a producirle su primer film de terror, ni los bastante excéntricos y lamentables giros de guión que intentan sorprender al espectador. El film genera humor involuntariamente, siendo esta la peor respuesta por parte del público que se puede encontrar un realizador, pero también creo que todos estos errores son debidos a la poca experiencia práctica tras las cámaras de Trashorras, quien, a partir de ahora, tan solo podrá madurar en el oficio si consigue rodar con cierta continuidad. Daniel Monzón, su compañero en la revista Fotogramas, ya sabe algo de todo esto, pues le han hecho falta casi diez años y cuatro películas para lograr su cinta más interesante, la aplaudida Celda 211 (2009).





Red State (Kevin Smith, 2011) 
El último film dirigido por Kevin Smith puede ser considerado, sin muchos problemas, como el mejor trabajo del realizador hasta la fecha. Algo que tampoco era excesivamente difícil para el responsable de obras tan ortopédicas en lo visual y anecdóticas en lo argumental como Clerks (1994), Mallrats (1995) o Vaya par de polis (Cop Out, 2010). Tampoco vayamos a pensar, ni mucho menos, que esa superación de sus facultades cinematográficas han permitido al cineasta el inesperado alumbramiento de una obra maestra o algo que se le parezca, porque Red State es una película curiosa e interesante, también algo irregular, cuya modestia en los planteamientos visuales y narrativos devienen, por primera vez en el cine de Smith, un factor a tener en cuenta. El realizador filma con corrección y funcionalidad la mayor parte del relato, muy homogéneo visualmente, aunque se permite también alguna muestra de elegancia expresiva, caso de los planos que muestran en contrapicado el largo monólogo del reverendo Abin Cooper (Michael Parks), o el certero empleo del suspense narrativo en la secuencia en la que uno de los tres adolescentes secuestrados por los seguidores del reverendo consigue huir de su encierro y acaba encerrándose, por casualidad, en una habitación llena de armas. Una mejor construcción del relato - aunque éste también presente ciertos importantes defectos -, y unos diálogos corrosivos y mejor confeccionados que en otras ocasiones (en la que es, supuestamente, la especialidad de Smith), junto a las interpretaciones de un buen conjunto de actores, encabezados por el notable Parks, y en el que destacan las presencias de John Goodman y Melissa Leo, son las mejores bazas de Red State, una cinta en la que su realizador demuestra, una vez más, que su capacidad para las escenas de acción es más bien nula (ver la larga secuencia del asedio policial al hogar del reverendo Abin, en el que los planos - y por consiguiente las posiciones de cámara - que muestran el intercambio de tiros entre ambos bandos carece en casi todo momento del menor sentido de la lógica espacial y el ritmo), y que para ser considerado un guionista de verdadera valía todavía debe ganar solvencia en la construcción global de sus relatos, pues si el inicio y el final de Red State resultan bastante compactos en su duración y progresión narrativas, no resulta tan positiva la valoración del demasiado alargado fragmento central, el del anteriormente mencionado asedio policial, que Smith conduce en algunos instantes de forma algo insegura y titubeante. Un film tan irregular como atractivo en sus mejores instantes.





The Yellow Sea (Na Hong-jin, 2010) 
The Yellow Sea era una de las películas más esperadas del presente Festival de Sitges, pues su realizador, el coreano Na Hong-jin, sorprendió gratamente en el marco del mismo, varias ediciones atrás, con su debut tras las cámaras, el atractivo thriller The Chaser (Chugyeogja, 2008), relato que arrancaba prometedoramente y conseguía mantener la atención del espectador hasta aproximadamente su tercio final, en el que la aparición de ciertos excesos visuales y algún que otro giro de guión bastante inverosímil impedían a Hong-jin lograr un film redondo. Algunos de los aciertos de aquel film vuelven a estar presentes en The Yellow Sea, desde el indudable talento del realizador para describir atmósferas sucias y turbulentas hasta su predilección por el hieratismo interpretativo de gran parte de los actores que conforman el elenco, pasando por cierta habilidad para acumular planos de corta duración, que describen de forma muy breve ciertas situaciones narrativas - aportando ello cierta densidad al conjunto del relato -, y que por inercia y acumulación acaban generando tensión narrativa. Pero, en mi opinión, el nuevo film del coreano, por desgracia y pese a lo dicho hace un instante, termina por acumular más defectos que aciertos. De ambos hablaré en las siguientes líneas.

Lo mejor de The Yellow Sea acaece durante, aproximadamente, los primeros cuarenta minutos de proyección, tiempo durante el que el relato progresa favorablemente y acumula interés, y que Hong-jin aprovecha para describir pormenorizadamente las razones por las que Ku-Nam (Ha Jung-woo), un desgraciado taxista que vive en Yanbian - prefectura fronteriza con los territorios de Rusia, Corea del norte y China -, que está endeudado hasta las cejas porque como jugador de Mahjong es más bien patético y que ha sido recientemente abandonado por su mujer, la cual le ha dejado a su cargo a una hija pequeña a la que Ku-Nam debería cuidar pero a la que este tiene abandonada, aceptará la propuesta de un mafioso para ganar una sustanciosa cantidad de dinero - cuyo cobro permitiría al personaje zanjar de un plumazo todas sus deudas - a cambio de cometer el asesinato de un - para él - completo desconocido. Las condiciones de extrema pobreza y miseria del personaje y de los que le rodean quedan correctamente expuestas y resultan verosímiles, y su descripción se prolonga hasta la llegada de Ku-Nam a Corea - en barco y de forma clandestina -, ciudad en la que deberá encontrar y matar a su objetivo, que resultará ser nada más y nada menos que un importante mafioso fuertemente protegido por guardaespaldas. Una vez en Corea, Ku-Nam tendrá un plazo de diez días para completar el encargo, finalizado el cual deberá regresar nuevamente en barco a su ciudad y cobrar el dinero acordado, pero la situación se complicará cuando, por un lado, las pesquisas de Ku-Nam para reencontrar a su mujer - en realidad, la principal e importante razón que han llevado al personaje a aceptar un trabajo para él completamente inusual - le lleven al conocimiento de que la misma ha desaparecido misteriosamente, y en segundo lugar cuando, en el momento elegido por él como propicio para asesinar al mafioso, le tomen la delantera dos completos desconocidos, tan desarrapados como él, que parecen haber recibido idéntico encargo. La secuencia más lograda de The Yellow Sea tiene lugar precisamente poco antes de que el relato alcance el último acontecimiento mencionado, cuando Ku-Nam inspecciona cuidadosamente la escalera que permite el acceso a los diferentes pisos del edificio en el que deberá asesinar a su objetivo, justo antes de que este último alcance una verja de seguridad que protege su hogar de cualquier intento de intrusión que tenga lugar desde el exterior. Ku-Nam, absolutamente inexperto en el arte del asesinato, medirá sus pasos minuciosamente, calculará la cadencia de las luces de la escalera  - que se encienden automáticamente cuando detectan el paso de una persona y cuyo correcto funcionamiento un guardaespaldas del mafioso controla desde la calle para asegurarse de que su jefe llega sano y salvo a su hogar - y intentará imaginar mentalmente con la mayor precisión el clímax de la situación, en el que deberá acuchillar a su víctima, pues un arma blanca será la única herramienta homicida a su alcance, condicionando este factor una extrema y peligrosa cercanía física entre el asesino y su presa, a la cual una vez eliminada Ku-Nam deberá cercenar un dedo como prueba de que su trabajo ha sido completado con éxito.

La muerte del mafioso marcará un punto de inflexión en el film, abruptamente convertido este en un hiperbólico, atropellado y caprichoso relato de acción y violencia paroxística, desprovisto de cualquier atisbo de verosimilitud y credibilidad, que propiciará el vertiginoso descenso de interés de The Yellow Sea, pues una vez Ku-Nam intente huir del lugar del crimen, el personaje se verá sometido a un acoso, imparable y demoledor, de casi dos horas de duración, por parte de asesinos a sueldo, policías y hampones de medio pelo, que querrán acabar con su existencia por motivos de lo más diverso. Sorprendentemente, Ku-Nam logrará zafarse una y otra vez de las balas, vehículos, hachas y sobre todo cuchillos, muchos cuchillos, que intentan despedazarlo, pretendiendo con ello el realizador Hon-jin que su propuesta entre en el terreno de la abstracción narrativa y el relato simbólico: la fuerza de voluntad de Ku-Nam, quien en realidad tan solo quiere encontrar a su mujer, devendrá algo así como un escudo místico para el personaje, capaz de librarle continuamente de la hostilidad y voracidad que muestra hacia su persona un entorno formado esencialmente por personas corruptas, violentas y crueles.

El tipo de relato que plantea Na Hong-Jin con The Yellow Sea no difiere demasiado, en el fondo, del que sirve como base a películas como Memories of Murder (Salinui chueok, 2003), The Host (Gwoemul, 2006) o Mother (Madeo, 2009), todas ellas dirigidas por Bong Joon-ho, Thirst (Bakjwi, 2009) de Park Chan-wook, o Encontré al diablo (Akmareul boatda, 2010), dirigida por Kim Jee-woon. Todas ellas comparten una ácida mirada hacia la instituciones coreanas (familiares, policiales, políticas, sociales), y una extraña alternancia entre el drama intimo y el cine de género, siendo este último elemento - es decir, la pertenencia a un género concreto, sea este el policial, el terror o cualquier otro - el que permite lecturas más abstractas de los diferentes relatos, y también alusiones  indirectas y de carácter metafórico a la realidad que ha forjado el carácter de estos cineastas. La defendible y positiva crítica social que interesa a estos cineastas no excluye, de forma obvia en todos los casos citados, que sus obras presenten unas aspiraciones comerciales bastante evidentes, aspecto que sin ser necesariamente negativo sí que fuerza claramente la presencia de una constantes visuales espectaculares que en muchos casos resultan agotadoras y también bastante gratuitas, como demuestra de forma ejemplar un film como The Yellow Sea, cuya atropellada acumulación de secuencias de acción, y sobre todo la forma de filmar y montar estas, no difiere excesivamente - en mi opinión más para mal que para bien - del de tantos y tantos cineastas americanos que han tocado recientemente el género, caso de Michael Mann, Paul Greengrass, Doug Liman o muchos otros menos célebres. El tono narrativo disperso y poco convincente del segundo film dirigido por Na Hong-jin no encuentra el equilibrio que si tenían las otras películas coreanas mencionadas. Ni tan siquiera el de Encontré al diablo, film al que más recuerda el de Hong-jin, y que funcionaba mejor que The Yellow Sea porque desde el principio la obra de Kim Jee-woon adoptaba una estética y un tono narrativo de cómic, y en ningún momento existían unas pretensiones realistas.




Troll Hunter (Trolljegeren, André Ovredal, 2010) 
Tenía cierta curiosidad por ver este film noruego que mezcla aventuras, humor y fantasía, pese a que ya sabía de antemano que en él cobran especial relevancia formal las cámaras de vídeo y también el rodaje cámara en mano, al modo de tantos otros films de temática fantástica realizados en la última década. Si algo me atraía inicialmente en Troll Hunter era el contemplar un despliegue de mitología nórdica, terreno con el que en los últimos años nos estamos familiarizando, gracias a películas como la sueca Déjame entrar (Lat den rätte komma in, 2008) o la finlandesa Rare Exports (Jalmari Helander, 2010), pero en el que todavía quedan muchas cosas por decir. Evidentemente, los trolls son unas criaturas mucho más genuinamente nórdicas que los vampiros o Papá Noel, y en el film de Ovredal se dan cita varios y diferentes tipos de estos seres.
Apenas iniciado el film, la desilusión no tarda en hacer acto de presencia: aunque la cámara en mano resulta algo menos tosca que en obras como El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Witch Project, Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999) o Paranormal Activity (Oren Peli, 2007), lo cierto es que 1) las imágenes de Ovredal son, por lo general y al igual que en aquellas, de una excesiva simplicidad visual, 2) que en el relato abundan los momentos de relleno (especialmente al principio del la cinta), y 3) que vuelven a repetirse los mismo planteamientos dramáticos, forzados e inverosímiles, que empujan a un personaje a "morir con la cámara puesta": es decir, pese al peligro de muerte inminente que acecha a los personajes en algunos momentos del film, el responsable de grabar con una cámara de vídeo todos los sucesos que tienen lugar no abandona el uso de la misma ni cuando el riesgo de ser engullido por el monstruo de turno es inminente.
Existen momentos divertidos (ver los diversos chistes en torno a la atracción que sienten los trolls hacia el olor de los que profesan una fe cristiana, y el peligro de muerte que esta condición supone para ellos), y algunas secuencias más o menos logradas (la tediosa y cómica espera en un puente, con el cazador profesional de monstruos pretendiendo atraer en plena noche la atención de un troll mediante el olor que desprenden dos cabras y una oveja que no dejan de balar: un secuencia digna de un film de los Monthy Python).
Por desgracia, no todo en Troll Hunter es igual de divertido o efectivo. Existen no pocos chistes fáciles y, sin ir más lejos, las secuencias filmadas con visión nocturna, aparte de devenir tediosas en lo visual, están torpemente solucionadas. Algún que otro momento atractivo no justifican el pequeño prestigio que se ha venido ganando este film en los últimos meses, y dentro de la sección competitiva del festival se encontraban obras muy superiores a esta (Hara-kiri: Death of a Samurai, A Letter to Momo) que hubieran merecido una mayor atención por parte del público asistente a Sitges.




miércoles, 12 de octubre de 2011

IMPRESIONES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINEMA FANTÀSTIC DE CATALUNYA - SITGES 2011 (PRIMERA PARTE)

Dejo constancia en Creadores de Imágenes de mis primeras impresiones acerca de algunos films proyectados en el marco del Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya, que inició su andadura el pasado jueves día 6 de Octubre y que concluirá el próximo domingo 16. La selección de films, ordenada por orden alfabético, empieza con Amanecidos, obra de Pol Aregall y Yonai Box, los realizadores más jóvenes e inexpertos de todo el conjunto, y se cierra, momentáneamente, con el mejor film visto hasta el momento en Sitges, The Turin Horse, del húngaro Béla Tarr. Sin más demora, vayamos directos al grano.



Amanecidos (Pol Aregall y Yonai Boix, 2011) 

La ópera prima de Pol Aregall y Yonai Boix, dos jóvenes cineastas formados en el Centre D´Estudis Cinematogràfics de Catalunya (C.E.C.C.), no puede ser más insólita: su película, de poco más de una hora de duración, es un auténtico caleidoscopio narrativo, formado por diversos fragmentos o anécdotas, completamente independientes unas de otras y protagonizadas por jóvenes veinteañeros, sobre el que los realizadores vierten una mirada que acaso más que realista pueda ser calificada de impresionista. La fragmentariedad narrativa, y la autenticidad y espontaneidad de sus todavía inexpertos interpretes, dotan a la propuesta de una sensación de inmediatez, de constante improvisación - engañosa, pues la progresión narrativa de cada una de las historias es muy transparente; es decir, los cineastas persiguen un objetivo claro -, que resulta bastante más lograda, en su conjunto, que en otras películas de cineastas más experimentados o reconocidos. La única condición indispensable para que el espectador disfrute de la propuesta sin prejuicios y no se incomode por su voluntariamente errático desarrollo reside en el conocimiento previo por parte de este de que la cinta no tiene una voluntad narrativa convencional, pero tampoco propone o favorece las lecturas abstractas de su contenido.

La palpable imperfección de la obra, y su continuo deambular narrativo, en el que se codean constantemente algunas anécdotas curiosas o interesantes con otras bastante menos apetecibles, resulta tan gratificante como irritante, pero la propuesta casi siempre resulta un éxito en un aspecto: Aregall y Boix casi siempre consiguen expresarse recurriendo únicamente al contenido de la imagen, y en algunas ocasiones empleando los diálogos justos y necesarios. Hay en el film momentos realmente interesantes, caso de la historia en la que un chico debe recuperar una pulsera que a su poco cauta novia le ha caído en el interior de un cercado para toros, o de otro instante en que un joven prepara para comer, a su novia y dos amigas, y con toda la buena intención del mundo, nada menos que patas de cerdo con criadillas - en sus propias palabras, su especialidad culinaria - logrando con ello una reacción, no prevista por él, de burla y risas por parte de su novia, que termina derivando hacia un homenaje y/o subversión de un célebre momento del cine de Chaplin, en la que este realizaba un imaginativo baile, utilizando solamente sus manos y varios objetos, y conseguía deleitar con ello a una chica, pero siendo sustituidos los elementos en juego en esta ocasión, y con bastante mala leche, por las patas de cerdo que finalmente los comensales no están dispuestos a saborear. Y también hay en el film momentos irritantes, como demuestra el torpemente filmado y montado momento en el que la cámara adopta el punto de vista de una chica que realiza un desplazamiento en bicicleta por un parque, hasta llegar a donde se encuentra su novio, y darse cuenta de que los Frigo pie que ha comprado han llegado derretidos por el calor. Si el final de la anécdota tiene su gracia, no lo tiene tanto el demasiado alargado y irritante desplazamiento en bicicleta, por más que sea precisamente en un momento como este cuando salga a relucir con transparencia la vertiente impresionista de la propuesta: la cámara busca, por encima de todo, captar instantes aparentemente al azar: niños jugando en el parque, gente paseando, etc. Otro momento poco destacado del film se encuentra en la secuencia, tan tonta como un sketch de Jackass, en la que tres chicos que se encuentran en un parque insisten una y otra vez en dar vueltas a una especie de enorme bola de nieve y barro que se les desmonta continuamente: el fragmento hace honor al concepto de "vídeo para internet" - toda una filosofía para una gran parte de jóvenes en la actualidad - sin cuya existencia Aregall ha reconocido que muy probablemente no existiría su obra. Se entienden las palabras del realizador, aunque el fragmento siga sin tener la menor gracia.
De todos modos, y para concluir, me parece interesante insistir en que la frescura general que desprende el film, nada forzada y sí en cambio muy genuina y jovial, resulta la principal baza de Amanecidos. Ahora tan solo queda esperar a que en su siguiente obra, Aregall y Boix - que han visto inesperadamente apadrinada su cinta por ese francotirador de la producción española que es Lluís Miñarro - ,de seguir en una línea similar, consigan pulir las imperfecciones y titubeos de su debut, lógicos cuando se está aprendiendo una profesión tan especialmente resbaladiza y difícil como lo es la realización cinematográfica.


(NO HAY CARTEL DE LA PELÍCULA)


Angustia (Bigas Luna, 1987) 
Posiblemente sea este el trabajo más logrado de toda la carrera del realizador catalán, y en cierto modo la culminación de una primera etapa de su filmografía, más arriesgada y atrevida a nivel formal y narrativo, la cual prácticamente abandonaría, a partir de Las edades de Lulú (1990), para dar salida a sus particulares y blandas obsesiones eróticas, las cuales se han visto prolongadas, en progresiva decadencia artística, hasta su último film estrenado comercialmente, Di Di Hollywood (2010). Lo cierto es que la carrera de Bigas Luna fue primero creciendo en interés - a su primer y mediocre film, Tatuaje (salvo error mío, primera aparición fílmica del detective Pepe Carvalho), le siguió la curiosa y personal, aunque no del todo lograda, Bilbao (1978), y acto seguido el realizador acomete sus tres películas más estimables, todas ellas dominadas por las atmósferas enrarecidas y enfermizas: Caniche (1979), Renacer (Reborn,1981), y Angustia (dejo conscientemente a un lado Lola (1986), ya que no he podido verla) - hasta llegar a ese giro que supone en la carrera de Luna la citada Las edades de Lulú. En Angustia, un extraño y apocado hombre llamado John Pressman (Michael Lerner), empleado de una clínica oftalmológica, deviene potencial asesino - y coleccionista de ojos... - bajo la influencia de su todavía más extraña madre (Zelda Rubinstein), una mujer enana con poderes telepáticos e hipnóticos. Con esta premisa, una narración delirante se va desarrollando a ojos del espectador (es decir, nosotros), hasta que, gracias a un giro de guión, este toma conciencia de que la historia de Pressman y su madre "tan solo" forma parte de una ficción cinematográfica que unos espectadores contemplan apaciblemente desde una sala de cine. Poco a poco, la influencia telepática de la madre de Pressman empieza a afectar a varios espectadores de la película, la realidad (los espectadores en la sala de cine) y la ficción (la película que contemplan aquellos) empieza a ver diluidas sus fronteras, y Angustia avanza inexorable hasta un final de proporciones imprevisibles. La película tiene varios niveles de lectura y su visionado en una sala de cine contribuye a dotar de sentido a la propuesta del realizador catalán, sumergiendo al espectador en un juego en el que este no dejará de inquietarse por la salud mental (o la locura) de los espectadores que se sienten a su alrededor. La capacidad adictiva y alienante del cine es llevada a su extremo en un film que prolonga con habilidad algunas de las inquietudes y sugerencias presentes en esa anómala cinta española que es Arrebato (Iván Zulueta, 1980).
Attack the Block (Joe Cornish, 2011) 
El debut en la dirección del británico Joe Cornish es el clásico film que a su paso por el Festival de Sitges genera la adhesión inmediata y se gana las simpatías incondicionales de una gran parte de sus espectadores, pues es puro cine de evasión, simpático, gamberro, desprejuiciado, entretenido, y en realidad y pese a las apariencias (que ya se sabe, engañan) tan poco peligroso como un yo-yo. Socarrona y apropiadamente definida por Cornish como una mezcla ideal entre Super 8 (J. J. Abrams, 2011) y 8 millas (Curtis Hanson, 2002) - lo que daría como resultado Super 8 millas - el film narra como un grupo de raperos adolescentes aficionados a los porros, encabezados por Moses (John Boyega), se convierten en la única esperanza de la ciudad en la que viven para plantar cara a la delirante invasión de unas criaturas enormes y peludas, parecidas a los Critters, que parecen querer apoderarse de todo. Attak the block es puro cine de entretenimiento, que uno disfruta sin tapujos si se deja llevar, pero su construcción narrativa y visual - poco pretenciosa, es cierto, pero también poco relevante - apenas resistiría la comparación con la desplegada en el mismo marco del Festival por realizadores como Takashi Miike (Hara-Kiri: Death of a Samurai), Francis Ford Coppola (Twixt) o, por encima de todos ellos, el deslumbrante Béla Tarr de The Turin Horse.
Merece destacarse, eso sí, la presencia que tienen en pantalla alguno jóvenes actores de Attack the Block, pero especialmente la del joven actor que interpreta a Moses, un tal John Boyega que parece una versión adolescente de Denzel Washington.



Beyond the Black Rainbow (Panos Cosmatos, 2010) 
Pretenciosa, arriesgada, pedante, esteticista, vacía, a ratos incomprensible, a ratos involuntariamente risible, siempre imprevisible, insatisfactoria, fallida...De no ser por su nombre, cualquiera diría que el principal responsable de este film es hijo del mucho más convencional realizador George Pan Cosmatos, responsable en los años ochenta de productos comerciales tan poco distinguidos como Rambo II o Cobra, el brazo fuerte de la ley. Es palpable a simple vista la influencia que en las imágenes de Beyond the Black Rainbow han ejercido films como Blade Runner - hay secuencias en la opera prima de Panos Cosmatos que recuerdan a las del test de Voight-Kampff que tenían lugar en el film de Ridley Scott -, Carretera perdida - hacia el final de la película, el personaje interpretado por Michael Rogers se transforma físicamente en una especie de imitación del Hombre Misterioso que interpretó Robert Blake en el film de David Lynch -, o Tron  - los paneles de luz que dominan la estética de paredes, techos, etc. en la cinta de Panos Cosmatos recuerdan no poco a la imaginería característica de la obra de Steven Lisberger y a la secuela de la misma dirigida por Joseph Kosinski -, aunque ello no logre elevar el interés general de una película curiosa pero que a duras penas invita a un segundo visionado. Plagada de planos atractivos, ya sea por el talento del realizador para la estética, o por la presencia inquietante del actor Michael Rogers, es una lástima que no exista un mayor esfuerzo por cohesionar narrativamente las distintas secuencias, y es que, como dijo un espectador al finalizar la proyección: "con la estética no es suficiente", algo que sabían tanto Scott como Lynch, e incluso el mediocre Lisberger, quienes siempre se esforzaron en las obras mencionadas más arriba en aunar la narratividad  con la experimentación. En todo caso, una cinta que merece ser disfrutada (o sufrida, como se pudo comprobar in situ en el cine Prado de Sitges por la reacción constantemente incómoda de algunos espectadores) en una pantalla de cine en condiciones, y en  este sentido la oportunidad brindada por el festival, no me cabe la menor duda, es única, pues es prácticamente imposible que una obra de este calibre llegué en la actualidad a las salas comerciales.
Countdown to Zero (Lucy Walker, 2010) 
Aunque habrá quien piense que la presencia de este documental en el marco del Festival de Sitges es una anomalía, lo cierto es que no puede negárseles a los programadores del mismo una cierta coherencia: proyectar este documental pocas horas después del pase de Contagion (Steven Soderbergh, 2011), y precediendo los de 4:44 Last Day on Earth (Abel Ferrara, 2011), Bellflower (Evan Glodell, 2011), o otros films con temática catastrofista y/o apocalíptica que se proyectarán durante los próximos días, deviene sintomático de ese sentir, tan extendido entre la población mundial desde hace varios años, que cree ciegamente en que la llegada del año 2012 significará el fin de la vida en el planeta Tierra: una predicción que algunos iluminados nos venden continuamente con cualquier motivo y que se aprovecha de la ignorancia y el conformismo de la que hacen gala una gran parte de los ciudadanos de este mundo globalizado en el que nos ha tocado vivir. Countdown to Zero advierte de un peligro bien real y plausible: la carrera que varios países (Rusia, EE.UU, Corea del Norte, Irán, etc.) mantienen desde hace décadas para la consecución de armas nucleares puede acabar provocando, más tarde o más temprano, auténticas desgracias para el ser humano y las naciones. El film de Lucy Walker, que no destaca más allá de su valor informativo, y que muestra una cierta (y negativa) tendencia al énfasis dramático (el uso de ralentis, acompañamiento de algunos instantes con música que pretende descaradamente conmover al espectador, etc.), no debería ser tomado a la ligera en ningún sentido, aunque por momentos a la realizadora le pueda la blandura a la hora de otorgar responsabilidades a Estados Unidos y al Reino Unido (la primera, nada menos que potencia mundial autoerigida en pacificadora del planeta), y en cambio no se quede corta precisamente en la satanización (interesada) de los demás países implicados.



Essential Killing (Jerzy Skolimowski, 2010) 
La proyección en el festival del más reciente film dirigido por el realizador polaco Jerzy Skolimowski, dentro de la sección Sitges Clàssics, es una de las citas ineludibles de todo el certamen aunque esté destinada a pasar completamente desapercibida. Más cercana por su carácter abstracto y minimalista a los primeros films de Skolimowski (Walkower, Rysopis, Barrera) que a obras como El año de las lluvias torrenciales, este Essential Killing destaca por el esfuerzo que el realizador pone en narrar con ausencia casi total de diálogos, y apoyándose sobre todo en imágenes elocuentes, la pequeña odisea que vive un talibán que huye del acecho de varios soldados norteamericanos. Vincent Gallo resulta apropiado para encarnar al protagonista del film, pues como ya demostró en Tetro (Francis Ford Coppola, 2009) es capaz de dar entidad a sus personajes mediante las miradas, los silencios y los gestos. El desorientador paisaje nevado que sirve de escenario a las desventuras del personaje contribuye a crear una atmósfera irreal y simbólica, en la que todo es posible con tal de sobrevivir: desde alimentarse con hormigas hasta mamar del pecho de una campesina. Una interesante película de un realizador que tan solo ha rodado dos películas en veinte años (la otra es Cuatro noches con Anna, rodada en 2008), y que difícilmente será estrenada en salas comerciales tras su paso por Sitges.



Hara-Kiri: Death of a Samurai (Takashi Miike, 2011) 
Estupendo el nuevo trabajo de Takashi Miike, quizá su obra más plenamente conseguida hasta la fecha, filmada inmediatamente después de su prestigiosa 13 asesinos (Jûsan-nin no shikaku, 2010), y a la cual Hara-Kiri supera claramente en sus resultados artísticos, mucho más homogéneos y equilibrados. Aunque el film es una nueva versión del clásico japonés Hara-Kiri (Seppuku, 1962), dirigido por Masaki Kobayashi y premiado en su momento en Cannes con el Premio Especial del Jurado, y aunque la obra de Miike respeta en sus líneas esenciales los acontecimientos narrativos fundamentales presentes en aquel, lo cierto es que existen no pocas diferencias entre ambas (de estructura narrativa, de planificación, de fotografía, de situaciones dramáticas que se dan en una versión pero no en la otra, etc.) que permite diferenciarlas sin muchos problemas. El ejemplar clasicismo formal del que hace gala Miike en este film no sería lo mismo si el realizador, caprichosamente, rompiera con él en algún momento (como desgraciadamente sí ocurre en la mencionada 13 asesinos), y aunque la apropiación natural, sin falsas poses de artista, de unos códigos visuales muy japoneses y cartesianos queda patente en todo momento (desde una preferencia casi absoluta por las posiciones de cámara con ligeros ángulos contrapicados hasta unas composiciones visuales que juegan continuamente con las diagonales del espacio, muy propias de la pintura y el cine japoneses), y el realizador unifica todo el relato con un tempo narrativo de cadencia lenta también muy propio de su país, el talento y la audacia de Miike siguen presentes durante todo el metraje de Hara-Kiri: Death of a samurai.
Miike supera a Kobayashi en varios aspectos, siendo quizás el más evidente - pero no más importante - de todos la más convincente resolución de las escenas violentas que muestra el film actual, y que son tres en total: la tremenda muerte por desventramiento, con una katana de madera, del samurai Motome, al principio del relato, y los dos enfrentamientos de Kageyu (Kôji Yakusho), quien se encarga de vengar la injusta muerte de Motome, primero contra los tres mensajeros que le llevan la noticia de la muerte de su yerno (pues Motome está casado con su hija Miho), y poco después contra el clan de samurais al completo al cual pertenecen ambos - es decir, tanto Motome como Kageyu -. Por otro lado, y pese a su contención dramática, la cinta de Miike en su conjunto me parece más emotiva y lírica (a lo que ayuda, y no poco, la fotografía en color del presente film, frente a la más dura imagen en blanco y negro que presentaba la obra de Kobayashi), como demuestran instantes tan atractivos, y que realzan de una forma verdaderamente conmovedora la tragedia humana que desarrolla el relato, como aquel en el que Motome, tras vender sus katanas para poder comprar algo de comida para su mujer y su hijo enfermos, contempla con tristeza como uno de los pocos huevos - tan solo tres - que ha podido conseguir, se estrella contra el suelo a causa de su fortuito tropiezo con dos niños que corretean por la calle.
Hara-Kiri, versión Miike, quizá no sea una película tan política como en realidad lo era el original de Kobayashi, pero ambos realizadores lanzan auténticos dardos envenenados contra la hipocresía y frialdad de unas instituciones (políticas, sociales o de cualquier otro tipo: en realidad, el clan samurai de ambos films deviene una excusa como cualquier otra para a través de uno de estos organismos hablar de todos los demás) que anulan a conciencia la humanidad del individuo. Tema muy caro a la sociedad japonesa, en la que por tradición las obligaciones del individuo para con la sociedad en la que vive siempre deben estar, en su conciencia, por encima de sus deseos y anhelos íntimos.



Jane Eyre (Cary Fukunaga, 2011) 
Existen al menos dos previas y interesantes adaptaciones al cine de la novela de Charlotte Brontë que merecen ser destacadas antes de hablar del film de Fukunaga: una, más canónica, que Franco Zeffirelli dirigió en 1996, y otra, más apócrifa y desviada hacia el cine de terror, que dirigió Jacques Tourneur en 1943 bajo el título de Yo anduve con un zombie (I Walked with a Zombie). Si menciono ambos films es por una única razón: ninguno de ellos resultaba tan frío emocionalmente y académico formalmente como esta nueva versión que, eso sí, cuenta con un buen reparto, del que destaca claramente la presencia en pantalla de Michael Fassbender, uno de los mejores y más versátiles actores actuales. Jane Eyre, versión Fukunaga, parece un alarde de corrección british: la película acumula una gran cantidad de secuencias visualmente solucionadas mediante un convencional juego de planos-contraplanos que, aunque permiten el lucimiento de los actores, carecen por completo de elocuencia expresiva; los planos generales sirven para situar al espectador en un espacio determinado, y dan paso, de forma casi invariable, al ya mencionado juego de planos-contraplanos; la iluminación, todo y ser muy correcta y profesional, apenas ofrece variaciones a lo largo del metraje, y su responsable prácticamente iguala el cromatismo de la secuencias rodadas en interiores con las filmadas en exteriores, lo que termina provocando una cierta sensación de monotonía visual, etc. Es cierto que en algunos momentos Fukunaga se esfuerza por resultar más expresivo - ej: el plano en el que el rostro de Jane Eyre (Mia Wasikowska) queda sumido en la oscuridad después de que el ama de llaves aparte un candelabro de su rostro; el movimiento de grúa que se alza cenital sobre el cuerpo de Jane, tumbada esta en el suelo del campo, tras su decepción amorosa con Rochester (Michael Fassbender), y mientras el viento agita la vegetación a su alrededor -, pero ello no basta para dotar de la suficiente energía al film. Además, la vertiente telúrica de la narración, en la que deberían desempeñar un impetuoso papel dramático las fuerzas del viento, la lluvia o la nieve, y que teóricamente sería palpable en el film a partir de la declaración amorosa de Rochester a Jane - a la que esta se muestra primero reticente y finalmente receptiva -, está desaprovechada y Fukunaga apenas la deja emerger en algún plano de forma muy tímida, restándole con ello al conjunto de su obra una necesaria capacidad de sugerencia.



Saint (Sint, Dick Maas, 2010) 
Curioso es el caso de Dick Maas, realizador holandés que gozó de cierto renombre entre los aficionados al cine fantástico allá por la década de los ochenta, gracias principalmente a dos películas de terror, El ascensor (De lift, 1983) y Amsterdamned: Misterio en los canales (Amsterdamned, 1988), que eran simplemente correctas y en absoluto brillantes, pero sin duda alguna preferibles a este Saint que nos hace llegar ahora, un slasher para adolescentes que erige a San Nicolás en una especie de psycho-killer de ultratumba, al modo de los populares Freddy Krueger, Leatherface, Jason Voorhees o el Creeper de Jeepers Creepers. Maas se muestra más preocupado en todo momento de imitar a (y en estar a la altura de) los films norteamericanos que han dado renombre al género, que no de conseguir un film mínimamente estimable. Ni los chistes hacen gracia, ni los efectos digitales resultan en muchos momentos aceptables, ni el guión tiene la más mínima entidad. En este sentido, uno apenas duda de que en el marco del Festival de Sitges 2011, las películas comerciales de género fantástico obra de cineastas españoles, como Eva (Kike Maíllo), Mientras duermes (Jaume Balagueró) o Intruders (Juan Carlos Fresnadillo) estarán debidamente por encima en resultados artísticos de este film holandés que pisa un terreno similar: el del cine de terror "a la americana".



The Sorcerer and the White Snake (Tony Ching Siu-Tung, 2011) 
De Tony Ching Siu-Tung se recuerda con especial agrado el film Una historia china de fantasmas (Sien nui yau wan, 1987), simpática mezcolanza de comedia, acción y cine fantástico que parecía hermanado, por su frenesí formal y desenfreno narrativo, con las primeras obras de Sam Raimi (es decir, el de la trilogía Posesión Infernal y Darkman). Es cierto que Una historia china de fantasmas no pasará a la historia de los grandes films legados por el cine asiático, pues se trata esencialmente de un producto con clara vocación comercial, que acumula en su metraje no pocos defectos de todo tipo y que no tiene otra pretensión que entretener a su público potencial durante poco más de hora y media. Lo mejor de aquel film residía en un constante e imaginativo despliegue de artesanales (y por ello encantadores) efectos especiales, y en su forma desprejuiciada de acercar las clásicas y tradicionales historias chinas de fantasmas a los espectadores contemporáneos. Lo peor residía en el blando romanticismo del que hacia gala la narración - y el tono exagerada (y voluntariamente) naif de la misma -, en el excesivo protagonismo que tomaba en muchos momentos una cargante y relamida banda sonora, y en los tics visuales de vídeo-clip ochentero que se apoderaban por completo del film en determinadas secuencias. Todos estos defectos siguen muy presentes en The Sorcerer and the White Snake, pero con la contrariedad de que en la más reciente obra de Siu-Tung no existen aciertos que reequilibren parcialmente el resultado global de la misma: será el signo de los tiempos, pero si el film tiene un total de 1800 tomas, de las cuales 1500 tienen efectos especiales de algún tipo - como aseguró el realizador durante la presentación del mismo en Sitges - entonces existen muchas razones para no sentir simpatía hacia The Sorcerer and the White Snake, pues los efectos artesanales devienen ahora digitales, y en muchas ocasiones la presencia en pantalla de estos resulta muy pobre y visualmente feísta, al modo del peor de los videojuegos posible. El film entero parece hecho con cierta desgana y cansancio, e incluso el avejentado Jet Li que lo protagoniza aparece más inexpresivo y soso que en otras ocasiones recientes.
The Turin Horse (Béla Tarr, 2011) 
Aunque sea arriesgado decirlo estas alturas, cuando todavía quedan varios días (y muchas películas) para dar por terminado el presente Festival de Sitges, lo voy a decir: The Turin Horse es una gran película y probablemente la mejor obra que se verá en el festival. Paco Poch, distribuidor del film en España - que, gran noticia para los interesados en el cine de Béla Tarr, debería estrenarse comercialmente en salas el próximo 15 de Diciembre -, lo dejó bien claro en su presentación del mismo: en otros festivales internacionales en los que se ha proyectado The Turin Horse, aproximadamente un 30% de los espectadores abandonaban la sala, razón por la que recomendó a los asistentes al Auditori de Sitges a actuar del mismo modo en caso de que sintieran que aquella no era su película. La honradez de Poch merece ser destacada, pues hace escasas semanas el nuevo trabajo de Terrence Malick, El árbol de la vida, ha sido causa de la indignación y la protesta de no pocos espectadores - que incluso exigían, a los responsables de los cines a los que habían asistido, la devolución del precio de sus entradas - que pensaban que estaban asistiendo a una película sensible y quizá poética, pero sobre todo mucho más convencional, pues la errónea - y muy avispada - campaña de promoción del film se sustentaba principalmente en la presencia en el mismo de Brad Pitt y Sean Penn.
No creo que Béla Tarr pueda ser considerado propiamente un cineasta clásico, ni tampoco uno moderno, ni mucho menos un posmoderno; probablemente tampoco sea un cineasta vanguardista. Pero de lo que no me cabe la menor duda es de que el húngaro es un insobornable, irreductible e inigualable artista, pues la mínima anécdota argumental que sustenta las dos horas y media del metraje de The Turin Horse - un padre y su hija, que viven aislados en una cabaña rodeada por la más completa soledad, asisten estupefactos a la desaparición de todo vestigio de vida a su alrededor, misteriosa e inexorablemente barrido por un viento de la nada, casi un huracán cósmico - da pie a toda una depurada, sólida y magistral clase de arquitectura visual y sonora: el film se compone, esencialmente, de elocuentes y muy elaborados planos secuencia de larga duración, y de un magistral uso del sonido y de la música, conjunto que no tiene otra finalidad que llevar al espectador del film a un punto de no retorno en el que este asiste - acompañando a los personajes - a la desaparición paulatina de los elementos que permiten la vida de los seres humanos y de los animales: los primeros no son juzgados, en modo alguno, por el cineasta, pues el realizador contempla y explica a sus personajes a través de sus acciones y del espacio en el que (sobre)viven, el cual les curte con dureza y aspereza, sin contemplaciones, y con esta decisión radical, que relega el papel de los diálogos a su mínima expresión y evita la penetración psicológica más convencional, intensifica el misterio en torno a ellos.

Film pesimista y filosófico - quizá también solipsista -, pero también profundamente humanista, la obra más reciente de Béla Tarr no tiene parangón en el cine actual, y de los films estrenados en 2011 tan solo se me ocurre uno que pueda acercársele en virtudes cinematográficas: estoy hablando del inesperado testamento de Raoul Ruiz, la excelente Misterios de Lisboa. No sabemos si The Turin Horse devendrá también el testamento artístico de Tarr, que ha anunciado el film como el punto final de su carrera (Paco Poch, quien estaría dispuesto a colaborar con el húngaro en la producción de una nueva obra, se mostró escéptico a este respecto), pero de lo que no me cabe la menor duda es de que el cineasta ha legado, con este y con otros de sus anteriores films, una página de oro a la historia del cine. The Turin Horse es una obra artísticamente tan definitiva para el cine contemporáneo y para el propio Béla Tarr como lo fue en su momento Sacrificio para el cine de los años ochenta y para su realizador, el ruso Andrei Tarkovsky. Inconmensurable.



martes, 4 de octubre de 2011

NO HABRÁ PAZ PARA LOS MALVADOS (2011, ENRIQUE URBIZU)

Título Original: No habrá paz para los malvados
Año: 2011
Nacionalidad: España
Duración: 104 min
Director: Enrique Urbizu
Guión: Michel Gaztambide, Enrique Urbizu
Actores: José Coronado, Rodolfo Sancho, Helena Miquel, Juanjo Artero, Pedro María Sánchez, Nadia Casado

Sinopsis:  Santos Trinidad, un policía alcoholizado que trabaja en el departamento de desaparecidos, perpetra una matanza en un club de alterne una noche de borrachera. Un testigo de lo ocurrido consigue huir del lugar, lo que empujará a Santos a utilizar toda su astucia y conocimientos de la profesión policial para encontrar el paradero del desconocido y eliminarlo. Mientras otros colegas de la policía y una joven jueza investigan lo ocurrido en el club de alterne, Santos evoluciona en su búsqueda personal, pero poco a poco las dos líneas de investigación conducirán a un mismo y extraño descubrimiento, que agravará las implicaciones de la situación: el joven desaparecido del club de alterne, quien con su testimonio podría incriminar a Santos ante la justicia, parece pertenecer a un grupo terrorista islámico, que prepara un inminente atentado en Madrid.




José Coronado y Enrique Urbizu en un momento del rodaje del film



La última película dirigida por Enrique Urbizu deviene también el más sólido peldaño en la filmografía de un cineasta español que demuestra que aún es posible confeccionar con éxito en este país un cine de género - el thriller -, al que demasiados ya en los últimos años se han acercado de forma completamente fallida. Es posible que el actual éxito de Urbizu sea consecuencia directa de una voluntad y honestidad profesional que le han llevado siempre, desde su primeros pasos en la profesión, a rebajar las sempiternas pretensiones autorales características de gran parte de sus compañeros, en beneficio de una voluntad artesanal, al modo de algunos cineastas clásicos, no desprovista, ni mucho menos, de personalidad y de una particular idiosincrasia. A lo largo de algo menos de 25 años de carrera, Urbizu ha cultivado géneros clásicos como la comedia (Tu novia está loca, Cuernos de mujer), el thriller y el cine negro (Todo por la pasta, Cachito, La caja 507, el capítulo "El hermano pequeño" de la serie televisiva protagonizada por el detective Pepe Carvalho), el drama (Cómo ser infeliz y disfrutarlo, La vida mancha), y el cine de terror (el capítulo "Adivina quién soy", de la serie de televisión Películas para no dormir).
No guardo una opinión favorable de todos estos trabajos, pues considero que su primer film, la muy endeble comedia Tu novia está loca (1988) no debería ser valorado más que como un trabajo de aprendizaje de la profesión, que el interés de Todo por la pasta (1991) está algo exageradamente dimensionado por algunos fans, pese a ser un por momentos efectivo thriller, y que Cachito (1996) es una chirriante y bastante insufrible mezcla de thriller y comedia que parece querer acercarse al Tarantino de Pulp Fiction (1994), precediendo por muy poco a otro film patrio que comparte un sentido del humor similar y que gozó de gran éxito en su momento, como Airbag (Juanma Bajo Ulloa, 1997). Dejando a un lado sus contribuciones para televisión (1), Urbizu ha demostrado en el resto de su obra tener buena mano para la planificación y el montaje, y lo que me parece todavía más importante en la actualidad, ha demostrado ser un sólido y eficiente narrador de historias, algo que, aunque parezca mentira, muchos de sus compañeros de profesión, más prestigiosos que él, todavía no han demostrado. En este sentido, y centrándonos exclusivamente en su asociación artística con el guionista Michel Gaztambide (2), podemos decir que este último resulta ser una pieza clave del crecimiento profesional de Urbizu. Ya quedó patente en La caja 507, y quizá todavía más en La vida mancha, que Gaztambide es muy capaz de crear narraciones densas y alambicadas, pobladas por personajes interesantes y misteriosos. También quedó convenientemente reflejado en estos films el apego que este guionista tiene a la realidad social del momento, a la que mira con recelo y no poca ironía y mala leche. 


Urbizu y Gaztambide han logrado fusionar de manera muy coherente sus diferentes talentos y personalidades, y gracias a ello difícilmente puede considerarse que el resultado artístico de No habrá paz para los malvados pertenezca más a uno que al otro. Si Urbizu demuestra haber alcanzado una cierta madurez profesional, muy palpable en la solidez narrativa de sus encuadres en formato panorámico - que hoy en día casi ningún realizador utiliza con propiedad, salvo excepciones como Scorsese, Eastwood o Coppola; es decir, realizadores con una clara inclinación hacia los clásicos -, en el tempo de los planos - generalmente de una duración larga para lo que se estila en la actualidad en el cine comercial, pero apropiado para desarrollar convenientemente situaciones y personajes -, la sobriedad del montaje - tendencia que el realizador no pierde ni siquiera en los momentos más violentos del film, que gracias a ello ganan en contundencia y agresividad, resultando estos gracias a ello tan elocuentes como un puñetazo en el estómago -, o la notable dirección de actores - que permiten considerar a Urbizu como uno de los más eficaces en este aspecto del panorama español, quedando muy por encima de compañeros suyos como Almodóvar o Amenábar - no es menos cierto que la capacidad de Gaztambide para la construcción narrativa de guiones, para la creación de personajes y para los diálogos resulta cada vez más sólida, destacando de forma obvia de todo el conjunto la concisa duración de las diferentes situaciones, que nunca se alargan más de lo necesario, y la minuciosa dedicación a los pequeños detalles que hacen más verosímil todo el conjunto (Ej: Santos Trinidad  - José Coronado - hablando por teléfono mientras se encuentra en un vertedero y lanza en diferentes direcciones los diversos casquillos de su arma, que le delatarían como autor de la matanza que perpetra al inicio del film; Santos y su joven compañero de policía haciendo prácticas de tiro con dianas, a las que el primero considera que "son solo muñecos" y para las que ya se muestra algo torpe y gastado: en el tiroteo final que cierra film comprobaremos como el protagonista falla al disparar en varias ocasiones). De todos modos, es cierto que existen algunas pequeñas imperfecciones de guión, como por ejemplo la confusa manera de relacionar a Santos con una gogó de discoteca, Celia (Nadia Casado), a la que el primero utiliza para conseguir información y con la que no queda del todo claro si ya existía entre ambos un conocimiento previo o no, o la más bien torpe resolución del momento en que Santos coincide en un bar con el hijo de un antiguo compañero suyo: aunque queda palpable que el personaje ha roto lazos con su pasado, el momento no es trascendente, y en realidad ni siquiera necesario desde un punto de vista narrativo, pues no aporta nada al personaje que no quede lo suficientemente claro en otros momentos del film.

No habrá paz para los malvados se intenta vender, a través de su correspondiente trailer, como un thriller español con mucha acción y violencia, y lo cierto es que, pese a que las tres secuencias de violencia que hay en el film son excelentes (el tiroteo inicial en el puticlub, la emboscada que le tienden a Santos dos jóvenes terroristas, y la matanza final en el escondite de los terroristas), por si solas no dotan de interés a la obra de Urbizu y Gaztambide, quienes se muestran más pródigos desarrollando secuencias de carácter más intimista o de investigación, así como describiendo las constantes vitales de una sociedad en plena crisis social, económica y política, en la que las personas acaban adquiriendo, para sobrellevar la existencia, una actitud extraordinariamente cínica para con los demás: detalles como el colegueo que se gasta un soplón de la policía en su trato con un comisario, o el endémico  atontamiento que la presencia de un móvil en las manos de una persona puede provocar (y que lleva a Santos Trinidad a coger uno de estos aparatos de manos de un tipo al que está interrogando y lanzarlo por la ventanilla de su coche por devenir causa del entorpecimiento de sus pesquisas), o las constantes interrupciones en el fluir de una conversación que las llamadas a móvil ocasionan (como queda palpable en la conversación entra la jueza Chacón - Helena Miquel -  y un agente de policía, o entra la misma jueza y el inspector Leiva - Juanjo Artero -) funcionan en esta dirección. En realidad, en el film Santos Trinidad no es más que el encargado involuntario - al modo de una hoja caída de un árbol y caprichosamente arrastrada por el viento -, de mostrar a los espectadores las entrañas del peligroso estercolero en el que vivimos, - creado por los cabos sueltos dejados por la policía en el curso de importantes investigaciones, las negligencias profesionales voluntarias (o involuntarias), o la incomunicación humana (que afecta al intercambio de información entre los diferentes departamentos policiales, que antes parecen competir entre sí que colaborar unos con otros), - y que unos terroristas sabrán aprovechar a su favor para intentar perpetrar un atentado. La verosímil descripción de los movimientos de estos últimos, y de la circulación del dinero negro que les permite cerrar tratos, de forma invisible para las autoridades, con la mafia colombiana o con un camionero ruso - que les facilitará los explosivos que necesitan para llevar a cabo una atrocidad - es otro de los puntos a favor de un film que utiliza sabiamente los mecanismos clásicos del thriller, es decir de la ficción, para describir otros mecanismos más reales, los del terrorismo nacionalista, que ha visto enormemente facilitados sus caminos a causa de la globalización.


Aunque es difícil prever los futuros derroteros que tomará la carrera de Urbizu, uno espera (y desea) que este cineasta pueda seguir rodando con regularidad, y es que, a la chita callando, ha logrado devenir uno de los tipos más competentes y necesarios del cine español. Urbizu hace cine mientras otros en este país (Medem, Almodóvar, y muchos otros anteriormente ensalzados por algunos espabilados) se miran el ombligo y no ganan los premios que ellos previamente ya se habían adjudicado.



(1) Su capítulo para la serie de Pepe Carvalho es asumido por el cineasta, creo yo, como un mero encargo, y resuelto antes con funcionalidad narrativa que con verdadero entusiasmo por su parte, y el film para Películas para no dormir, sin ser completamente despreciable, destaca antes por un inteligente trabajo con el formato panorámico y la solidez narrativa que aporta al producto Urbizu, que no por el guión en el que se sustenta ni por el trabajo de las dos actrices principales.

(2) En el siguiente enlace puede leerse una entrevista en la que Michel Gaztambide define en que consiste para él el trabajo de guionista para cine: http://www.abcguionistas.com/noticias/entrevistas/11111111111111111111111111111113ot/michel-gaztambide-habla-del-oficio-de-guionista.html